MADRID

Téllez hace el toreo en Las Ventas con buena novillada de Los Maños

El novillero madrileño emborronó una obra cumbre queriendo matar sin muleta. Los utreros de José Luis Marcuero se presentaron en Madrid con notable alto

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La noche de los viernes se ha convertido en una cita tan habitual como la del gran hermano y el confesionario. El “súper” del taurino ha sido el novillo y la llamada de Simón ha calado en el aficionado venteño y en el intrépido asiático, capaz de la mejor foto y de la más audaz onomatopeya. Un conglomerado de opiniones y unas cenas que ya quedan lejos, pero que han dejado un calado hondo en Madrid. El reality show que se ha inventado el empresario francés ha tenido dos protagonistas. Uno por bueno, el ganado y otro por mediocre, el novillero.

Hay que quitarse el sombrero con el equipo de veedores de Simón Casas. En conjunto, las novilladas nocturnas han destapado las vergüenzas de un escalafón, el novilleril, que adolece de afición y desprende un tufillo “postureta” que no va más allá de la foto y el mensaje épico y utópico de Instagram y derivados. Quitarse el sombrero, escribo, por el acierto en la selección del ganado, tanto en presentación como en juego. Muchos han sido los utreros que han surcado la arena de Las Ventas y que se han ido al desolladero con las orejas puestas y con las embestidas intactas. Tiempo de reflexión y de reinventarse. El relevo generacional no está, ni mucho menos, asegurado.

Como en todo, hay excepciones. Una de ellas vino al mundo un 6 de junio de 1998 bajo el nombre de Ángel y cuyo padre se apellida Téllez. 20 años después, ese joven ha dicho el toreo en Madrid. Salió engallado y badanudo el tercer novillo de Los Maños. Lo recibió Ángel Téllez con un ramillete de verónicas sencillamente soberbio. Si bien se vio en un brete para dejárselo en suerte al varilarguero –se

desplomó en la cara del toro y el destino hizo el resto-, convirtió el inicio de faena en un nodo taurino. Exquisito, templado y sentido el prólogo, que dio paso a una labor cuajada y torera.

Cuando agarró la pañosa con la zurda, el trasteo apuntó cotas altísimas. Los olés hicieron eco en los tristes y vacíos tendidos madrileños. Con medio novillo, la ambrosía muletera de Ángel Téllez se apoderó hasta del 7. Pero como no existe la perfección, el madrileño echó por la borda tamaña obra queriendo estoquear sin muleta. Un crimen no matar a ese novillo. Sirva el oxímoron para resumir lo que sucedió en el ruedo. Todo quedó en una desabrida ovación.

Con el sexto, un novillo serio, astifino y bellísimo de capa, Ángel Téllez se lució al natural. De uno en uno, recordando a un joven diestro de Galapagar con uno de Alcurrucén en el mismo escenario y allá por 1997. Ni este Capitán se pareció a aquel Corchito ni muchísimo menos Ángel Téllez ha toreado como aquel día José Tomás reventó Madrid. Pero en ese aire anda, en el del toreo puro. Faena inventada, con aplomo y descaro. Al final, el toro se echó aquejado de la paliza que recibió en varas. No dio lugar a la suerte suprema y sí a la bronca generalizada.

Jesús Fernández apuntó, pero no acertó a disparar. Tuvo enfrente un lote digno de Puerta Grande. Vaya por delante que su escaso oficio acrecentó la dificultad para exprimir a sus oponentes. El que abrió la tarde, un ensabanado de cartel de toros, fue extraordinario. Dejó una media verónica sensacional en el saludo y una tanda por el pitón derecho templada, lucida, torera y, por qué no, “arrebatá”. Las “chocolatinas” finales, que diría mi querido José Miguel, fueron soberbias. La estocada hizo guardia y emborronó su labor. Por el contrario, Fernández ahogó a su segundo oponente y este echó la persiana. Nada reseñable en el cuarto acto.

La tarde de Aquilino Girón no pasará a la historia del toreo. Quedó inédito en su primero, que le propinó una fea voltereta tras conquistar sus terrenos. Con el quinto se fue a porta gayola, con suerte y sin hacer la suerte. La lidia resultó caótica con la noche ya encima. Por cierto, qué bonita es la plaza de noche y cómo sería verla llena. Después de la masacre en varas, Girón se pegó un arrimón innecesario y se llevó dos “collejas” también innecesarias. Una sinrazón que, asombrosamente, levantó la ovación de los más reaccionarios. Y es que cada día se da cuenta uno de que sabe menos de toros.

Madrid, viernes 24 de agosto de 2018. Casi un cuarto de entrada, 5922 espectadores.

Novillos de 

, extraordinariamente presentados, muy astifinos, encastados y de buen juego en líneas generales. Los mejores, 1º y 3º; 4º de gran clase y poco fondo. 2º y 5º, muy parados.

Jesús Fernández, silencio tras aviso y silencio tras aviso.

Aquilino Girón, silencio y ovación con división al saludar.

Ángel Téllez, ovación con saludos y silencio.

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