Carta del arzobispo de Valencia: «Un santo extraordinario y oculto»

Esta semana Enrique Benavent reflexiona en su escrito semanal sobre la figura de san José, quien vivió una fe plena porque toda su vida fue una obediencia de Dios

enriquebenavent

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis estamos estos días de fiesta. La celebración de la solemnidad de san José ocupa un lugar importante en nuestro calendario festivo. Me gustaría que el ambiente externo que se respira en nuestras calles no nos lleve a olvidar la grandeza de este santo tan cercano para el pueblo cristiano. A pesar de que los textos evangélicos lo mencionan en pocas ocasiones, por lo que su figura queda oculta si la comparamos con otros personajes, nos ofrecen sufcientes datos para comprender la grandeza de su fe y la importancia de su misión en la Historia de la Salvación.

A sus contemporáneos, que seguramente desconocían los acontecimientos relativos a la concepción y el nacimiento de Jesús, la persona y la vida de José no les llamaría la atención. Lo verían como un hombre justo; como buen padre de familia, que cuidaba de su esposa y de su hijo, piadoso y observante de su ley; como un carpintero honrado vivía de su trabajo. Por eso su figura resulta cercana a la mayoría de los cristianos que viven su fe de un modo discreto, sin ningún afán de protagonismo, sin hacer cosas externamente llamativas y que a ojos del mundo pasan desapercibidos. No es extraño, por tanto, que sea un santo tan amado por el pueblo cristiano, y que despierte tanta confianza en los creyentes sencillos que en los momentos decisivos de la vida y, de un modo especial en la hora de la muerte, se encomiendan a él.

Sin embargo, el hecho de estar en un segundo plano no significa que su tarea fuera secundaria a los ojos de Dios, que había pensado en él para una misión única, complementaria y en cierto modo semejante a la que tenía que realizar María: ser el esposo de la Madre del Señor y asumir la tarea de ser su padre humano. Vivió esta paternidad sin ningún protagonismo, convirtiendo su vocación humana a formar una familia en una oblación sobrehumana y poniendo su capacidad de amar al servicio de María y de Jesús.

Cuando Dios elige a alguien para una misión especial nunca lo obliga a la fuerza, sino que pide su consentimiento, poniendo así a prueba su fe. Para ser padre de un gran pueblo, Abraham debe mostrar su fe obedeciendo a Dios cuando le pide a su hijo Isaac en sacrificio. La fe de María la descubrimos en el momento de la Anunciación: su respuesta al ángel es un acto de fe, de confianza y de obediencia a Dios, a pesar de que no todo resulta claro. También a José se le pide un acto de fe: en el momento de mayor desconcierto de su vida, Dios le pide que acoja a María y al niño que ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. En esa situación de oscuridad se manifiesta la grandeza de la fe de José, que se traduce en una obediencia a Dios en toda circunstancia: en la huida a Egipto, en el regreso a la tierra de Israel y en la decisión de establecerse en Nazaret.

José vivió una fe plena porque toda su vida fue una obediencia de Dios. Aprendamos de él que la grandeza de la fe no se mide por las apariencias externas, sino por la autenticidad de la obediencia a la voluntad de Dios en la vida de cada día.

† Enrique Benavent Vidal

Arzobispo de Valencia

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