'Crónicas perplejas': “El verano es una aventura que sólo sucede en la infancia”
Habla Antonio Agredano de las vacaciones de verano y sus recuerdos de cuando era niño
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".
Helado de pistacho y rozaduras en los muslos. Así eran los veranos de mi niñez. Y el miedo a las medusas. Y el miedo, aún más terrible, a que mi madre se quitara la parte de arriba del bikini. Qué vergüenza pasaba de niño con eso. No sabía a dónde mirar. Mi madre siempre fue una mujer muy libre. Y terca. Muy terca. Por eso nos obligaba a echar la siesta en los apartamentos que alquilábamos en Fuengirola. Tuviéramos o no tuviéramos sueño.
Hoy estoy en Málaga. Y me he acordado de mis veranos llegando a esta ciudad. Todo ha cambiado. También nosotros. Pero soy el padre que mi padre fue. El de la sillita de playa. El que pincha con ahínco la sombrilla, el que embadurna de crema a sus pequeños. El que, desde la orilla, les grita: “No os vayáis para lo hondo”. Y sí, también soy el padre que mete barriga al paso de las turistas rubias.
Es increíble como, aunque todo sea diferente, las cosas se parecen bastante. Cuando era niño me costaba mantenerme despierto en las cenas tras todo un día de sol y mar. Ahora, del mismo modo, mis hijos se recuestan sobre la mesa metálica del bar. Si alguno se duerme, lo llevo en brazos hasta el apartamento. Su cabeza en mi hombro. Exactamente igual que mi padre, cuando me llevaba a mí.
Y pienso que la vida es un niño que duerme seguro y feliz en los brazos y en los afectos. Y que por más vueltas que demos en la vida, siempre seremos el recuerdo de ese hombro donde un día pudimos descansar.
No perdí tanto peso como para ponerme un bañador turbo, así que incumpliré la promesa que hice a nuestros oyentes de hacerme una foto marcando músculo, músculo y lo que surja, en la playa. Aprovecharé este par de días para construir castillos, para comer espetos y para escuchar las fantasías de mis pequeños. Para ver cómo saltan las olas. Para amontonar las conchas bonitas que han recolectado para mí.
El verano es una aventura que sólo sucede en la infancia. Luego crecemos. Y llega el insomnio. Y llegan las decisiones. Y una aceleración en el pecho que no da tregua. Y esta extraña convivencia con nosotros mismos. Huele a Nivea. Hace calor. El mar se funde con el cielo en el horizonte, muy al fondo… más allá, incluso, de nuestra propia memoria.
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