Sexta Estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús

El verdadero rostro de Dios es el del amor entregado, aun en medio del sufrimiento. El rostro de Dios se nos ha mostrado saliendo de la niebla y el humo de lo abstracto y escondido, para que el ser humano entienda que la auténtica belleza está en la entrega de amor. La existencia humana comporta siempre una inevitable carga de sufrimiento. No es el sufrimiento, per se, nunca bueno. Pero si ese dolor se lleva desde el amor, desde la donación de uno para que la vida de los demás sea mejor, ese dolor cobra sentido. Y se carga de belleza. Belleza y amor van tan intrincadamente conectados que es la donación amante de uno mismo a los demás, la que hace que se pueda captar belleza en lo aparentemente deforme y grotesco y escandaloso, como la Cruz de Cristo. ¿Qué otra clave nos recuerda la Verónica? Cada gesto de amor y de cuidado que tengas con el que sufre, además de cargarse de belleza, es un gesto infinito que no se agota porque recuerda a la condición humana su verdadera razón de ser, la de seres que aman.

Madrid -

Más de Vía Crucis. Meditaciones en las estaciones de la Cruz

Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado

<p>En el oscuro silencio del sepulcro, entre s&aacute;banas limpias y mortajas, el tiempo se detiene. Todo lo que alguna vez ha existido, todo lo que existir&aacute;, est&aacute; en ese espacio vac&iacute;o a oscuras que acoge el cuerpo muerto del Se&ntilde;or. La pasi&oacute;n, la cruz, la muerte, la entrega por amor, all&oacute; condensada donde el tiempo se hace espacio y el espacio se vac&iacute;a, cruza toda la realidad como ondas que se expanden a trav&eacute;s de todo lo que pueda llegar a existir, inform&aacute;ndolo y conform&aacute;ndolo. En ese oscuro sepulcro est&aacute; el misterio absoluto de Dios. No nos queda sino contemplar. Esperar. Recordar. </p><p><br></p>

Decimotercera Estación: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en brazos de su Madre

<p>El cuerpo de Cristo, abrazo por su madre, descendido por sus amigos, viene a nuestro encuentro en cada Eucarist&iacute;a. Se nos hace f&iacute;sico y real a trav&eacute;s de la Iglesia en el pan y el vino, en su cuerpo y su sangre a los ojos de la fe. Viene a hacerse nuestro cuerpo con el suyo, a alimentarnos, a conformarnos por dentro, pero tambi&eacute;n f&iacute;sicamente. Como Iglesia. La Virgen Mar&iacute;a, abrazando el cuerpo de Jes&uacute;s, nos recuerda que tambi&eacute;n nosotros podemos acoger el cuerpo del Se&ntilde;or Jes&uacute;s en su Sacramento. Puedes abrazarlo si miramos con los ojos de la fe.<strong> </strong> </p><p><br></p>

Duodécima Estación: Jesús muere en la Cruz

<p>a condici&oacute;n creyente, y as&iacute; nos lo ense&ntilde;a la misma muerte de Cristo, es la de abrazarse conscientemente a la muerte en una opci&oacute;n de confianza ante Dios. El grito de Jes&uacute;s en la muerte es el grito del salmista que se entrega a la voluntad de Dios en un ejercicio de absoluta confianza. La muerte del Se&ntilde;or Jes&uacute;s, con ese desgarrador grito, es al fin dejar a Dios que act&uacute;e. Saber que uno ya nada puede m&aacute;s que confiar. Que uno ha entregado absolutamente todo lo que era, hasta la propia vida, por amor a Dios. La muerte en cruz del Se&ntilde;or nos deja ante el silencio inmenso del que solo puede confiar en Dios. Cada muerte de nuestra vida, y morir duele, nos deja ante la situaci&oacute;n sin aliento de no poder hacer otra cosa m&aacute;s que esperar en Dios. Y confiar en que jam&aacute;s te abandona. </p><p><br></p>

Undécima Estación: Jesús es clavado en la Cruz

<p>Que el Se&ntilde;or Jes&uacute;s pasase por criminal, que un aparente fracaso coronase sus a&ntilde;os entregados a Dios y a los hombres, sigue siendo escandaloso. Que el &uacute;nico justo fuese ajusticiado explica el abandono por miedo de los suyos. Clavado entre salteadores y ladrones. Como un ladr&oacute;n m&aacute;s. El mismo Dios haci&eacute;ndose uno con todos los ajusticiados del tiempo. Es incomprensible y escandaloso. No es posible que nada pueda salvarse as&iacute;. Hoy seguimos huyendo del esc&aacute;ndalo que significa. Caemos en la tentaci&oacute;n de dulcificar demasiado la cruz. La intentamos domesticar. La rebajamos, tantas y tantas veces, con nuestro exceso de emotivismo. Con nuestras palabras y nuestros gestos de creyentes. Estamos llamados a la felicidad y la alegr&iacute;a en el Se&ntilde;or, claro est&aacute;, es lo que Dios desea para sus hijos, pero no nos atrevemos a acoger el misterio de la l&oacute;gica de la cruz: solo desde el fracaso, solo desde la agon&iacute;a, desde el esc&aacute;dalo, desde la incomprensi&oacute;n, podemos dejar a Dios que act&uacute;e seg&uacute;n su misterio y su propia raz&oacute;n. Solo as&iacute; no domesticaremos a Dios.</p>

Décima Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

<p>Jes&uacute;s, el Se&ntilde;or, nos muestra, te muestra que no es jam&aacute;s una vuelta atr&aacute;s la desnudez de la verdad. &Eacute;l, que nunca nada ocult&oacute;, que siempre fue luz limpia de palabra y de signos para los dem&aacute;s, es desnudado como intento de humillarle, como consecuencia del ego&iacute;smo. Y sin embargo, en su desnudez, se muestra su plena luz de salvaci&oacute;n. La cruz te trae la salvaci&oacute;n. Ah&iacute; te vuelve a decir que s&oacute;lo abrazando la verdad, solo acogiendo todo lo que eres, tan solo acogi&eacute;ndole a &Eacute;l, puedes alcanzar su luz y su salvaci&oacute;n.</p>

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