Carta del arzobispo de Madrid: «A la misión: retornar a la alegría del Evangelio»

En el inicio del presenta curso, el cardenal Carlos Osoro anima a releer la parábola del hijo pródigo o, como a él más le gusta decir, del padre misericordioso

carlososoro

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Con el deseo de que empeñemos nuestras vidas para llevar la «alegría del Evangelio» a nuestro mundo, en particular a España y, sobre todo, a nuestra archidiócesis de Madrid, os escribo esta carta pastoral. Se trata de que todos entremos con palabras, obras y gestos en la vida de quienes tenemos que evangelizar. Tenemos que hacernos presentes en sus situaciones concretas, asumiendo la vida humana donde y como está, achicando distancias para tocar la carne sufriente del mismo Cristo entre las gentes que nos rodean. A ellas les debemos el anuncio apasionado del Evangelio, convencidos de que esta es la Buena Noticia plenificante que necesita la humanidad.

Como vengo haciendo desde que soy vuestro pastor, para principiar el nuevo curso busco siempre un texto del Evangelio que nos acompañe,

nos dé la luz del Señor y nos marque la dirección en los planes de pastoral del curso. Con ello quiero destacar el protagonismo de la Palabra del Señor que nos señala a todos la dirección, nos abre caminos y nos impulsa a caminar sinodalmente, por supuesto al ritmo que cada comunidad cristiana tenga. Para este curso he elegido el texto del hijo pródigo, que a mí me gusta más llamar del padre misericordioso.

Pido al Señor que penetre en nuestro corazón y formule nuestra vida con la hondura que nuestra Iglesia diocesana necesita. En el fondo, se trata de vivir, expresar y hacer vivir la experiencia de un Dios que es Padre, que nos acoge en todas las circunstancias, que nos hace sentir su cercanía y su cariño y que nos hace descubrir el amor misericordioso manifestado de manera bien palpable en Jesucristo,

Nuestro Señor. A estas alturas de la historia de la humanidad, se hace evidente lo revelado por Jesucristo: el ser humano no puede vivir sin amor, pero no se trata de cualquier amor. Ha de ser un amor que envuelva de tal manera a la persona que la haga sentir su originalidad

irrepetible, su verdad incontestable, que la abrace incondicionalmente en todas sus dimensiones, que le recuerde que nacimos por amor y para amar. Esto solo lo revela el amor de Dios que vino al mundo y se hizo Hombre con todas las consecuencias.

Al escribiros esta carta, en mi corazón de pastor está el deseo y el compromiso de salir ilusionado a vuestro encuentro para deciros lo que

tenemos que anunciar y discernir cómo hacerlo en las circunstancias históricas que nos toca vivir. Habremos de hacerlo con verdad, con pasión e intensidad y sin escamotear nada. Habremos de anunciárselo a todos los hombres y mujeres contemporáneos nuestros. Conocéis bien el núcleo duro del anuncio: Dios nos ama, no estamos solos, hemos sido diseñados para amar y Jesucristo ha venido a este mundo porque siendo Dios no tuvo a menos hacerse Hombre. Así pudo regalarnos la Buena Noticia que nos dice cómo y hasta dónde debemos amar. Por eso, tendremos que abrir nuestras puertas a todos, salir a su encuentro y hacerles sentir la verdad de la cercanía de Dios. Lo haremos, una vez más, entre todos, con todos y para todos. Precisaremos creatividad y la originalidad que Dios mismo nos dará para hacerlo.

Recordemos aquellas palabras del Papa Francisco: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada»

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