Vuelta a casa con el corazón cambiado

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La Jornada Mundial de la Juventud ha sido, en palabras del Papa Francisco, una auténtica fiesta de color y de calor, una nueva ocasión para celebrar y renovar la fe y la esperanza. El Papa ha puesto desde el primer momento el centro en Cristo. No hay más camino que ése, Cristo es el programa y la hoja de ruta de la Iglesia. La JMJ panameña ha tenido, desde el propio lema, un indudable acento mariano. María es la influencer de Dios, la que con pocas palabras se animó a decir “sí”.

Con estas raíces profundas, las Jornadas Mundiales han sabido adaptarse bien a lo largo de los años a los diferentes países donde han tenido lugar. Panamá es, incluso geográficamente, lugar de encuentro, símbolo centroamericano del puente que se tiende sobre el mar. Por eso el Papa ha pedido reiteradamente a los jóvenes que sean constructores de puentes en un mundo constantemente amenazado de división. Que no rehúyan las dificultades y que se sitúen al pie de tantas cruces contemporáneas que les son cercanas. Y ha pedido literalmente a los obispos que roben a los jóvenes de las calles que les devoran, en un lugar que sufre un éxodo forzado y masivo de jóvenes. Y que lo hagan tomando modelos como el de san Óscar Romero, pastor entregado en las calles, y comprometido con las desigualdades sociales, incluso hasta dar la vida.

En medio de tanto dolor e injusticia, que en Centroamérica se puede ver y tocar de cerca, es evidente que hay esperanza. En este nuevo hito del camino, lo más esperanzador son los rostros y la oración de tantos jóvenes que ahora vuelven a casa con el corazón cambiado, dispuestos a anunciar el Evangelio allá donde se encuentren.

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