'Crónicas perplejas': “El único remedio para aliviar el calor es dejar de decir que hace calor"
Habla Antonio Agredano del calor y de los métodos que empleamos para combatiro
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Hay gente que llama buen tiempo a poder quitarse el abrigo y ponerse las bermudas. Para mí la temperatura ideal es esa que te obliga a echarte el edredón por encima, pero tener que sacar la pierna. Ese punto exacto. Ese equilibrio maravilloso, que apenas dura un mes, al menos en el sur.
Tenía dieciséis años cuando viví en mi primera casa con aire acondicionado. Hasta entonces, los veranos se combatían con dulzura. Bajando las persianas. Con ventiladores marrones marca Taurus. Echando sábanas encima del sofá de escay. Abanicándonos con paipáis de mimbre. Y una cosa que aún hago, tumbándome en el suelo de terrazo en calzoncillos.
Ese era mi aire acondicionado. Tumbarme en el suelo fresquito, ponerme un cojín en la cabeza, y ver la tele en horizontal. Caballeros del Zodiaco, Bioman, Bola de Dragón… y aquellos veranos interminables en un piso de setenta metros, con mi abuela en bambito, sandía en la mesa y gazpacho en la nevera.
El único remedio que se me ocurre para aliviar el calor es dejar de decir que hace calor todo el rato. Es como esa gente que te recuerda lo que engordan las patatas fritas en el momento justo en el que estás comiendo patatas fritas.
Quiero que llegue el otoño, con su melancolía fresquita. Sacar la rebeca. Meterme las manos en los bolsillos. Dejar de comprar polos flash para refrescar las tardes. Y no encontrarme en todos los informativos a reporteros haciendo directos debajo de los termómetros.
No tener que ducharme tres veces al día. Poder ir andando a los sitios de nuevo sin llegar empapado. Y, sobre todo, dejar de discutir en casa por ver quien olvidó rellenar las botellas de agua que van en el frigorífico. Nuestras pequeñas batallas domésticas.
Y otra cosa: más abanicos y menos frigorías, que mirad cómo tengo la garganta de los aires acondicionados. Qué vaya complejo de pingüino tienen algunos en la oficina.