‘Crónicas perplejas’: “El ticket-regalo alivia de alguna forma la desdicha de crecer”

Habla Antonio Agredano de los regalos

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Los regalos que recibimos evidencian el paso del tiempo, así lo escribe Antonio Agredano en 'Herrera en COPE'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

El ticket-regalo. Qué buen descubrimiento. Mejor que la penicilina. En el ticket-regalo ya está implícita la posibilidad de devolverlo. El ticket-regalo es un regalo en sí mismo. En la vida de todo ser humano hay dos edades: una, en la que te regalan juguetes, que dura poco, que es feliz… y otra, en la que te regalan ropa, que es una larga cuesta abajo. Con los muñecos siempre se acierta. Con la ropa, casi nunca. Por eso, el ticket-regalo alivia de alguna forma la desdicha de crecer.

Yo soy malo regalando cosas, pero soy aún peor recibiéndolas. Me transparento. Se me nota si me gusta o no antes incluso de terminar de abrir el paquete. Soy educado. Disimulo. Doy las gracias con mucho entusiasmo. Pero busco rápidamente el ticket y lo guardo con recelo. No es falta de amabilidad, es que con la ropa soy muy mío. Esos jerséis de jefe de estudios que a veces me caen. O lo de las tallas. Yo hago por probarme algunos pantalones, pero parezco un picador recién bajado del caballo. Yo lo intento. De verdad. Y de corazón que agradezco que me regalen ropa, aunque luego vaya a la tienda a devolverla. Porque cuando los regalos se alejan de la ropa, son muy peligrosos.

La ropa se descambia, pero qué hacemos con los marcos de plata. Qué hacemos con esas botellas para decantar el vino que no hay donde meterlas. Oxigenar el vino de qué, si no le doy tregua. Y qué hacemos con los animales de porcelana. Antes sí había muebles para amontonarlos, pero ahora somos minimals. Si pongo un muñeco tengo que quitar la tele. Y qué hacemos con esas novelas que ni de náufrago en una isla desierta pienso leer. Y los perfumes. Esos anuncios. Que por más que me eche, los deltoides del de Invictus no me salen. O esos kits para hombres. Esas colonias que huelen a mueble-bar, esos geles densos y oscuros que parece que los han envasado cuando el Prestige. Y el after-shave. Desde que una de mi clase me dijo “Te quiero, pero como amigo” no había nada que me hubiera escocido como el after-shave.

Lo dicho. Ticket-regalo. Y si no, vino. Que ahí no se falla. Dos botellas de vino bueno y verás qué carita de felicidad te pongo rompiendo el papel de regalo. Verás cómo eso no lo descambio.

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