La comedia de los indultos
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El primer acto de la comedia de los indultos empezó en el momento mismo en que Sánchez concibió su pacto con Podemos para formar un gobierno de coalición, apoyado de inmediato por Esquerra Republicana que tenía en su bolsillo la llave de La Moncloa. Se llamó burlonamente el "pacto Frankestein" y tenía como ingredientes principales tres elementos: mantener a la derecha fuera de cualquier acuerdo legislativo, buscar un camino legal para burlar a la Justicia y poder así excarcelar a los presos del "procés" y, finalmente, abrir una mesa de negociación entre el Gobierno y la Generalidad catalana como marco de "concordia" para escenificar el "reencuentro" entre Madrid y Barcelona.
El guión, cuidadosamente escrito y reescrito por los propios secesionistas y el Gabinete de La Moncloa, debía contener algunos elementos sorpresa para mantener expectantes a los espectadores. Por ejemplo, utilizar los informes preceptivos a la Abogacía del Estado y del Tribunal Supremo para suscitar la mayor polémica posible en la opinión pública, con los partidos de la oposición como comparsas indispensables. La Abogacía, fiel a la sumisión al Gobierno, se abstendría de pronunciarse para que no se dijera que Sánchez manipulaba sus servicios, pero no así el Supremo que veía en la medida de gracia una clara maniobra del Gobierno para mantenerse en el Poder en detrimento del Estado de derecho.
Entramos así en el segundo acto de la comedia en el que Oriol Junqueras escribe desde la cárcel una pactada carta, dirigida a la opinión pública, en la que admite que el camino para la solución al "conflicto" no es la "unilateralidad", como ocurrió el 1-O, sino una consulta pactada con el Gobierno. No se trataba de un reconocimiento de culpa, ni mucho menos de un arrepentimiento, sino de "dar un paso" que justificara, en alguna medida, los indultos, así como la mesa de negociación. Como consecuencia de esa carta, Sánchez se presentaría públicamente como el gran magnánimo, el hombre de la concordia aplaudido por la gran burguesía catalana, representada por sus empresarios. Incluso se ha visto reconfortado por los obispos catalanes que, por obispos, son siempre partidarios de todo lo que conduzca al diálogo como medio para resolver un conflicto, por encima de consideraciones inoportunas sobre la paz como fruto de la justicia. Ya no se trata de aplicar la ley como signo de fortaleza de todo Estado de derecho, sino de perdonar -indultar- a los condenados aunque hayan expresado su intención de no cejar en su empeño de conseguir la independencia.
Ahora llega el tercer acto, el nudo del guión imaginado por los presos de Lledoners y La Moncloa, con la agria complicidad de Aragonés. Se conceden los indultos, más o menos recortados, frente al criterio de los juristas, de la oposición y de buena parte de los antiguos dirigentes del PSOE, aunque los sediciosos se reafirmen en sus intenciones separatistas y se rían de la debilidad del Gobierno. A partir de ahí, Sánchez salta con su verborrea pamplinosa para vender su producto en Barcelona y, después, el Congreso. ¿En qué consiste ese caramelo electoral? En una tregua con los separatistas que durará al menos dos años, para dar tiempo a la negociación que se abrirá en breve. En otras palabras: Sánchez se pavoneará día y noche de su estrategia de "pacificación" y la pantomima se mantendrá viva hasta que se acerque la convocatoria de las próximas elecciones.
Si el guión de la comedia no se tuerce por algún imprevisto, Sánchez será permanentemente aclamado por sus acólitos como el "hombre de Estado" que ha sabido pacificar a los separatistas, mientras recaerá en la oposición demonizada el oprobio de la intransigencia, provocadora de discordias. Pero el telón no cae aún. Queda el cuarto acto, el desenlace. Lo quiera o no Sánchez, la mesa de negociación con la Generalidad, tiene que avanzar algo para que los sediciosos no pierdan la cara ante sus electores. No se planteará abiertamente la independencia de Cataluña, pero se discutirá sobre un nuevo Estatuto y, en la reserva, sobre un referéndum pactado que, para ser legal, se extendería a todos los españoles mediante la fórmula de una enmienda a la Constitución para definir España como un Estado federal. Eso y, por supuesto, nuevas transferencias y más dinero. Y ya veremos entonces, si Sánchez "el Magnánímo" de hoy, pasará a la historia como Sánchez "el Pusilánime" que capituló ante unos delincuentes con tal de dormir dos añitos más en La Moncloa.