CULTURA

El elixir de amor se traslada en Granada a los años ochenta

La producción de Juventudes Musicales ofrece un sobresaliente nivel artístico y está a la altura de las mejores representaciones de esta famosa ópera

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Jorge de la Chica

Granada - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Como un éxito cabe calificarse la nueva producción de Juventudes Musicales de Granada que ha puesto en escena El elixir de amor de Donizetti. El primer acierto ha sido la elección del título, una obra divertida y de gran calidad que por algo está entre las partituras de su género más representadas cada año, señal inequívoca de que no ha perdido su vigencia. Pero el gran mérito está en la categoría de la representación, con unos solistas de primer nivel y un coro extraordinario.

Viaje a los años 80

Desde hace ya varias décadas, se ha puesto de moda dar libertad al director de escena para trasladar el espacio temporal en el que se representan clásicos, como esta obra de Donizetti. Nadie, por lo general, se atreve enmendarle la plana al autor de la música, pero sí es bastante común llevar la obra a un contexto temporal diferente. Más allá de lo que puede suponer la actualización de argumentos que se podrían calificar como universales, los resultados son a veces son, como en esta ocasión, satisfactorios, al margen de las opiniones de los puristas. Los aficionados recordarán todavía cuando hace unos años una producción del Teatro Real llevó El elixir de amor hasta una playa y ahora Juventudes Musicales de Granada ha tenido la iniciativa de trasladarla a un ambiente “ochentero”. El pasado siempre tiene vigencia y aquella década, no tan lejana en el tiempo, dispuso también su encanto, acrecentado para algunos por la nostalgia. Para ello ha sido necesaria la participación de Tete Cobo como director de escena, el mismo que el año pasado participó en una producción similar, la de Cavallería rusticana.

El planteamiento escénico, como en la citada representación de 2023, fue minimalista. Proyecciones al fondo, algunas sillas cuando se hacía preciso y varias telas colgadas que aparecían y desaparecían ha sido todo el atrezo que se utilizado. El suficiente incluso para dotarlo de cierto aire de modernidad. Siempre cabe preguntarse si esta elección es fruto de una cuestión económica o de una decisión ex profeso, pero en cualquier caso el resultado es correcto. El apoyo de una iluminación adecuada a cargo de Tomatierra y un vestuario del que fue responsable José Riazzo, con una caracterización a cargo de Javier Dereux, unidos a una peluquería historicista que reflejaba fielmente la época, puso el resto.

Solistas

Pero no nos podemos olvidar, que la música es el nudo gordiano en torno al que se construye una producción ópera y en donde cimenta gran parte su éxito. En este capítulo el brillo ha resultado extraordinario, con un elenco de gran nivel. Juan de Dios Mateos como Nemorino, aprovechó lo que de actor debe tener el intérprete de este personaje, para mostrar unas dotes indudables. Sobre el recaía, además, el momento culminante que llega con la famosa aria Una furtiva lágrima. Sofía Esparza en el papel de Adina, derrochó cualidades vocales. Diego Savini en el rol de Dulcamara, estuvo sobresaliente, adueñándose por momentos de la escena. Teresa Villena encarnó a Giannetta y sobre ella mantenía el mayor peso de la acción durante muchos momentos y en esto hay que calificarla como sobresaliente.

Pablo Gálvez

Capítulo aparte merece Pablo Gálvez que representó a Belcore. No es necesario recurrir al paisanaje para subrayar su categoría. Barítono de una calidad incuestionable y también actor de variados registros, con efectos cómicos, amabilidad y gran personalidad. Sin duda, una figura de la lírica y de la escena, acompañado por un físico atractivo y uno de esos artistas que pasean con orgullo el nombre de su Granada y Guadix por los teatros del mundo. Nos podemos sentir orgullosos.

Un coro magistral

En esta obra, el papel del coral es fundamental y el Coro de Ópera de Granada, dirigido por Pablo Guerrero, estuvo al mejor nivel que podamos imaginar. Es difícil hacerlo mejor. Podríamos afirmar, sin caer en la exageración, que la suya fue una actuación de lujo. En el foso estuvo la Orquesta Filarmonía Granada, la creación de Ricardo Espigares, el director de la Banda Municipal de Guadix, integrada por jóvenes talentos de la música y a la que la batuta de Alessadro Palumbo supo conducir con acierto, del mismo modo que lo hizo con los cantantes.

Una producción para exportar

En suma, una iniciativa, la de producir una ópera, que ya se prolonga con tres ediciones, cuyo resultado está avalado por un público entusiasta que llena todas las sesiones y los ensayos abiertos y que es la punta de lanza de la importantísima labor cultural de Juventudes Musicales. Este tipo de representaciones son además una llamada de atención sobre la necesidad de dotar de más medios e infraestructuras al teatro lírico granadino. Además, como ha sucedido con la temporada estable de zarzuela que ha promovido la Asociación Músico Coral García Lorca, son producciones que por su categoría merecerían ser llevadas a otros escenarios de España, porque por su calidad invita a ello, pudiéndose convertirse en magníficos embajadores de lo que se hace en Granada por la cultura.

No podemos concluir esta crónica de El elixir de amor sin resaltar la labor titánica de la producción, al frente de la cual se encuentra Dolores Hernández, la presienta de Juventudes Musicales de Granada. Hay una deuda, al menos moral, para quienes con un esfuerzo digno de encomio, han puesto en pie algo de esta envergadura.

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