Carta del arzobispo de Barcelona: «El sacramento de la alegría»

En la solemnidad del Corpus, el cardenal Omella nos invita a reflexionar acerca de lo que supone para cada uno de nosotros la Eucaristía

juanjoseomella

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Cuando invitamos a un amigo a comer no lo hacemos solo para ofrecerle alimento, sino principalmente para estar con él y compartir nuestras vidas, ilusiones, angustias y esperanzas. Del mismo modo, hoy, solemnidad del Corpus Christi, celebramos que Cristo, nuestro maestro, hermano y amigo, nos invita cada domingo al banquete de la Eucaristía. Él es «el pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51), para compartir su vida con nosotros.

La Eucaristía es para los cristianos una fuente de alegría. Hoy quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones que nos pueden ayudar a vivir las celebraciones eucarísticas de una manera más intensa y gozosa.

Los cristianos celebramos en cada Eucaristía que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros. Cristo vive. Esta es la noticia más alegre de la historia. Pidamos al Señor que nos ayude a ser personas resucitadas, que transmitan la esperanza y el consuelo de Dios.

Cada domingo volvemos a recordar que Jesús vino a nuestro mundo para quedarse con nosotros. Cuando participamos en la misa entramos en relación personal con Él. Jesús renueva nuestra fe y nuestras ganas de vivir. Su presencia nos ayuda a experimentar estas bellas palabras del salmo: «Gustad y ved qué bueno es el Señor, feliz el hombre que se refugia en Él» (Sal 33,9).

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Carta del arzobispo de Barcelona: «El sacramento de la alegría»

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La Eucaristía es también el sacramento de la paz. Esto lo vivimos especialmente durante el rito de la paz de nuestras eucaristías. En él pedimos a Cristo que nos ayude a reconciliarnos con nuestros hermanos y a trabajar por la concordia. Gracias a Cristo, pan de vida, podemos emprender con más serenidad nuestro camino.

La Eucaristía es el alimento que nos da fuerzas para llevar la buena noticia del Evangelio a nuestros hermanos, para reconocer a Cristo en los que nos rodean y, particularmente, en los más vulnerables. El Cuerpo y la Sangre de Cristo nos estimulan a denunciar las injusticias y a estar atentos a las situaciones de pobreza en las que todavía vive gran parte de la humanidad. En cada celebración eucarística, Cristo nos anima a construir la civilización del amor y a preparar la «revolución de la ternura» de la que habla a menudo el papa Francisco.

Hoy, Corpus, día de la Caridad, es un buen momento para preguntarnos qué significa para nosotros la Eucaristía. Veamos el ejemplo del episodio de los discípulos de Emaús que nos relata el evangelista Lucas. Los discípulos de Emaús se sentían desanimados porque sabían que Jesús había muerto. Jesús se puso a caminar a su lado y fue entonces cuando ellos lo reconocieron al partir el pan de la Eucaristía. Este sencillo gesto les devolvió la esperanza y regresaron a Jerusalén para compartir con sus hermanos la alegría de la Resurrección. El Cuerpo y la Sangre de Cristo alimentan nuestra fe en Él, en nuestra resurrección y en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, Cristo está vivo, camina cada día a nuestro lado y está especialmente presente en la Sagrada Forma que hoy sale del templo y pasea por las calles engalanadas de nuestros pueblos y ciudades. Pidamos al Señor que cada Eucaristía sea una verdadera fiesta. Que Cristo nos enseñe a ser también buen pan para los demás, buenos compañeros de viaje de todos aquellos que encontramos a lo largo del camino de la vida.

+ Juan José Omella Omella

Cardenal arzobispo de Barcelona