Habla el mejor tenor del mundo: "A punto estuve de ser ingeniero"
Javier Camarena: “Antes de ser tenor soy hijo, esposo y padre. La familia es por lo que lucho”
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De México a Madrid, de Nueva York a Viena, de Londres a Barcelona… un bramido cálido que se precipita desde los palcos y rueda y trepa por las butacas. Cuatro minutos, sin desmayo. Un estrépito innumerable. Y el hombre, solo, sin refugio, sobrecogido por ese temblor que se produce cuando el estallido de la belleza cruje la bóveda del mundo.
Javier Camarena es un tenor que a sus 43 años se ha convertido en uno de los grandes revulsivos del mundo de la ópera. Apoteosis vividas en los principales coliseos musicales del mundo: el Metropolitan Opera House de Nueva York, el Royal Opera House de Londres, el Liceo de Barcelona, el Teatro Real de Madrid. En todos ellos el delirio ante una voz prodigiosa y la consecuencia de esos “bises” que te han hecho ya famoso. Pero, ¿qué pasa por su cabeza en ese momento cuando? “Una emoción muy grande ante todo, una sensación de plenitud y gratitud porque, a final, uno se prepara y trabaja, practica, estudia esta posibilidad de comunicación a través de la voz y el canto, un poco como la locución también”, explica Camarena, quien añade que “es algo que compartes, que sabes que el mensaje que quieres transmitir puede llegar a muchísima gente. La cuestión con la música es que tiene esa magia, ese poder de tocar fibras muy particulares del corazón y del alma. El hecho de conseguir este tipo de reacción por parte del público me llena de satisfacción porque, al final, es lo que uno espera. No el aplauso sino esa reacción efusiva emocionada viva, eso me hace sentir que la misión está cumplida y el mensaje llegó donde tenía que llegar”.
“Saber que, para el público tan complicado que tenemos hoy en día, que está tan sobreespuesto a tantas cosas y con tanta inmediatez, un público difícil de conmover e impresionar, lograr esto me deja muy agradecido por la oportunidad de vivir cada uno de esos momentos”, continúa Javier: “Trabajamos por la posibilidad de estar ahí y por el favor del público”.
La primera vez fue hace cinco años en el Metropolitan neoyorkino, y reconoce que aquello fue un parteaguas en su carrera, y no es para menos. En 70 años de historia sólo a tres tenores les han pedido un “bis” en ese teatro: Pavarotti, Juan Diego Flórez y él. Empezó marcando otro hito en el Real con una interpretación inolvidable de “L’elisir d’amore”, y luego se metió en una ópera que está considerada una de las más difíciles de cantar: “Il pirata”, de Bellini, que dicen que es una partitura “asesina” para el tenor: “Es el reto más arriesgado, desde luego. Es una ópera muy complicada en la que el autor estaba también experimentando y prácticamente es la obra que da pie a la transición entre el belcanto y el belcanto romántico y hacia una época romanticista en la música y la ópera. Aunque conserva las características de una ópera ligera, ya tiene muchos tintes mucho más dramáticos que demandan del tenor una presencia vocal importante en los agudos y los graves. Tiene esta combinación que la convierte en un reto muy difícil de abordar”.
Tiene muchos apodos: rey de los bises”, el tenor de los “récords”, el “Messi” de la ópera”, el tenor de las “óperas imposibles”. ¿Le llegan en el momento apropiado?, ¿le preocupa una excesiva exigencia? Él reconoce no ser muy feliz “con los títulos y titulares que se van inventando en el camino. Solo hago lo que amo y me apasiona y trato de hacerlo lo mejor posible, es mi meta”.
¿Cuál es su antídoto frente a la vanidad? “Mi esposa”, responde entre risas, “me aterriza y, además, es muy importante para cualquier persona, en cualquier ámbito, recordar quién eres antes de vanagloriarte con lo que haces. Yo soy un padre de familia, de origen de familia de clase media, mi madre era maestra de cocina y mi padre técnico en una planta nuclear, con un amor profundo por la música. Mi familia es mi amor y estandarte, antes de ser cantante, tenor, soy hijo, hermano, primo, padre de familia, esposo, y esa es la parte de la vida por la que vale la pena trabajar”.
Su próximo objetivo son los franceses, de quienes reconoce que tienen un “estilo de composición mucho más sobrio, se percibe mucho más elegante. El canto italiano puede ser más expansivo y explosivo. El francés tiene un muro de contención que hay que saber dominar y trabajar, que creo que será un reto interesante y un plus para mí”.
¿Voz de pato? Sí, él lo considera así: “Con 22 años cantaba con la nariz”. En principio quería estudiar ingeniería mecánica eléctrica y empezó los estudios, pero reconoce que “eso fue un error, no sabía todavía que realmente mi vocación era el canto, siempre fue así. Hice una secundaria técnica, un bachillerato tecnológico y faltaba la universidad, me metí y quise dejarlo pero mis padres no me dejaron, así que me planté pasado un tiempo, cosa que a ellos no les hizo nada felices, pero lo logré”.
Sus primeros pasos se dirigieron al canto católico, con tanta devoción que se planteó ser sacerdote: “Fue en estos actos de rebeldía de la juventud. Fui a un retiro ocasional y me di cuenta de que no era lo mío, estaba muy feliz en mi comunidad y en lo que participaba, en misa... pero no, yo para cura no”.
¿Es cierto que el momento culminante que supuso su primer “bis” en el Metropolitan de Nueva York estuvo a punto de no suceder por una “disputa” con su mujer? “Había hecho mi regreso al 'Met' de Nueva York”, cuenta, “y después tenía planeados un par de conciertos en México y después volvía a Suiza para hacer un viaje con mi familia a Italia. Llegué a México y me llamó el gerente del teatro del Metropolitan y me dijo que había una persona indispuesta para las tres primeras funciones de 'La Cenicienta' y esas tres funciones cortaban las opciones de ir a casa y hacer este viaje con mi familia. Mi mujer se llevó un gran disgusto, y antes de colgar el teléfono le dije 'mira, no puedo decir que no y perdóname pero debo hacerlo y voy a hacer que valga la pena', y de ahí vino el primer bis en el teatro. Y después de un ratito me perdonó”, reconoce entre risas.