'Crónicas perplejas': "Creo que nuestra relación con el clima es la que delata nuestro paso de la juventud a la madurez"

En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.

Qué tiempos aquellos de ir despechugado pese al frío. De hacer botellón y sujetar el vaso de plástico con los guantes de lana puestos. De no mirar el parte meteorológico, porque éramos jóvenes y eso era cosa de viejos. Qué eterno verano de la vida. Un abrigo no nos iba a estropear las pintas, con las horas que pasábamos eligiendo qué ponernos. Y luego, además, dónde lo pones en el pub, porque encima de la máquina de tabaco ya no cabían más chaquetones.

Y mírame ahora, paseando por la casa con una batita gris de boatiné. Con unos ridículos calcetines anchos y forrados como de ovejita. Camisetas de interior. Jerseys de lana gorda. Braserito en el cuarto de baño. En qué me he convertido. ¿En mi madre? Ahora soy ese tipo de personas que gritan “esa puerta” cuando están abiertas en las cafeterías. Ahora soy ese tipo de personas que se frota las manos al salir del portal y le dice al vecino “qué biruji”.

Creo que nuestra relación con el clima es la que delata nuestro paso de la juventud a la madurez. Uno, de chaval, siempre quiere ir ligero de equipaje. Cómodo. Despreocupado. Pero luego nos caen los años encima y nos volvemos más frágiles, andamos con más cuidado, y el frío siempre es mucho frío y nos encerramos en casa y cuando llega el calor nos ponemos debajo del aire acondicionado.

Jamás he pasado tanto frío como en Venecia. Era Navidad. Llegué a la ciudad muy temprano. Tenía los vaqueros adheridos a la piel como si fueran hielo. La humedad, esa temperatura, allí al pie del Gran Canal, en la Plaza de San Marcos. Y sin embargo, pocas veces he visto tanta belleza. La neblina al fondo. Los viejos edificios. La ciudad desperezándose. Aquella sensación de irrealidad.

Hay fríos que se compensan con lo que sentimos por dentro. Dormir abrazados. Pasear de la mano. Recorrer las ciudades y los paisajes con la nariz roja y el corazón lleno

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