Olga Merino:“Cada frontera es una cicatriz.Tras la URSS se pudo gestar un espacio sin alianzas militares"

La periodista presenta en Córdoba su “Cinco Inviernos” en el que relata sus vivencias en la Moscú postcomunista.No cree que haya guerra en Ucrania: “Las culturas están muy ligadas"

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Olga Merino:“Cada frontera es una cicatriz.Tras la URSS se pudo gestar un espacio sin alianzas militares"

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el - Actualizado

6 min lectura

La periodista barcelona Olga Merino se fue a Moscú en diciembre de 1992 cuando los pilares sobre los que se cimentaba el sistema soviético ya se habían derribado. En su interesantísimo libro recién publicado “Cinco Inviernos” (Alfaguara) explica de una manera muy íntima cómo era su día a día como corresponsal de El Periódico y también el de los ciudadanos de un imperio en descomposición. Lo presenta en Córdoba este jueves en “La República de las letras” a partir de las 19.30.

-Cuenta en su libro que la forma más habitual de saludarse en Rusia es decir “Normal”. ¿Qué se puede decir de bueno, y de malo, del carácter eslavo?

-La verdad es que somos muy parecidos en algunas cosas. Son muy pasionales los rusos, muy románticos e idealistas. La gran Revolución de Octubre fue una gran utopía. El Quijote, por ejemplo, tan idealista, podría ser perfectamente un personaje ruso.

-Dijo David Remnik, premio Pullitzer y autor de La tumba de Lenin, en una entrevista para Jot Down que cuando vivía en la Unión Soviética, al final de los años 80, “nadie habría imaginado que en 1991 el Imperio rechazaría el comunismo y colapsaría. Nadie”. ¿Esa sensación de incredulidad la percibió usted cuando llegó en 1992?

-Incredulidad y orfandad absoluta. Se arrió la bandera soviética del Kremlin el día de Navidad de 1991 y millones de personas quedaron en la más absoluta intemperie. Todo en lo que había creído, el país en el que existían... dejó de existir. Y sumió a muchos de ellos en la más absoluta pobreza.

-“Vivir solo en Moscú es romper una pizza congelada a martillazos para comerse el resto otro día” llega a escribir en su “Cinco Inviernos”. ¿Cómo era el día a día de un moscovita en esos días inciertos de cambio de tiempo?

-Todo era muy difícil en la intendencia doméstica. En mi caso, como vivía sola, al ser tan difícil conseguir una pizza y no poder tomármela entera, por eso decía lo de los martillazos. Perder una llave y hacer una copia, encontrar un fontanero, comprar una mesa, las temperaturas... Todo era muy complicado. El invierno era muy difícil por la carestía de frutas. Apasionante como periodista y en lo personal, por otra parte.

-Encontrar un plátano sería misión imposible en esos tiempos en Moscú, ¿no?

-Pues sí. Recuerdo que había tanto deseo por fruta a un señor normal como tú y yo entrar en una tienda de comestibles con un billete de mil rublos porque deseaba una mandarina y la tendera estuvo pesándolas una a una para ver si alguna costaba ese precio. El pobre hombre se tuvo que ir sin su mandarina porque la hiperinflación hacía imposible la vida.

-Dicen que la historia es pendular. No sé si eso también es aplicable a la historia rusa.

-Pues sí. Y además tienen una historia muy trágica. Cuando repasas la construcción de la Revolución fue terrible. El pago por la colectivización agraria, la hambruna que hubo... el estalinismo, los años treinta, el gulag... El precio que pagó la URSS en la Segunda Guerra Mundial, que muchas veces se olvida el papel tremendo de la Unión Soviética, que tuvo entre veinte y veinte y seis millones de muertos, que se dice pronto. Y ahora parece que repetimos con Putin los viejos autoritarismos soviéticos.

-Explica en sus páginas un sueño que tuvo de un viaje en Vespa a Kiev, algo que ahora es imposible si uno parte de Moscú. ¿Cómo explicar en occidente que el primer rus, el germen de todas las Rusias, está precisamente en la capital del país con el que ahora andan a tortas.

-El otro día llamaba a un buen amigo mío, Yuri, una de las dos personas a quien está dedicado “Cinco Inviernos” y le pregunté si habría guerra. Él me dijo: “Pero, ¿qué guerra? ¿Cómo vamos a pensar en matar a nuestros hermanos ucranianos si sería como cortarnos una pierna? Las culturas están íntimamente ligadas. De acuerdo que hay una pulsión nacionalista fuerte. Digamos que Ucrania está partido en dos: una mitad occidental nacionalista que habla ucraniano y otra oriental rusófona y prorrusa. Pero los lazos son tan grandes... Escritores como Bulgakov que nació en Ucrania o “El jardín de los cerezos” de Chejov está ambientado cerca de Jarkov, en Ucrania. Siento mucha pena por este tema, la verdad.

-El otro día el ex ministro Margallo habló de la necesidad de que se replantee la política de la Alianza Atlántica y de la Unión Europea sobre Donetsk, Lugansk y en general toda Ucrania. De hecho, llegó a decir que a Ucrania no le conviene entrar en la OTAN. Usted en twitter fue más gráfica: “La OTAN también necesita una colleja”. ¿Ve posible el final de este conflicto? ¿Entiende la postura de Rusia?

-La verdad es que sí. Hemos perdido treinta años de oro. Recuerdo a principios de los noventa, cuando estaba Gorbachov se hablaba de construir la gran casa europea de Lisboa a Vladivostok y se llegó a hablar de la posible vinculación especial de Rusia con la OTAN. Sin embargo, la OTAN se fue ampliando hacia el Este. Si la OTAN fue una alianza militar del 48 según la cual si un aliado era atacado todos los demás se sentirían en la obligación de defenderse... esta última ampliación contra quién es. ¿Quién es el enemigo? ¿Rusia? Se ha perdido la oportunidad de haber hecho de Europa un espacio libre de alianzas militares y liberado un poco de la tutela de Washington. En Europa cada frontera es una cicatriz. Ya hemos sufrido bastante. Llámame ilusa, pero veo difícil solución. Ucrania es, claro, un país soberano y tiene derecho a llamar a la puerta de quien quiera, pero las cosas hubieran sido más fáciles si la OTAN hubiera dejado su frontera donde estaban en el 97.

-En el libro cita a Julio Ramón Ribeyro antes de entrar en faena: “También mueren los lugares donde fuimos felices”. ¿Qué ha quedado de Rusia en usted? ¿Ha regresado alguna vez desde su vuelta a España? ¿Cree que encontraría algo de lo que aquello fue?

-Volví una década después y quiero volver pronto a ver si pasa esta pandemia. Lloré en mi regreso porque ya no era mi Moscú. Llegué en 1992 a un país de hormigón, grandes avenidas y mal iluminado y donde no había anuncios de nada... y cuando volví diez años después el cambio fue brutal: casinos, tiendas de todo, lujo... Y lloré cuando en los Grandes Almacenes Gum al lado de la Plaza Roja vi la profusión de alimentos y cosas ricas que no habríamos ni soñado comprar en esos tiempos. Mi Moscú había dejado de existir.

-Por último: ¿A quién le puede interesar este “Cinco inviernos” aparte de a periodistas y rusófilos?

-Le puede gustar también a quien le interese cómo ha cambiado el periodismo y cómo era antes de internet y los teléfonos móviles. También a quien le guste los diarios de escritores, porque esto es mi caja negra de cómo luché y me convertí en escritora. En general, a quien sienta curiosidad por el mundo y por la vida.

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