"La pena de muerte es jurídicamente innecesaria y moralmente inadecuada"

El monólogo de Álvaro Sáez en La Linterna de la Iglesia

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Álvaro Sáez

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En unos días se publicará un libro, será la semana que viene, el día 27, que se llama “Un cristiano en el corredor de la muerte. Mi compromiso junto a los condenados". Su autor se llama Dale Recinella. Es estadounidense, tiene 72 años y desde 1998 ejerce de capellán laico en el corredor de la muerte en varias prisiones de Florida. Su historia es alucinante. La de él y la de su mujer Susan que acompaña con asistencia espiritual a las familias de los condenados hasta la cámara de ejecuciones.

Y además de eso, lo interesante de este libro es que está prologado por el Papa Francisco, que ha visto en él una nueva oportunidad para mostrar la opinión de la Iglesia sobre la pena de muerte.

Y tú dirás, ¿pero es necesario? Y a la luz de los datos, parece que sí, porque el número de ejecuciones de 2023 en todo el mundo ascendió a las 1.153, el máximo desde 2015. Son datos de un informe de Aministía Internacional. Es un aumento del 31% respecto al año anterior. El 74% de todas ellas en Irán, y no se sabe cuántas en China, porque no hay datos. Pero es que también hubo 2.428 nuevas sentencias a pena de muerte. Esta pena según la ONU está aprobada en 55 países, pero el año pasado solo hubo 16 que la usaron. Una cifra que, gracias a Dios sigue descendiendo.

¿Qué nos dice el Papa sobre esto? Pues que la pena de muerte, "lejos de proporcionar justicia, alimentan un sentimiento de venganza que se convierte en un veneno peligroso para el cuerpo de nuestras sociedades civiles”. Y es que, la pena de muerte es jurídicamente innecesaria y moralmente inadecuada.

Los papas, desde Juan Pablo II hasta Benedicto XVI, se han pronunciado con firmeza contra el uso de la pena capital por parte de los gobiernos en las últimas décadas. Y el Papa Francisco dio un paso más al aprobar en 2018 un nuevo párrafo del catecismo en el que se condena claramente la pena capital y en el que se expresa el compromiso de la Iglesia con su abolición total. Ya lo adelantaba en Fratelli Tutti. ¿Por qué? Porque hasta en el último momento una persona puede convertirse, reconocer sus crímenes y cambiar.

Lo cierto es que la sociedad puede reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse. Siempre, en toda condena, debe haber una ventana de esperanza. La pena capital no ofrece justicia a las víctimas, y destruye el don más importante que hemos recibido: la vida.