'Crónicas perplejas': "Está bien ser desconcertantes, ser contradictorios. Hacer lo que no se espera de nosotros"
Habla Antonio Agredano de aquellas cosas que no nos pegan que hagamos o que nos gusta hacer
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Leo el 'Hola' con la misma pasión con la que leo a Albert Camus. Veo 'Gran Hermano' con la misma fascinación con la que veo 'El Padrino'. Escucho a Karol G con el vello de punta igual que cuando escucho la quinta sinfonía de Gustav Mahler. Tengo una camiseta de 'Hello Kitty' del Shein y tengo una chaqueta de Hugo Boss que, dicho sea de paso, me queda excepcionalmente bien. Cuando voy al Arcángel ni mi madre me reconocería si me viera por la tele.
Y creo que está bien así. Está bien ser desconcertantes. Ser contradictorios. Hacer lo que no se espera de nosotros y quedarnos quietos, de vez en cuando, para no caer en ese horrible saco de lo predecible.
La vida es más corta cuando uno sólo sigue un camino. Porque tenemos la capacidad de brotar, de ramificar, de ocupar espacios que no nos pertenecen. Y luego está la curiosidad. Ese motor que es la curiosidad. Esa ampliación del mundo. Esos ojos que son un préstamo divino. La emoción es aún más resistente que el diamante.
Hay canciones, por ejemplo… hay canciones que llegan, de repente, como uno de esos pajarillos que, por un instante, detienen su vuelo sobre nuestra mesa. Y luego desaparecen en el cielo. Ese momento es sólo nuestro. Esa pausa en el tiempo. Esa vida que se detiene.
Por qué volver una y otra vez a los mismos caminos. Por qué no inventar nuevas rutas. Hacer girar nuevos discos. Abrir nuevos libros. Visitar ciudades con nombres casi desconocidos. Sentarnos a tomar un café con quien no creíamos tener demasiada afinidad.
Desconcertar a los demás es fácil, lo difícil es desconcertarnos a nosotros mismos. Darnos esa íntima oportunidad. Si nuestro corazón tuviera fronteras no sería un corazón, sino un vulgar paisaje vallado.
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