"Si la saturación termina por afear el atractivo de nuestro país, los turistas dejarán de venir"
El codirector de 'Mediodía COPE', Jorge Bustos, desde Barcelona, analiza este miércoles en su monólogo la masificación turística en muchas ciudades de España
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Me encuentro en el centro de Barcelona, ciudad turística por antonomasia. Pero también epicentro de la turismofobia. Esta es la única ciudad que ha tenido una alcaldesa abiertamente enfrentada al modelo económico que representa el turismo.
Hablamos de Ada Colau, que acaba de anunciar su marcha de la primera línea política y entregará el acta de concejal, pero que gobernó durante dos mandatos; es decir, que sus tesis encontraron un amplio respaldo entre los barceloneses. Ahora el alcalde Collboni tiene el reto de reforzar el atractivo turístico de Barcelona frente a los brotes de turismofobia que siguen cundiendo por la ciudad: este verano sin ir más lejos hemos visto aquí imágenes de terrazas hostigadas por activistas.
No vamos a descubrir ahora la importancia del turismo para nuestra economía: representa el 13% de la riqueza nacional. Esta temporada ha batido récords: 53 millones de personas han visitado España en los siete primeros meses del año. Los turistas extranjeros se han gastado 15.500 millones de euros, o sea, un 12% más que hace un año. La industria turística no solo ha recuperado los niveles de antes de la pandemia, sino que los está superando.
Ante la realidad pujante de estos datos alguien puede preguntarse: ¿y cuál es el problema? Pero claro, fijarse exclusivamente en la dimensión económica del turismo no agota toda la complejidad del fenómeno.
Si eres vecino de una zona muy turística seguro que se te ocurren argumentos basados en la experiencia para justificar quizá no la turismofobia, pero sí un cierto control. Si te preocupa el cuidado de espacios históricos o naturales, también. Y no digamos ya si vives o aspiras a vivir en una zona tensionada por la proliferación de viviendas de uso turístico.
Y esto no es o no debería ser un problema de izquierdas (en contra del turismo) y de derechas (a favor). Primero porque alcaldes del PP como el de Madrid o el de Sevilla ya plantean medidas de control: Almeida ha congelado la concesión de licencias para pisos turísticos y el ayuntamiento de Sevilla hace poco planteó cobrar una tasa por visitar la muy concurrida plaza de España.
Ascender al Teide o navegar a las Cíes también son ya actividades restringidas. Pero es que se trata también de proteger la economía: si el modelo muere de éxito y la saturación termina por afear el atractivo de nuestro país, los turistas dejarán de venir.
La turismofobia crece en la misma medida en que crece el turismo. Pero si hay un país que debería estar preparado para hacer evolucionar el modelo turístico para conciliar economía y convivencia, ese es el nuestro.