EL CABRIL

Pilar Fatás: "Las paredes de las cuevas de Altamira eran las redes sociales de la prehistoria"

La directora del Museo de Altamira visita El Cabril, en Hornachuelos, y reflexiona sobre los paralelismos arqueológicos que ambos espacios comparten

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Laura García

Córdoba - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Pilar Fatás es arqueóloga, prehistoriadora y directora del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira desde el año 2016. Su trabajo consiste en ahondar en las huellas del pasado y reconstruirlo, tratar de entenderlo, para realizar la tarea divulgativa de darlo a conocer a la humanidad del presente. Recién llegada a El Cabril, en Hornachuelos (Córdoba), el único almacén de residuos de muy baja, baja y media actividad que hay en España, se hace la primera pregunta: "¿Por qué he sido yo invitada y no otra persona?". En seguida llega a la respuesta: los residuos que queden enterrados en El Cabril se transformarán en el objeto a estudiar por los arqueólogos del futuro. Ahí está la conexión entre su trabajo y el lugar que está a punto de visitar.

Esos arqueólogos podrán adentrarse en El Cabril en un futuro ciertamente lejano, porque los residuos que se encuentran ahora en tratamiento, hasta que queden desmanteladas todas las centrales nucleares de España, deberán estar enterrados y vigilados durante una media de 300 años para que su nivel de radioactividad disminuya a los niveles propios del entorno natural. "Sin duda, cualquier cosa que esté enterrada es objeto de la arqueología. La cuestión está en que aquí documentan muy bien todo y el trabajo de los arqueólogos estará prácticamente hecho", expresa Fatás. Hay paralelismos entre la labor de la arqueóloga y el centro al que ha sido invitada también en cuestión de radiación. Ella, con la responsabilidad que el cargo le otorga, también realiza continuos controles del nivel de radioactividad natural que generan las cuevas de Altamira con el radón, un gas incoloro e inodoro que se genera por la desintegración natural del uranio en suelos y rocas.

El Cabril se ubica en Córdoba motivos históricos. Fue allí, en Hornachuelos, donde se empezaron a almacenar residuos radioactivos por primera vez en los años 60, de forma clandestina, en una pequeña mina de uranio en desuso. No fue hasta 32 años después, cuando el centro que hoy conocemos almacenó el primer contenedor en una de las celdas de su plataforma norte. Desde entonces, la instalación ha venido a dar solución a los residuos procedentes de hospitales, centros de investigación, industrias y otras instalaciones nucleares y radioactivas de todo el país. En el año 2020, en plena pandemia, El Cabril recibió 2.374 metros cúbicos de residuos radioactivos. Ahora, se prepara para almacenar más de Ahora, se prepara para almacenar más de 2.000 toneladas de residuos procedentes de la primera fase del desmantelamiento de la central nuclear de Santa María de Garoña, la segunda gran central nuclear que comenzó a operar en España (tras Zorita), localizada en Burgos.

Almacenamiento de residuos radioactivos de muy baja actividad en El Cabril

Todo este trabajo se hace bajo una cadena de seguridad perfectamente engranada. Esto es lo primero que llama la atención a la directora del Museo Nacional de Altamira en su visita: "Me he quedado gratamente sorprendida. Me ha sorprendido mucho lo riguroso que es este centro en trabajar para la seguridad de las personas, para el medioambiente, la transparencia... Y cómo se está divulgando el trabajo que hacen para que la ciudadanía lo entendamos", explica.

La arqueología del futuro

"Será distinta, seguro. Nosotros estamos haciendo arqueología prehistórica, de un momento en el que no había escritura y eso nos permite recuperar hasta el más mínimo grano de polen del sedimento para tratar de recomponer, como en un puzle, la vida del pasado", expone la historiadora. En el futuro, la arqueología se planteará en otros términos. Será diversa, explica, "porque los residuos que estamos generando en la actualidad serán muy distintos y hay mucha documentación. Estamos en la era de la comunicación y habrá que ver qué hacen los arqueólogos del futuro con todo ello". Probablemente, no seamos nosotros quienes lleguemos a verlo, pero seguro quedará registrado en los álbumes de la historia en formatos muy distintos a los de hoy.

En esta era de la comunicación, existe una analogía contenida entre los impulsos últimos que llevaban a los primates a dejar marcadas las paredes de las cuevas, y los que hacen al humano de hoy compartir sus experiencias a través de la pantalla del smartphone. "Después de siglos interpretando el arte rupestre, la teoría principal es que era un mero medio de comunicación. Hay muchas características que así lo indican, como que ellos representaban eminentemente a los animales, pero no a todos. Hacían una selección, con una intención, de los animales que querían representar. Otro ejemplo es que no hay dibujos del medio vegetal, o de los astros. Cuando representan a personas, por otro lado, lo hacen de una forma naturalista, mezclando rasgos animales y humanos", reflexiona Fatás.

Entre ambos humanos, separados por varios siglos, admite la arqueóloga que "aún nos queda por aprender de ellos a ser sostenibles, consciente de que nuestros recursos son limitados".

El Museo de Altamira, un atractivo cultural y turístico

La Cueva de Altamira, Patrimonio Mundial por la UNESCO, está gestionado por el museo que dirige Fatás, que reproduce a la perfección el interior de esa cueva. Por razones de conservación, la cueva tiene una capacidad de cinco personas, una vez a la semana, -250 al año-, que es el máximo de visitas que se pueden realizar sin desencadenar factores que podrían suponer un riesgo de deterioro. Por eso se construyó hace 20 años el museo.

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