La gran mentira sobre el papel del duque de Alba en los Tercios de Flandes: "Es producto de la leyenda"
Àlex Claramunt Soto presenta en La Tarde su libro sobre el tercer duque de la casa, analizando su figura tanto de general como política
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Un palacio del siglo XVIII en el corazón de Madrid, de tres pisos, con bastante piedra, un jardín delante y árboles antiguos. El castillo de Liria pertenece a la Casa de Alba y vamos a hablar del tercer duque de Alba del siglo XVI famoso por sus intervenciones militares, políticas y en Flandes. Allí se encontraban este viernes tanto el copresentador de La Tarde, Fernando de Haro, como Àlex Claramunt Soto, que presenta en COPE su libro 'Es necesario castigo, El duque de Alba y la revuelta de Flandes'.
Pero, ¿quién era el tercer duque de Alba? ¿Por qué su figura es tan importante en la Historia de España? “Por resumirlo en pocas palabras es el gran eslabón entre Carlos V y Felipe II, el persona militar y político que aúna ambos reinados. Pero en este castillo se conserva muchísimo material de archivos correspondencia del gran duque de Alba, obras de arte, retratos, tapices... Una verdadera maravilla”, explica Claramunt Soto.
La gran mentira sobre el duque de Alba
Además, el escritor ha querido quitar de la mesa uno de los grandes mitos sobre la figura histórica del duque: ¿de verdad era un fanático religioso como se cuenta? “La imagen del duque de Alba como un personaje fanático es producto de la leyenda, fruto de la distorsión de la propaganda protestante. Es un político realista con el objetivo de cumplir con las direcciones de Felipe II”, matiza a De Haro.
Y es que el duque de Alba, el tercer duque, es el más poderoso y más ilustre representante de la casa “sin lugar a dudas”, no sólo en el siglo XVI, también en el XVII. Se trata, como subraya el autor, del aristócrata más influyente de Castilla en la época. “Sirve de eslabón porque tiene una edad parecida a la de Carlos V, le asiste y acompaña en las campañas militares de Túnez o en Francia. El gran duque se erige como el hombre de confianza, el general predilecto y más fiable de Carlos V y el emperador le transmite la importancia de contar con él en los asuntos de gobierno y guerra”.
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De Haro le preguntaba al experto: “¿El error es haber intentado mantener la unidad religiosa cuando los Países Bajos habían decidido ser protestante?”. Y es que, para Àlex Claramunt Soto, la importancia de los Países Bajos es lo que explica el deseo de Felipe II en invertir recursos para mantener la región, “combatir el protestantismo y en vencer a los rebeldes, todo por motivos de prestigio y reputación de la monarquía”.
Pero también por la riqueza de la región, en la que es fácil conseguir préstamos por la cantidad de mercaderes: “La rebelión responde a una situación de crisis de subsistencia motivada por el fenómeno climático llamado 'pequeña edad de hielo', con un descenso de temperaturas, catástrofes naturales y pérdida de cosechas. Al verse en esta situación, más una subida de impuestos, crea un descontento social que acaba con una revuelta abierta”, explica.
Concretamente, sobre el duque de Alba y su baja estatura, el autor apunta que “tenía mucha capacidad como militar a pesar de su altura, el mejor general de su época, por sus dotes de líder y su visión estratégica, descolla por el buen uso de los recursos, economizando a sus hombres y desgastando a los contrincantes y es lo que permite que triunfe una y otra vez”.
“Las políticas del duque de Alba tenemos que entender que no son propias, que desarrolla por instrucciones específicas de Felipe II, a raíz de consejos de diversos personajes del mundo flamenco. El problema es que el duque acudía como un militar y Felipe II no acude a los Países Bajos por la crisis dinástica tras la muerte del principe Carlos y la reina Isabel. El duque se ve abandonado en una difícil situación”, concluye.
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Para Claramunt Soto hay una figura clave: la de Guillermo de Orange, el principal aristócrata opositor a las políticas de Felipe II, sobre todo las religiosas. Nació en Alemania y fue quien aglutinó a los elementos rebeldes a los que sirve como general, político, maquinador y conspirador de la rebelión.
“Una frase de Guillermo de Orange, que la población era aficionada a la casa de Austria y que todo volvería al orden siempre que se alejase con sus antiguas leyes y hubiese una tolerancia religiosa. Esto es utópico por la diversidad de los rebeldes”, explica. Además, recuerda que el duque de Alba cuando llega a los Países Bajos lo hace con instrucciones específicas para combatir la expansión de la herejía, “como asegurarse que los profesores de las escuelas sean católicos o medidas contra la impresión de propaganda protestante”.