Jaén - Publicado el - Actualizado
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Cuando mi hermano Jesús la hubo sacado para la comida en casa de mis padres, pensé que se había equivocado. Estábamos en los aperitivos y la etiqueta de aquella botella parecía de un güisqui. Del caro, eso sí. Pero güisqui. Mientras vertía el aceite en los platos y repartía pan para que lo probáramos, nos contó “me lo ha regalado Javier Hermoso. Es de una almazara, Aceites Hacienda El Palo de Villargordo, cuyos dueños son amigos suyos. Envasan bajo dos denominaciones, Bravoleum y Hacienda El Palo. Estáis probando una cosecha temprana. Ambos son extraídos en frío y recogen la aceituna muy temprano para que mantenga todas sus cualidades organolépticas”. Aunque le dimos caña sobre cuándo había aprendido a decir “organolépticas”, convinimos los comensales en que ése era el camino para prosperar, la búsqueda de la excelencia con la producción de aceites de muy alta gama. Como aquél, que era un escándalo. El resto del menú -y mis hermanos cocinan muy, muy bien- anduvo a rebufo de aquellas sopas de pan y aceite.
Por no enturbiar la degustación me abstuve de comentar la noticia leída en la prensaun par de días antes. Se había prohibido la recolección nocturna de la aceituna para no molestar o matar a los pájaros que allí descansan. Sorprendido, he investigado un poco sobre el particular. Parece que la medida sólo afecta al olivar superintensivo, setos de olivos jóvenes sobre los que cabalga la recolectora. Sin embargo, algún periódico hace referencia al olivar tradicional que efectúa una recogida por la noche y en condiciones óptimas de temperatura para obtener un verdadero oro verde.
Ando confuso. ¿No hay manera de conjugar el bienestar pajarero con los evidentes beneficios que para la provincia suponen estos aceites? Me imagino que entre las luces y el ruido los pájaros levantarán el vuelo por lo que su vida no corre peligro. Tampoco creo que una mala noche les suponga trastornos irreparables de sueño. En todo caso, más cuenta traería contratar psiquiatras ornitológicos que impedir esta labor. Tiene que haber un equilibrio entre la conservación de la fauna aviar y el desarrollo económico que para toda la provincia provocan las nuevas tendencias de producción y comercialización. En caso contrario, con tanta modernidad exacerbada corremos el riesgo, cierto y palpable, de hacer el gilipollas a lo grande. O ya puestos, por decirlo más finamente, de llenarnos de pájaros la cabeza.
Palabras, divinas palabras