Diego Garrocho: "Miles de aviones despegan cada día y la mala suerte quiso que un viaje trivial terminara con la vida de más de 60 personas"
El profesor de Filosofía reflexiona sobre el accidente de este miércoles en Washington que ha acabado con la vida de 64 personas
Madrid - Publicado el
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¿Le prestamos poca atención al azar en nuestra vida? Pues la noche del pasado miércoles a las 21 horas un avión con 64 personas a bordo colisionó contra un helicóptero militar en Washington DC. Dadas las circunstancias del accidente, no hay esperanza alguna de encontrar supervivientes. Este incidente resulta además singular por su localización, en uno de los espacios aéreos más vigilados del mundo, y también, claro, por la inherente espectacularidad que tienen los siniestros aéreos.
La tragedia contaba con todos los elementos necesarios para generar especulaciones o hipótesis, pero todo parece indicar que se trató de un accidente terrible, nada más y nada menos. Los accidentes son una constante en toda biografía. Aunque siempre insistimos en hacer planes y proyectos, solo un necio podría negar la influencia del azar o la fortuna en nuestras vidas. El vuelo siniestrado no tenía como origen o destino un lugar problemático, ni una zona empobrecida o marcada por el conflicto. Era un vuelo rutinario, en un contexto perfectamente seguro. Como el que habitamos cualquiera de nosotros, rodeados de cotidianeidad predecible y monótona.
Miles de aviones despegan cada día y la mala suerte quiso que un viaje trivial terminara con la vida de más de 60 personas. La suerte o la providencia siempre interrumpe así, de manera implacable y repentina, sin que podamos anticiparla. A menudo concedemos muy poca importancia a lo fortuito, a lo casual o a lo azaroso. La filosofía griega, por el contrario, hizo de la fortuna una diosa, Tique, y el viejo Aristóteles llegó a advertir que el azar es una causa, pero es algo divino y tan demoníaco que se hace inescrutable para el pensamiento humano.
Hay cosas que no sabemos por qué ocurren, pero ocurren. Muchas veces queremos que las grandes decisiones de la vida dependan de lo que elegimos, la carrera que estudiamos, la pareja que escogemos o el nombre de nuestros hijos, y sin embargo, la realidad nos da lecciones para recordarnos una y otra vez que las cosas más importantes nunca dependen de nosotros.