Recibe un tratamiento en Sevilla tras un accidente y, seis años después de lo ocurrido, vuelve a sonreír

Es la 'Historia del Día' de 'Herrera en COPE'. Este jueves, hablamos sobre el tratamiento que ha recibido un joven y que le ha cambiado la vida tras un accidente

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Recibe un tratamiento tras un accidente y, seis años después de lo ocurrido, vuelve a sonreír

Redacción Herrera en COPE

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La piel.

Tiene el cutis mixto y está quejándose amargamente por las esquinas, así que, ni les recuerdo lo importante que es y lo que nos define ante los demás. Es nuestro espejo, es lo que ve el resto. Es el envoltorio, el papel de regalo que le ponemos al cuerpo.

Álvaro Trigo se quemó hace seis años el 63% de su cuerpo. Fue un accidente, con una chimenea, y que acabó casi en tragedia. Pasados todos estos años, sus brazos son autoinjertos de su propia piel, pero sus piernas y su espalda ahora la tienen cultivada.

Álvaro luce actualmente un aspecto que cualquiera diría que no le ha pasado nada. A partir de un trozo de su piel, de la que no se había quemado con el accidente de la chimenea, consiguieron reproducir en un laboratorio lleno de microscopios, la artificial. Para que nos hagamos una idea: son láminas, muy finitas, que se van colocando sobre el paciente y que, pasado un tiempo y hacen su función. Luego se va retirando el tul para dar paso a la piel que se va a quedar para los restos.

La espléndida mujer detrás de la que está este “milagro” se llama Purificación Gacto, y es Jefa de la Unidad de Cirugía Plástica y Grandes Quemados del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. El proceso en sí dura tres o cuatro semanas, no mucho más, pero los resultados son increíbles.

Álvaro tuvo que seguir sus cuidados y eso, ahí, solito, va generando los centímetros necesarios para que se recomponga. No hay que quitar la piel sana, se eliminan los riesgos de infección, se elimina también el dolor y la inmovilización.

Álvaro recuerda que el quirófano estaba lleno de gente aquel día y que, si en ese momento le dicen cómo iba a estar ahora, no se lo cree.

La piel. El tacto. Ese sentido que nos eriza el vello, donde residen los escalofríos y, al fin y al cabo, la emoción.

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