Talavante se queda a un paso de la Puerta Grande con un notable “Rebeco” de Juan Pedro

El extremeño cuaja una profunda e inspirada faena al único toro con fondo bravo de la corrida de Juan Pedro Domecq.

Natural de Talavante al quinto toro de Juan Pedro Domecq al que cortó una oreja

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el - Actualizado

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Sin titubear. Sabedor de la clase suprema que había apuntado “Rebeco” en los capotes, Talavante se echó la muleta a la zurda y comenzó a explayarse en el toreo al natural. Liquido el temple, profundo el trazo. El extremeño levantaba una tarde a la deriva con su mejor versión, con la que algunos ya no pensaban encontrarse tras su vuelta a los ruedos hace unos años. Con una hondura máxima, como el ajuste en los embroques. Todo a golpe de inspiración, como esa arrucina de espacios imposibles o esos tres molinetes que pasaron de ser adorno a toreo fundamental por el mando y expresión que tuvieron. Y el toro de Juan Pedro Domecq sin bajar revoluciones. El milagro de la bravura, ver embestir a un toro así con sus 672 kilos a cuestas. Desmontando mitos. Todo estaba a punto para la primera Puerta Grande de esta feria que tanto se resiste. Pero la espada de Talavante viajó baja y todo quedó en una oreja cortada y paseada a ley.

El resto de la corrida del hierro ducal estuvo lastrada por el pobre fondo de casta que trajeron los toros desde Lo Álvaro. Mucho tonelaje pero poco motor.

Talavante lidió en primer lugar un toro que había embestido con buen estilo en los primeros tercios pero que llegó al último sin muchas ganas de pelea. Y ya se sabe… dos no se pelean si uno no quiere. Y el de Juan Pedro no quiso.

Morante fue abroncado en su primero después de un prometedor prólogo muleteril tras el que el sevillano se dedicó a quitarle las moscas al toro entre el lógico enfado del personal.

Quiso redimirse el de La Puebla en un quite posterior al tercer toro al que enjaretó tres verónicas y una media con sabor. Pero el público se seguía acordando de su actitud pasota. Con el cuarto hubo algún apunte en las primeras tandas pero el de Juan Pedro pronto sacó la bandera blanca de la rendición. A Morante le queda aún el cartucho de la Beneficencia en una feria que se le está haciendo bola una vez más.

Pablo Aguado cerraba cartel y de sus muñecas brotaron los lances de capote más luminosos de la tarde. Fue en el tercero, jugando los brazos y acunando la embestida del toro con temple y mimo. Como sentido fue el inicio de faena con un trincherazo tan redondeado como suave que ligó a un cambio de mano y un pase de pecho que despertaron unas ilusiones que pronto el toro, venido a menos, se encargó de desvanecer.

El voluminoso sexto, con sus más de seiscientos kilos, acusó en demasía su paso por el caballo y Aguado se quedó con el molde hecho sin posibilidad de mostrar poco más que su empeño por agradar.

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