'Crónicas perplejas': “Yo al bar no voy a beber, sino a vivir”

Habla Antonio Agredano de los bares y de sus nombres

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¿Qué son los bares para Antonio Agredano?, te lo cuenta en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Yo al bar no voy a beber, sino a vivir

Todo lo que sé sobre la vida lo aprendí en un bar. A los bares no se va, en los bares se habita. Te sientas en un taburete alto, buscas una esquina, y observas las rutinas de otra gente. No soy un romántico. Me da igual el sitio. Nunca tuve preferencias. Me da igual si la barra es de chapa o es de madera, si el camarero es amable o antipático, si las comandas las toma con tiza o con bolígrafo, si se come bien o si se come mal. Me da igual. Yo al bar no voy a beber, sino a vivir.

Por eso, no sé ni cómo se llaman algunos de los bares que frecuento. Es algo que heredé de mi padre. Él iba al bar del calvo, al bar del cine, al bar del Lolo, o al bar de la plaza. Y con eso me valía para encontrarlo cuando terminaba mi entrenamiento de fútbol y volvíamos juntos para la cena. Los bares son como una casa y nadie, salvo los horteras, le ponen nombre a su casa.

Para sobrevivir en la calle, sólo debemos saber que todos los restaurantes chinos se llaman Gran Muralla y todos los restaurantes indios se llaman Taj Mahal. Todos los kebabs se llaman Alí y todos los bares de polígono industrial se llaman Casa Paco. Todas las discotecas se llaman Atrium o Podium o cualquier palabra terminada en um. Y todos los bares se llaman como sus dueños.

Y no con sus nombres, sino con sus motes. Por eso a veces voy al Carantigua, o al bar del Gordo o a la tabernita de Juan el Muerto. Al que llamaban El Muerto porque le dio un infarto sirviendo finos montillanos. Pero ahí sigue, y lo que le queda.

Dan igual los nombres, lo importante es que conserven el vino a una temperatura aceptable. Que pongan altramuces. Y que lleven rosado del que me gusta. Y, a poder ser, que mi taburete preferido esté hoy libre. Y que nadie me moleste dentro de un ratito, mientras miro por la ventana cómo pasa la vida, con ese ritmo acelerado que, al otro lado de los bares, sólo tienen los lunes.

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