La foto de Fernando de Haro: "Una belleza que llama, una belleza que habla de lo que no se puede contar"
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La foto de hoy llega de Pakistán. Un paisano con un gorro que le protege del sol se sienta sobre una piedra, una piedra que está en la orilla de lo que parece un torrente seco. El paisano mira el paisaje, como si no lo conociera, como si no hubiera nacido allí, como si todavía hubiese algo que descubrir. El paisano, de espaldas a la cámara, tiene primero ante sí una colada, como una playa de chinos.
Y después una garganta entre dos moles, una garganta estrecha. A un lado una pared plana, como si la piedra hubiese sido esculpida. A su derecha, la otra pared, la pared de la umbría salpicada como un dálmata por neveros escasos. Y después la figura de una montaña con la forma de una pirámide que parece irreal, una montaña que parece mágica, su cumbre recortada en un cielo desconocido por limpio y luminoso. El pico como el de un mausoleo de un emperador.
Y luego tres grandes canales que caen buscando el centro de la tierra. La montaña que se llama K2 es, es sólida, milagrosamente sólida. La montaña está hecha de presente, su presente es rotundo, la piedra es rotunda, no se puede discutir, no se puede interpretar, es una maravilla de rotundidad, tiene una belleza imposible, una belleza que llama, una belleza que habla de lo que no se puede contar, de lo que no se puede terminar de explicar, una belleza a la que solo el paisano da forma con su admiración.