"De la A de Ábalos a la Z de Ortiz, la actualidad política es una pasarela de ejemplos de degradación institucional"

El codirector de 'Mediodía COPE' critica duramente que Álvaro García Ortiz no haya renunciado todavía a su cargo como Fiscal General del Estado

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Pasan unos segundos de la una de la tarde y el fiscal general del Estado todavía no ha dimitido. Esta es la noticia y este es el escándalo. Que la democracia española tiene todavía al frente de su Ministerio Público a un hombre imputado por usar su poder para revelar secretos de un ciudadano particular con el único fin de dañar a la rival política de su jefe. La Fiscalía es el órgano que en un Estado de derecho debe perseguir los delitos y proteger a los ciudadanos de la arbitrariedad. Pues bien, Álvaro García Ortiz sigue en su puesto pese a haber hecho todo lo contrario, y a esta hora sigue empeñado en convencernos de que ese atrincheramiento es lo mejor para el prestigio de la Fiscalía. Que es como decir que lo mejor para la imagen del fútbol español habría sido que Luis Rubiales, estando imputado, siguiera al frente de la Federación.

Que García Ortiz es un hombre sin amor propio no es noticia. La mayoría de los fiscales de la carrera en toda España se avergüenzan de él, pero él no puede avergonzarse de sí mismo porque para eso primero hay que tener vergüenza. Alvarone renunció a respetarse a sí mismo y a honrar las oposiciones que un día aprobó cuando aceptó subordinarse a un jefe político y a su imputada esposa. Cuando no le importó que el Tribunal Supremo le considera “inidóneo” para el cargo por sus muestras de desviación de poder siempre en el mismo sentido: el que más convenía en cada momento a Pedro Sánchez. 

García Ortiz se ve a sí mismo como un soldado del sanchismo, un constructor de relato, un agente de la propaganda monclovita. Tomó su decisión y así será recordado: no como un fiscal general del Estado sino como un abogado de parte, un portavoz matrimonial de los Sánchez-Gómez que encima ni siquiera fue capaz de defenderlos con eficacia. Porque con su imputación ha hundido todavía más la causa gubernamental y ha fortalecido la posición de Ayuso, su enemiga íntima.

Pero cuando un hombre decide renunciar a su autonomía moral y acepta ser la marioneta de otro, entonces nuestra exigencia de responsabilidades debe extenderse también a quien le mueve los hilos. Es decir, al Número Uno. ¿Alguien duda de que si Pedro Sánchez le ordenase dimitir, García Ortiz no habría comunicado ya su cese? Pero Pedro le ha ordenado lo contrario: que se atrinchere, que aguante, que sea fuerte. Que se inmole en el mismo búnker donde se agolpan hoy Pedro, Begoña, el hermano, Alegría, Bolaños, Marlaska, Montero, Armengol y compañía. Todos pendientes de la UCO y del contenido de todos esos móviles y ordenadores de la trama que en estos momentos transcriben los agentes. Todos temblando ante la próxima imputación de Ábalos, que sabe tanto de tantos. Todos rezando para que Aldama no abra la boca.

De la A de Ábalos a la Z de Ortiz, la actualidad política es una pasarela de ejemplos de degradación institucional. Los del búnker quieren resistir a toda costa. Están dispuestos a entregar lo que sea a los separatistas para comprar un mes más. Pero esto no es un Gobierno ni es una legislatura. Es una lenta agonía. Cuando alguien agoniza, dedica todas las energías que le quedan a luchar contra la muerte, a intentar sobrevivir. No tiene tiempo ni fuerzas para pensar un solo segundo en los problemas de los españoles.

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