Carta del arzobispo de Barcelona: «Un testimonio del Domingo de Ramos»

El cardenal Omella nos traslada a la Jerusalén del siglo IV para recordar cómo se celebraba el inicio de la Semana Santa en aquella época

juanjoseomella

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Hoy iniciamos la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos. En este día es habitual que en el exterior de muchas parroquias y centros de culto se celebre la popular bendición de los ramos y las palmas. Acabada la lectura del evangelio, la comunidad congregada entra en procesión al templo para continuar con la celebración de la Eucaristía.

Hoy recordamos el episodio de la vida de Jesús en el que entró en Jerusalén subido en un pollino. Dice el evangelista que la multitud, cuando pasaba Jesús, alfombraba el suelo con ramas y lo aclamaba gritando: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21,9).

Uno de los primeros testimonios que conservamos de esta entrañable fiesta es el que nos narra Egeria, una peregrina hispana del siglo IV. Egeria explica con detalle cómo se celebraba el Domingo de Ramos en Jerusalén. Al mediodía, los fieles iban hasta una iglesia que se encontraba en el Monte de los Olivos y allí oraban y proclamaban las lecturas de la Sagrada Escritura propias del día. Después descendían en procesión hasta Jerusalén mientras cantaban himnos. En el relato leemos que, mientras caminaban, tanto niños como mayores llevaban ramos de palma y de olivo. Una vez en Jerusalén, se reunían en la iglesia de la Anástasis y acababan la celebración orando ante la cruz.

Egeria explica que el obispo que presidía la celebración entraba en Jerusalén como Jesús, humildemente, montado en un pollino. Pidamos al Señor que nos ayude a llevar el mensaje del evangelio a nuestros hermanos y hermanas con amor y humildad. Así lo hacía Jesús. Él nos dice a cada uno de nosotros: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).

La peregrina destaca de manera especial que en la procesión participaban muchos niños. Los más pequeños que todavía no andaban iban sobre los hombros de sus padres. También comenta que procuraban que la procesión marchara despacio, para que las personas mayores pudieran seguirla. Ojalá que nuestras comunidades sean, tal como dice el papa Francisco, «oasis de misericordia» (Misericordiae vultus, 12), donde todos, pero especialmente los más pequeños y vulnerables se sientan queridos y acogidos.

Egeria describe con detalle las lecturas de la Sagrada Escritura que se proclamaban en los lugares por donde pasaban. Era una mujer enamorada de Cristo y de su Palabra. Su testimonio nos anima a buscar algún momento de la semana para leer y meditar con devoción la Palabra de Dios. Si la meditamos con frecuencia creceremos en la fe y en el amor a los demás.

Queridos hermanos y hermanas, salgamos al encuentro de Jesús con alegría. Acompañemos al Señor en el inicio de su Pasión. Él fue libremente a Jerusalén y, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su vida por la salvación de la humanidad. Pidamos a María que nos enseñe a estar al lado de la Cruz de Jesús y de la de todos los crucificados de nuestro mundo.

† Juan José Omella Omella

Cardenal arzobispo de Barcelona

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