Carta del arzobispo de Tarragona: «Hacemos de la vida un don»

Joan Planellas inicide en su escrito de esta semana en que la valía de una persona se mide por la calidad de su amor y su capacidad de darse

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Estimadas y estimados. Hemos llegado al primer domingo de Cuaresma. Como a Jesús conducido al desierto por el Espíritu (Mt 4,1), a nosotros se nos pide intensificar la vivencia personal y comunitaria de la fe con un auténtico espíritu de conversión. Podríamos decir que el Espíritu nos empuja a la conversión. Es un tiempo de hacer propósitos espirituales, pero entendiendo que éstos deben dirigirse a vivir más plenamente el gran don de la fe. Son propósitos que, no por el hecho de ser formulados una vez más, deben dejar de comprometer toda nuestra vida. Por este motivo, me atrevo a proponeros, en este inicio de Cuaresma, «hacer de la vida un don». No basta con hacer un eslogan. Hay que disponerse a hacer un esfuerzo por conquistarnos a nosotros mismos, ser libres para poder darnos.

El Evangelio llama a realizar esta experiencia en el seguimiento de Jesús. El Evangelio no es una teoría sabia; es el anuncio de una persona que da un nuevo sentido a la vida, lo que implica dar el corazón. Lo afirmaba el papa Benedicto XVI al inicio de su Encíclica Deus caritas est en un pasaje de una profundidad teológica extraordinaria: «Hemos creído en el amor de Dios [que se ha manifestado en Jesús]: así el cristiano puede expresar la opción fundamental de su vida. No empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, la dirección decisiva» (n.1).

La valía de una persona se mide por la calidad de su amor, por su capacidad de darse que ha aprendido a compartir desde la niñez. El don que Jesús hace de su vida no obedece a intereses creados. Es un don gratuito. Y vemos que su personalidad no tiene igual. Dios mismo deja vislumbrar que encuentra su felicidad al darse gratuitamente. Y así hace decir a Jesús: «Cuando hagas un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos» (Lc 14,13).

«Hacer de la vida un don» supone una fortaleza interior que nos hace salir de las propias preocupaciones, que libera de las tentaciones a las que los humanos nos exponemos. He aquí: Encuentro con Jesús, conversión, fe, donación. La persona débil, empalagosa, que sólo piensa en ella, no es capaz de abrirse, ni siquiera es capaz de iniciar el proceso de conversión cuaresmal.

Podemos «hacer de la vida un don» también en el silencio, en el recogimiento, en la experiencia de conversión. Sí, así lo he dicho, «experiencia de conversión». Porque el resultado es la donación que nos hace más parecidos a Dios. Y Dios es magnanimidad. Quien quiere conseguir su plenitud por este camino debe ponerse a orar y a ayudar. Para pedir fuerza y sentir a Dios cerca, para sentirse amado, aunque sea en el silencio y en la aridez de la cruz.

¿Qué hago de mi vida? Es la pregunta de los espíritus despiertos. En nombre del Evangelio y, al inicio de la Cuaresma, os hago esta propuesta: «Hagamos de la vida un don». «Hagamos de la vida una experiencia de conversión».

Vuestro,

+ Joan Planellas i Barnosell

Arzobispo de Tarragona

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