La dedicatoria de Luis del Val a Sabina tras su concierto en Madrid: "Convierte su despedida en esperanza"

Asegura el profesor que "ayer Sabina se despidió para siempre, por tercera o cuarta vez, porque cuando Joaquín dice siempre quiere decir hasta el año que viene"

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La dedicatoria de Luis del Val a Joaquín Sabina tras su concierto en Madrid

Luis del Val

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Gran parte de nuestra biografía está construida con voces, rostros y músicas ajenas. Y fachadas que cambian, y tiendas que ya no son, y que creíamos que eran nuestras, por la razón de que pasábamos junto a sus escaparates, cuando creíamos que la ciudad era un cuarto de estar sin sofás y sin sillas.

Ayer, se despidió para siempre, por tercera o cuarta vez, Joaquín Sabina, porque cuando Joaquín dice “siempre” quiere decir hasta el año que viene, lo que convierte su despedida en una esperanza. Me parece que Serrat también ha dicho adiós un par de veces, y eso alimenta cierta ilusión de que tu nombre me sepa a hierba y no a lápida.

Sabina cierra esta noche en Madrid su gira y se despide por un tiempo de los escenarios

Pero los poetas y cantantes resucitan mejor que los escritores, y cuando Antonio Burgos se despide ya se sabe que es el adiós definitivo. Su prosa, de metáfora fácil y de ironía rápida, era muy didáctica, y llegabas a entender que La Habana es Cái con más negritos, y Cái La Habana, con más salero, porque los postulados no se tienen que demostrar.

Pertenece a la generación de los que arrimaron el hombro a la Transición, y se jugaron el puesto de trabajo, cuando el Dictador no tenía aspecto de estar enfermo.

Había docenas de Antonios por todas las ciudades de España, intentando que saliera adelante lo que hoy quieren destruir. Y, luego, claro, los padres de ese partido progresista llamado Bildu, le obligaron a irse a Suiza por la sencilla razón de que querían matarlo.

Cuando el feminismo totalitario asentó sus posaderas en el Gobierno, Antonio Burgos sabía distinguir a una mujer tonta de otra lista, y eso le valió, entre las tontas, ser tachado de machista, de la misma manera que el totalitarismo de los dirigentes gays le valió para ser señalado como homófobo, que no lo era, pero reivindicaba su libertad para hablar de todo, aunque no fuera del agrado de los totalitarios progresistas.

Buscaba su artículo en el ABC, porque sabía de antemano que, por muy flojo que estuviera el día, encontraría la revolea de un sarcasmo, la puya hiriente de una observación, o esa guasa que venía de Cái y se detenía en Triana, cansada del viaje. No, no nos hacen viejos los calendarios, sino esta huida de los que admiramos para marcharse del paisaje. Y, claro, no encuentras el artículo de Burgos y te siente como si la vieja pastelería del barrio de Santa Cruz fuera ahora una hamburguesería.

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