6ª FERIA DE SAN FERMÍN

A hombros Roca y Rufo mientras Perera, con el toreo más auténtico, solo corta una oreja

El peruano corta tres orejas y el toledano dos. El extremeño se la jugó con el complicado cuarto y paseó un trofeo.

Andrés Roca Rey y Tomás Rufo, a hombros este miércoles en Pamplona

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Los toreros Roca Rey y Tomás Rufo, gracias a una actuación sobrevalorada con tres y dos orejas, respectivamente, salieron hoy a hombros de la plaza de Pamplona, mientras que Miguel Ángel Perera, que tuvo una tarde redonda y de gran autenticidad, salió a pie tras pasear una sola oreja tras jugársela limpiamente con el peor toro de la corrida de Fuente Ymbro.

En la monumental de Pamplona, durante estas báquicas fiestas, se producen a veces afrentas tan sangrantes como la de hoy, en la que faenas de auténtico mérito pasan desapercibidas para la masa, sobre todo dependiendo del momento de la corrida en que sucedan, al tiempo que que otras se jalean como auténticas obras de arte cuando no dejan de ser una sucesión de alardes para la galería.

Y eso es lo que sucedió hoy de forma clamorosa, ya desde la lidia del primer toro, cuando Perera se impuso con asiento y un perfecto gobierno a un muy serio ejemplar de Fuente Ymbro, de "solo" 520 kilos, noble pero que se movió casi a regañadientes y sin rematar sus embestidas, con tanta facilidad en su clásico planteamiento que apenas recibió una tibia ovación tras ponerle fin con el acero.

Pero aún más injusto fue lo del cuarto, un auténtico "tío" y con una astifina y larga cuerna que asustaba ya de por sí. Y aún más temible fue su comportamiento inicial ante la muleta del extremeño, porque todo lo que, tras las varas, el animal desarrolló un gazapeo reservón, siempre probando y ciñendo sus arrancadas con ásperas y muy peligrosas intenciones.

Y mientras solo se oía el ruido del papel de aluminio cuando se desenvolvían los bocadillos de la merienda, Perera optó por jugársela y someter al complicado cornalón a base de esa férrea quietud que le caracteriza, aguantando coladas y tornillazos sin despegar las zapatillas de la arena y evitando con temple y mano baja los enganchones.

Así fue como, entre un distanciado silencio de la masa, el veterano torero de Badajoz fue poco a poco desengañando y llevando a más las inciertas embestidas hasta conseguir cuajar al bronco dos inmensas series de naturales, de trazo largo y hondo, sacando siempre los vuelos del engaño bajo la pala de los buidos pitones. Sin duda, y de momento, la faena de la feria.

Pero la cuestión es que apenas se valoró mínimamente por un público con las manos y las bocas ocupadas para aplaudir o jalear, motivo por el que, tras su largo, y por eso aún más meritorio, esfuerzo, Perera tuvo que conformarse con una oreja casi de "consolación" en vez de con un triunfo sonoro a tono con lo realizado sobre la arena.

En cambio, a Roca Rey y a Tomás Rufo prácticamente les regalaron sus salidas a hombros por trasteos de escasa consistencia, pero que tuvieron el broche de una estocada de rápido efecto, algo que en esta plaza, ya por sí solo, es garantía de premio más allá de lo sucedido con anterioridad.

Al peruano le dieron dos apéndices del alirado segundo, astifino desde la cepa, que no se empleó mucho pero al que aprovechó las inercias en un par de tandas después de un inicio efectista con las dos rodillas en tierra y antes de que el Fuente Ymbro perdiera celo y le permitiera ejecutar el "arrimón" de rigor y demás parafernalia para la galería, aunque en este caso sin apenas emoción.

No hay duda de que Roca es, desde hace ya casi una década, uno de los toreros predilectos de las peñas y de la sombra, por lo que cuenta en los tendidos con auténticos "hooligans" que incluso le pidieron otras dos orejas más del quinto, que se defendió un tanto por sus medidas fuerzas y al que él no logró asentar en un trabajo inconcreto y casi intrascendente.

Y otra exagerada recompensa de dos trofeos tuvo Tomás Rufo del tercero, un bajo y fino "fuenteymbro" que se movió noblón y sin apenas complicaciones, casi saliéndose de los embroques, y al que el toledano sujetó con desiguales ajuste, temple y sinceridad, aunque con la suficiente vistosidad y apariencia para que le premiaran con demasiadas creces tras una estocada caída al primer intento, lo que ya no sucedió con el sexto, otro mansote con el que no terminó de asentarse.

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