‘Crónicas perplejas’: “Nunca he tenido suerte en el juego. A priori, me convierte en un afortunado en el amor”
Habla Antonio Agredano de la suerte, del azar, de los premios que hemos conseguido a la largo de nuestra vida
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Era un mensaje habitual en mi niñez. En los sansones, en las tapas de yogur, en los palos de los helados o en el envoltorio de los chicles. “Sigue buscando”. Dos palabras que caían pesadamente sobre la ilusión infantil. Aquellos deseos minúsculos. “Sigue buscando”. Quien me iba a decir que aquella frase me perseguiría toda la vida. Que no se iba a limitar a aquellos años primeros, sino que sería una constante en la edad adulta. Que iba a pasar de las tiendas de chucherías a los trabajos o a los amores. “Sigue buscando”, como una maldición blanda. Como un inconformismo perpetuo.
Nunca he tenido suerte en el juego. Eso, a priori, me convierte en un afortunado en el amor. Así que prefiero no quejarme. No hay felicidad sin besos, aunque los besos no puedan pagar las hipotecas. Una vez canté un bingo. Fui con mi hermana envalentonados tras un par de vinos. Nos dio un ataque de risa. Nos riñeron las compañeras de mesa, dos señoras estupendas y emperladas que bebían pacharán con elegancia. Comprobaron el cartón, nos dieron noventa euros y nos fuimos por ahí a beber mi hermana y yo, por los antros del centro, como dos ricachones improvisados quemando la noche cordobesa.
La suerte no fue el bingo, sino vivir aquello con mi hermana. Y las risas y la tontería y sentir que las ciudades son menos hostiles y que la vida es breve pero maravillosa. Te das cuenta de que las cosas importantes no dependen del azar, sino del cariño. “Sigue buscando”. Ya me da menos pena cuando la vida me planta en la cara esa frase. Me hago mayor, supongo. Algo he aprendido de sortear las frustraciones. Compro Lotería de Navidad y algún cupón. “Este para el yate”, le digo al vendedor. “Te toca seguro”, me dice. Y aunque sé que no me va a tocar nunca, sonrío por unos segundos como si realmente estuviera tomando el sol en la cubierta de un barco que recorre el Egeo.
Qué sería de la vida sin las ilusiones. Y digo más: qué sería de la vida sin las decepciones. Mientras, yo sigo buscando. Igual que de niño. Los azares y las certezas, lo perdido y lo ganado, lo que quedó atrás y lo que está por venir. Nuestra existencia es amarga y dulce en una proporción milimétrica y hermosa.