El secuestro en Estepona de Mélodie Nakachian, encerrada en una bolsa deportiva: “Papá, si no pagas me matan”
La desaparición de una niña de 5 años en Málaga a finales de los 80 tuvo a toda España y a la familia Nakachian en vilo: mafia y llamadas a periódicos
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Jean Louis Camerini era otro más de los reclusos dentro de la cárcel de Toulouse a finales de 1985 y principios de 1986. Allí eran frecuentes las reuniones entre varios presos, no sólo para hablar de batallas anteriores o por qué habían terminado todos encerrados, sino para planear también futuros golpes y para crear bandas. Camerini se juntaba, entre otros, con un delincuente natural de León, con pasaporte español pero criado y cincelado en una colonia ubicada al norte de África, llamado Ángel García Menéndez.
En uno de los encuentros hablaron de una idea en concreto: dar un golpe en España, concretamente en la Costa del Sol. El objetivo era secuestrar a uno de los conocidos como 'niños ricos'. Una conversación que se repetiría en varias ocasiones hasta que Camerini decidió cumplir su amenaza de fugarse de prisión a finales de 1986. Una vez puso un pie en la calle comenzó a jactarse de la hazaña mandando cartas al alcaide de la cárcel para dar recuerdos a sus compañeros de banda. Además, se divertía enviando fotografías a los funcionarios de sí mismo y de la estatua de la libertad de Nueva York.
Pasado un tiempo Camerini se mudó hasta Málaga, donde conoció a un matrimonio francés. Jean Pierre Santoul y Nadine Etienne, una ex bailarina de strip-tease de 44 años de la que se conocía un amante adinerado. Padres de una niña pequeña llamada Melanie, Nadine había sido la encargada en otro tiempo de un club nocturno de París, antes de conocer a su marido. Camerini se divertía comportándose como un seductor por el vecindario de Marbella, donde abundaban las familias adineradas. Llevaba rosas como regalo a su anfitriona y le acompañaba a llevar a la niña al colegio.
Mientras, la policía francesa envió una carta a las oficinas centrales de Madrid alertando de una información valiosa: tenían el soplo de una conversación dentro de la cárcel en la que varios delincuentes planeaban el rapto del hijo de algún millonario en Málaga. La misiva llegó hasta el papeleo de las numerosas informaciones cruzadas con otros países y permaneció en pila, desapercibida, durante meses.
Los Nakachian, una familia millonaria y excéntrica
Raymond Nakachian, de abuelos armenios, tenía origen ruso a pesar de que su madre era una mujer griega ortodoxa adinerada que había vivido en diferentes partes del mundo: desde Estados Unidos hasta Arabia Saudí. De aspecto fornido, con cuerpo de experto en artes marciales y una calva pronunciada, Raymond había amasado una importante fortuna sumando a su herencia el éxito en distintos clubes nocturnos de Reino Unido. En uno de ellos llegó a rechazar la actuación de unos emergentes The Beatles por no pagarles 2.400 libras al mes.
Por su parte, Kimera era una reconocida cantante coreana venida a menos que había estudiado en los mejores colegios y universidades. Su familia la envió a la prestigiosa universidad parisina de La Sorbona con una única condición: que no se casase con nadie que no fuese coreano. “La familia coreana no se mezcla”, llegó a asegurar a Vanity Fair. A pesar de ello, conoció en Arabia Saudí a Raymond, ya divorciado y con un hijo, y se casaron en secreto en Egipto.
A mediados de los 80 Marbella era cada vez más un lugar de gran presencia para magnates asiáticos y del este. Así, Kimera, Raymond, la hija de ambos y el hijo mayor de Nakachian y su familia se mudaron a una urbanización de la jet set de Estepona llamada Nueva Atalaya. Allí construyeron una mansión de nombre Villa Mélodie, mismo nombre que la pequeña de apenas 5 años. Una casa que, después de los sucesos que tuvieron lugar en 1987, no volverían a abandonar hasta el día de hoy.
Una banda de atracadores llegados en yate
Mientras, Jean Louis Camerini y Nadine Etienne, con la colaboración de su marido Jean Pierre comenzaron a trazar el plan que ya se orquestó en una cárcel francesa. La mujer comenzó a llevar a su invitado a las fiestas escolares donde se reunían la mayoría de niños del colegio. Allí, Jean Louis participaría como payaso para mimetizarse entre los menores, hasta que le echó el ojo a la joven Mélodie Nakachian.
Mientras tanto, comenzaba el trabajo de campo. Camerini se lanzó a comprar apartamentos y localizaciones partiendo de un alto presupuesto del que todavía se desconoce su origen. Pero el momento más pintoresco de toda la planificación llega el 29 de septiembre de 1987, cuando desde Gibraltar llega a Estepona un yate de diez metros de eslora en el que viajaban Jean Marie Caillol y Alain Coelier, ambos miembros de la banda. Junto a ellos, varias escopetas y otras armas de fuego, además de una serie de identificaciones falsas.
Posteriormente serían contratados tanto Fredie Aubray como un individuo de nombre Georgoux, y que sería el encargado de custodiar a la víctima a la razón de 100.000 francos al día, o lo que es lo mismo, 12.000 euros de aquella época (dos millones de pesetas). También se uniría a la banda Ángel García Menéndez, compañero de Camerini en la prisión de Toulouse y cuyo nombre quedó registrado en el informe enviado a la comisaría central de Madrid.
Por último, Nadine y Jean Louise decidieron construir un agujero en el sótano de la casa en la que vivía el matrimonio y el criminal huído. En un primer momento, lo que aseguraron al marido de Etienne era que el objetivo del boquete era esconder el dinero del rescate pero, atendiendo al plan final del secuestro y la propia declaración de Camerini, el verdadero fin de aquel espacio era esconder el cadáver de la pequeña Mélodie de 5 años si sus padres no pagaban.
El golpe
El 9 de noviembre Raymond Nakachian hijo y su mujer Deborah Kallenbach llevaron con un BMW rojo a su hermana y a su propia hija al colegio. Lo que no parecieron percatarse era de que, durante todo el camino, había otro vehículo siguiéndoles sigilosamente. La atención de Raymond jr estaría en cualquier parte menos en la furgoneta blanca que les asaltó en la carretera y con la que chocaron estrepitosamente. De ella bajaron cuatro hombres con pasamontañas armados con dos escopetas, una pistola y un aerosol. El chasquido del arma corredera hizo el resto.
Los cuatro atacantes dejaron al matrimonio helado del shock e introdujeron rápidamente a Mélodie en la furgoneta, que se perdió en el horizonte junto con el coche que les seguía desde el inicio del trayecto. Precisamente la inacción de Raymond hijo fue lo que le costaría a la postre su relación con su padre. “Tenían escopetas. Si me llego a enfrentar a ellos nos hubieran matado a todos”, se explicó cuando tuvo que darle a su progenitor la terrible noticia. El patriarca Nakachian, entrado en cólera y le recriminó no haber dado su vida para salvar a su hermana.
“¡Yo le hice ingresar en el ejército británico! Le envié ahí para centrarlo, porque era un chico muy difícil. Estuvo seis años. ¡Me lo llevé a Arabia Saudí y luego me lo traje aquí!”, contaba a Vanity Fair en 2011.
“Si no paga es porque no quiere”
En el mismo momento del rapto la historia tomó alcance nacional y tanto el Ministerio del Interior como la dirección de la Policía echaron el resto para rescatar a la niña de 5 años. Enviaron a Pedro Rodríguez Nicolás, comisario general de la Policía Judicial, y al comisario Ricardo Ruiz Coll a ponerse al cargo de 100 efectivos que dieran con los captores de Mélodie. No obstante, los Nakachian no tuvieron noticias de los secuestradores hasta dos días después del golpe, en el que un hombre con fuerte acento francés y gran confianza pidió algo más de 10 millones de euros por el rescate de la niña.
Tanto Kimera como Raymond Nakachian se hicieron con el foco mediático del caso. Ella, característica por usar gran cantidad de maquillaje y él, de aspecto rudo pero de incontrolables emociones, aseguraron a la prensa que, a pesar de las apariencias, no tenían la cantidad que pedían. España se movilizó y comenzó una recaudación masiva de donaciones, entre los que se encontraban círculos de empresarios que se ofrecieron a pagar un buen porcentaje del precio por el rescate. No obstante, y en medio de la etapa más dura de ETA, el Gobierno mantenía una fuerte restricción a desembolsos desorbitados de dinero para evitar, precisamente, el pago inmediato de rescates.
Así, comenzó un juego de regateo en el que la familia presionaba a la banda con que no habían podido acumular el importe, mientras ellos bajaban la cifra a regañadientes, no sin mandar un mechón de pelo. Desesperada, la banda optó por captar aún más la atención de la prensa llamando al diario ABC para devolver la pelota a la familia: “Soy el del mechón. Ya sabe a qué me refiero. Rebajamos la cantidad a cinco millones. Sabemos que sólo la casa vale ocho millones de dólares. Si no paga es porque no quiere. Ésta es la última comunicación”.
En medio de las negociaciones, una luz se le iluminó a Rodríguez Nicolás. La voz del contacto, que se hacía llamar “Oscar” y su fuerte acento francés le recordaron a una carta perdida entre las informaciones habituales de la policía francesa y en la que avisaban de una banda dispuesta a secuestrar a una niña en Marbella. Y en esa carta había un nombre: Ángel García Menéndez.
“Papá, si no pagas me matan”
Mientras, la operación seguía su curso y el plan iba según lo previsto. La banda de Camerini movía a la niña entre pisos francos escondida dentro de una mochila de deporte y siempre al cuidado de Constant Georgoux. La estrategia era bajar moderadamente el precio del rescate y, una vez hubiesen recogido el dinero, llevarlo hasta un montículo y descolgarlo hasta otro punto donde un compinche lo recogería para esconderlo.
Eso sí, las negociaciones no iban todo lo bien que esperaban, y tuvieron que bajar la extorsión hasta los 5 millones de dólares. Ni siquiera las amenazas de que dejarían a Mélodie sin comer sirvieron para que la familia Nakachian pagase. Mandaron una foto de la pequeña con dos coletas, cara de espanto y sosteniendo una portada del Diario 16 con la fecha del día anterior al envío para demostrar que la niña estaba bien. Y, con ello, una cinta dedicada a su padre:
“Papá, yo quiero ver a mamá y a mi hermanito chico. Papá, ¿por qué no pagas? Estoy muy triste, quiero verte. Si tú no pagas yo después estaré muerta. Si tú no pagas yo estoy muy triste, quiero verte la cara muy pronto. Estoy muy triste. Te quiero ver, papá, papá. Estoy muy triste...”
Pero Jean Louis Camerini no parecía inmutarse por el revés de la operación. De hecho, seguía realizando las tareas del día a día con normalidad, incluso con actitud de chulería y soberbia. Una de esas actividades fue precisamente el último clavo en el ataúd de la banda: una simple carrera de 'footing' fue lo que puso punto y final a uno de los secuestros más mediáticos de la historia de nuestro país.
Un sacerdote resuelve el caso
Un cura, un simple cura fue quien destapó a los implicados en la trama. Mientras Ruiz Coll y rodríguez Nicolás continuaban cercando a Menéndez y el resto de sospechosos en la Costa del Sol, una pista les cayó del cielo. En la carrera diaria habitual de Camerini, su cartera se cayó al suelo de manera repentina. No pareció darle más importancia, pero en ella acumulaba algo menos de 7.000 francos y varias notas escritas a manos en las que se mencionaba la palabra “secuestro”, “rescate” y “Mélodie”. Fue un cura quien la encontró y la llevó hasta la comisaría más cercana.
Aun así, Camerini no dejó de salir a correr y, con la cartera en la mano, la policía no tenía más que seguirle la pista para ir destapando cada localización y apartamento en el que tenían encerrada a la pequeña. Finalmente, un 20 de noviembre y 11 días después del golpe, un despliegue de agentes GEO sin precedentes allanaron cada vivienda que sabían que formaba parte de la operación.
En una de ellas localizaron a la pequeña junto a Fredie Aubray y Georgoux. Este último hizo el amago de alcanzar una de las escopetas que tenía escondidas debajo de la almohada y recibió un disparo en el pecho que, milagrosamente, no terminó con su vida. Más suerte corrió Camerini que consiguió escapar junto a Coelier, el capitán del yate, antes de ser interceptados en una gasolinera de San Pedro de Alcántara cuando conducían un Renault 5 de color blanco.
La mayoría de la banda recibió penas de cárcel de entre 10 y 16 años por secuestro, menos Jean Louis Camerini que, por ser el cerebro de la operación, fue condenado a 21 años más los 12 que tenía pendiente por un caso de tráfico de armas en Barcelona. Pero, y a pesar de lo que se conocía hasta el momento, habría una figura por conocer y que era quien realmente se encontraría tras el secuestro de la niña de 5 años: Nadine Etienne.
La mujer de Jean Pierre Santoul fue condenada a 4 años por falta de antecedentes y por el atenuante de tener una hija de 5 años a su cargo. No obstante, apenas dos años después, en septiembre de 1993 el Tribunal Supremo decretó que Nadine era el verdadero cerebro de la banda, la que había recaudado el dinero inicial para el despliegue de medios y que todo ello lo había hecho, y esto ya eran suposiciones, a través de un tercero con el que estaría involucrada sentimentalmente. Ella era la que había llevado a Camerini hasta el colegio y quien había elegido a la pequeña Mélodie como el objetivo, además de participar en el equipo de apoyo y búsqueda que acompañaba a los Nakachian. Fue condenada a 12 años de cárcel.
25 años después del caso, Raymond confesó en una entrevista que sigue sin hablarse con su hijo mayor, al que nunca perdonó que no impidiese el rapto de su hermana. Además, envió a Estados Unidos a la pequeña Mélodie, que ya tiene 38 años, y que todavía conservan y viven en Estepona y en Villa Mélodie, a pesar de que acumula más de 2 millones de euros en deuda: “ No hay banco en el mundo que me saque de aquí, donde Mélodie se ha criado, donde sufrimos su secuestro y logramos su rescate… No quiero salir de Villa Mélodie”. Raymond falleció en la misma casa en junio de 2014.