Carta del arzobispo de Valladolid: «Entre el primer y el octavo día»

Terminamos el año litúrgico con la solemnidad de Cristo Rey y Luis Argüello nos recuerda que el significado de nuestra existencia es caminar hacia el cielo y vivir la vida eterna

luisarguello

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Con la solemnidad de Cristo Rey (20 de noviembre) el año litúrgico llega a su plenitud. Pero no solo lo hace el año litúrgico, sino que la liturgia de la Iglesia, la vida de la Iglesia celebrada y expresada a lo largo de los días del calendario, nos hace caer en la cuenta del significado entero del tiempo. Caminamos hacia la plenitud, hacia la segunda venida de Jesucristo como Rey del Universo y Señor de la Historia; una venida que se produce para hacer brillar el esplendor de su justicia. Es una venida inesperada, aunque nos llena de esperanza; es una venida que no sabemos cuándo se realiza del todo, pero que ya celebramos anticipadamente.

Jesús es el Rey y aunque su trono sea tan sorprendente como una cruz, aunque su corona sea de espinas, reina sobre el pecado y sobre la muerte y lo hace de manera plena. El tiempo se ha cumplido.

Para comprender bien el significado de este reinado, la Iglesia nos permitió vivir en el domingo previo a la solemnidad de Cristo Rey (13 de noviembre), la Jornada Mundial de los Pobres, instituida hace seis años por el papa Francisco para hacernos caer en la cuenta de que en la venida del Rey, que realizará su justicia en favor de los pobres, habrá un juicio. Será un juicio de misericordia en el que, para el veredicto, nuestro comportamiento con los empobrecidos será un punto decisivo. La situación de nuestro mundo, la realidad de los empobrecidos de la tierra, hace que deseemos con fuerza la venida de Jesucristo Rey.

Inmediatamente después de haber celebrado esta gran fiesta solemne con la que culmina el año litúrgico, un domingo más tarde (27 de noviembre), comienza el año nuevo litúrgico. Y la Iglesia lo inicia diciendo Adventus, Adviento; mirando “al que viene”. Ya ha venido, pero vendrá. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven Señor Jesús”, decimos en cada una de las Eucaristías que celebramos. Ya estás, Señor, ven pronto. Este gemido acompaña el caminar del pueblo santo de Dios. ¡Maranatha! [el Señor viene] (1 Corintios, 16: 22); ya estás, ven pronto. Así comienza la Iglesia el año litúrgico, invocando la venida del Señor; así hemos culminado el año litúrgico, celebrando su venida para establecer su juicio lleno de luz, de verdad, de justicia y de paz.

La transformación de nuestros corazones, de la humanidad y del universo, ha de ser tan profunda y tan radical que podemos vivirla como un terremoto o como una agitación (como nos dicen algunas de las lecturas de estos días); pero que debemos vivir con esperanza. No perdamos de vista que el significado pleno de nuestra existencia no es otro que caminar hacia el cielo, vivir la vida eterna, acoger la segunda venida del Señor para que, en Él, todas las cosas encuentren su sitio y toda la justicia se imparta de manera plena.

El tiempo se ha cumplido. Acojamos la llamada del señor a la conversión y sigamos nuestra peregrinación en el Adviento que ya comienza diciendo Maranatha. Anunciamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección. Entre el primer y el octavo día del tiempo del Señor se desarrolla toda nuestra existencia como cristianos; cada domingo, el primer y el octavo día de la semana y del tiempo se hacen acontecimiento.

+ Luis Argüello

Arzobispo de Valladolid

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