Madrid - Publicado el
3 min lectura
Decía Erich Hartmann que «la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan». Ucrania despertó hace apenas tres días con el estruendo de un misil que confirmaba aquello para lo que se venía preparando desde hacía tiempo: la invasión militar de la Rusia de Putin. Una operación sobre un país cuya soberanía se resiste a reconocer el líder ruso y que golpea el corazón de Europa. Resulta difícil entender cómo, conociendo nuestra Historia, nos obligamos a repetirla una vez más.
Sin saber muy bien cómo, el Viejo Continente se encuentra inmerso en una contienda que supera las fronteras europeas y que nos encamina a consecuencias imprevisibles. La incipiente recuperación económica es ahora un espejismo aunque la peor parte es la que afecta, como siempre, a las personas, víctimas inocentes del ansia de poder. Con el corazón puesto en ellos, el Papa Francisco ha lanzado un llamamiento para que el próximo miércoles comencemos la Cuaresma con una jornada de ayuno y oración por la paz en Ucrania. Que nuestros hermanos ucranianos reciban el aliento necesario para salir, pronto y fortalecidos de un conflicto que bien podría haberse resuelto por la vía diplomática.
Precisamente de ese tiempo litúrgico que iniciamos con el Miércoles de Ceniza hablamos en el programa de hoy con un gran amigo de esta casa, Pablo Montalvo. Y con él nos remontamos al Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, cuyos personajes, Don Carnal y Doña Cuaresma, sirven de alegoría simpática para adentrarnos un poco más en lo que era la Cuaresma más antigua. Esa que se inicia con el rito de imposición de la ceniza, obtenida en origen de la quema de las palmas y ramos del Domingo de Ramos del año anterior.
Ahora que tanto oímos la palabra «ayuno», aunque sea intermitente como nos dicen las dietas de moda, hay que entender que para los cristianos es otra cosa. Si bien antes —ahora también, pero en menor medida— consistía únicamente en dejar de comer, hoy en día nuestro ayuno puede ser de otras cosas, aunque nunca tendrá sentido si no lo entregamos a los demás. Podemos ayunar de ver la televisión, de jugar a videojuegos, de comprar cosas que no son imprescindibles... Y abstenernos, también, como afán de dominarnos a nosotros mismos y nuestras debilidades.
De lo que no debemos ayunar ni abstenernos es de mantener tradiciones, aunque sea complicado, como esa llamada «Sierra La Vieja» que se solía celebrar el jueves de mitad de Cuaresma. Un día en el que los niños, librados de ir al a escuela, pedían limosna cantando de puerta en puerta. Lo que recibían: huevos, patatas, pastas,... lo entregaban a sus madres para hacer una merienda festiva.
Tampoco debemos ayunar ni abstenernos de tener en cuenta lo más importante de la Cuaresma y es que, aunque es un tiempo penitencial, es el momento de la conversión del corazón y de renovar el compromiso que tenemos los bautizados para llegar, convertidos y renovados, a la Pascua.