Diego Garrocho: "esa respuesta no solo es interesada, sino que además es esencialmente muy cobarde"

El profesor de Filosofía responde en 'La Linterna' a la pregunta de si "es la filosofía el arte de hacer preguntas" 

Diego Garrocho
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Diego Garrocho

Redacción digital

Madrid - Publicado el

2 min lectura

Me vais a permitir que permita contravenir una creencia que está demasiado extendida y que resulta algo condescendiente con la misión de la filosofía. Hemos escuchado muchas veces que el pensamiento filosófico no debe proponer respuestas, sino que habría de conformarse con considerarse algo así como un arte de hacer preguntas. Y me gustaría defender que esa respuesta no solo es interesada, sino que además es esencialmente muy cobarde

Hay quienes consideran que la filosofía no debe mancharse de realidad mundana y que debería quedar circunscrita a la formulación de preguntas ambiciosas y retóricas, pero los mejores filósofos fueron aquellos que de vez en cuando fueron capaces de dejar la biblioteca y atreverse a salir a conversar en la plaza.  Afortunadamente, a lo largo de la historia siempre ha habido pensadores y pensadoras que estuvieron dispuestos a mancharse las manos de barro. La historia de la filosofía comienza de alguna manera con Sócrates, un hombre al que condenaron a muerte por desafiar las inercias políticas de su tiempo. No tanto tiempo después, Cicerón defendió la necesidad de tener que fijar posición sobre asuntos públicos, algo que además le costó personalmente mucho. Algún día hablaremos también de esa muerte. 

Ejemplos de filósofos que se preocuparon de asuntos mundanos y que ofrecieron respuestas concretas a los problemas de su tiempo no faltan. Desde Sócrates, que además de filósofo fue un avieso conspirador, hasta Madame de Stael o la propia Hannah Arendt. Horacio formuló una frase que después Kant retomaría, «sapere aude», y que podría traducirse como «atrévete a pensar» o «atrévete a saber». La necesidad de pensar por uno mismo, de asumir el coste de las decisiones o de fijar posición sobre los asuntos públicos ha sido un rasgo de los filósofos de todo tiempo. 

No se conformen con quienes se refugian detrás de las preguntas. Con prudencia, educación y cortesía creo que son mucho más interesantes las personas que están dispuestas a tomar partido. De los muchos riesgos que hay en la vida, me atrevería a decir que uno de los más bonitos es el riesgo que corremos cada vez que apostamos nuestra propia opinión. Ojalá seamos libres para pensar y, sobre todo, para atrevernos a decir aquello que pensamos.

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