'Crónicas perplejas': “No somos nada sin raíces y sin el amor a los sitios donde fuimos felices"
Habla Antonio Agredano de los pueblos
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Mi abuelo se nos fue al cielo cuando yo tenía ocho años y mi abuela decidió vender la casa del pueblo y las pocas fanegas de tierra que allí tenían. Por no recordar. Por aliviar su ausencia, mi abuela quiso cerrar la ventana de su juventud. Y yo, de rebote, dejé de pasar mis veranos en esas calles.
Donde jugaba con otros niños hasta tarde. Donde nos preguntábamos por los apellidos para saber quién era familia de quién. Donde pegaba patadas a un balón descosido y me perdía con las bicicletas oxidadas y disparaba a latas con la escopetilla de plomos.
Ojuelos Bajos, se llama aquel pueblo. Apenas dos calles y un bar. El sitio más pequeño del mundo se convirtió durante unos pocos años en el sitio más grande de mi niñez.
Creo que, por pura nostalgia de aquellos veranos que jamás volvieron, me refugié en las ciudades. Más impersonales, menos amables, con demasiadas prisas. El aire acondicionado sustituyó al fresco de las madrugadas.
La vida es corta, pero ancha. Y en esa amplitud caben todos aquellos instantes. Quiero llevar a mis hijos a recorrer esas calles. Las mismas que recorrieron su padre, su abuelo o su bisabuelo. Y verlos jugar como jugábamos nosotros.
Porque no somos nada sin raíces, sin recuerdos y sin el amor a los sitios donde fuimos felices. Morcilla achorizada, vino blanco, fichas de dominó y la sombra de mi abuelo en cada calle. La memoria es una patria íntima e invulnerable.
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