Un hombre de Lavapiés se muda a un pueblo de Las Hurdes y alucina con esta increíble costumbre: "Maravilloso"

A diferencia de las grandes ciudades, los vecinos de los pueblos más pequeños son como familias, con roces pero siempre pendientes unos de los otros

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Un hombre de Lavapiés se muda a un pueblo en Las Hurdes y alucina con esta increíble costumbre

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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"Ellos no me conocen a mí, yo no los conozco a ellos". Una premisa que seguramente más de una vez te hayas dicho a ti mismo mientras caminas por una gran ciudad. A diferencia de lo que ocurría hace años, tendemos a estar desconectados de todos aquellos que nos rodean, salvo nuestro círculo más cercano. De hecho, un artículo publicado en los 60 hablaba del 'efecto espectador', en el que dos psicólogos americanos demostraron que cuando hay mucha gente, siempre pensamos que es otra persona la que va a ayudar.

Esto no ocurre, por ejemplo, en los pueblos. En los ámbitos más rurales, donde la gente se conoce, en el caso de un problema, siempre habrá alguien que quiera echar un cable. Y es que a raíz de esto, Mar Amate y Alberto Herrera hablaron en la sección 'Rincón de Pensar' de las diferencias entre las grandes ciudades y los pueblos más pequeños. Y en este punto, Amate habló del caso de un amigo suyo, que decidió dejar su casa en el barrio de Lavapiés de Madrid y se mudó a un pueblo de la pedanía de las Hurdes, concretamente a Cambrón.

Un hombre de Lavapiés se muda a un pueblo en Las Hurdes y alucina con esta increíble costumbre

Un hombre de Lavapiés se muda a un pueblo en Las Hurdes y alucina con esta surrealista costumbre

"Hay muchísima más cooperación y ayuda mutua en un pueblo pequeño que en la ciudad. En las ciudades no conocemos al vecino de al lado, ni a la de arriba, ni al de abajo, y como mucho nos atrevemos a llamar a la puerta para pedirle un poquito de sal

, ha explicado.

"En un pueblo es impensable"

y lleva más de una década trabajando en varios territorios como en Sierra de Gata o en Las Hurdes. En

recordó una ocasión, cuando vivía en Madrid, que se cayó en el Metro. "N

adie se acercó y nadie me decía nada. Eso en un pueblo es impensable", aseguró tajantemente.

En un pueblo "cada uno tiene la necesidad de saber qué le pasa al otro. Pero no por puro cotilleo, es porque en el fondo necesitamos saber qué le pasa". También habló del hecho de "bajar a la tienda" o ir de compras por el pueblo. Algo que en un pueblo es como "leer el periódico": "Ahí te enteras de quién está enfermo, quién se ha separado, quién tiene algún problema. Estamos todos conectados a través de las tiendas".

También mencionó la forma en la que los más mayores están integrados: "La vida rural se presta mucho más a que esas personas mayores estén integradas en la propia vida. Es decir, aquí no se les aparta, sino que forman parte de lo que es el día a día. Y eso implica que de alguna manera mantienen su mente mucho más ágil, que hablan contigo. Conozco a personas de ciento y pico años que van al bar y que van allí, miran cómo juega la partida el otro", aseguró entre risas.

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