Cómo organizar una Comunión y no perder la cabeza (ni el bolsillo)

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Auxi Rueda

Publicado el - Actualizado

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Hace un año mi hija mayor recibió su Primera Comunión. Siempre pensé que cuando se acercara este momento, tendría las ideas muy claras con respecto a qué hacer o cómo enfocar este acontecimiento según mi forma de pensar. Sin embargo, me vi en ocasiones arrastrada por la corriente social, sin saber muy bien cómo.

La Primera Comunión es especial porque el niño se dispone a recibir el mejor regalo de todos, que es el mismo Jesús. Todo lo demás viene por añadidura social. Mejor dicho, por añadidura de los padres, que terminamos por dificultar con ello la comprensión de lo esencial de este momento: acercarse a la Eucaristía por primera vez.

Estas premisas son las que intenté mantener todo lo que pude. Sin embargo, reconozco mi debilidad humana. Me he dado cuenta de que en muchas ocasiones se nos va la fuerza de las palabras por la boca, ensombreciendo el mensaje con un ejemplo que parece ir en sentido contrario. Y navegas entre dos aguas: intentando ser fiel a esos principios, pero deslumbrándote por los preparativos más de lo que hubieras deseado. Porque, ¿cómo voy yo a dejar a mi niña sin fiesta, sin vestido, sin regalos?

Quería comprobar si era capaz de organizar la Comunión de mi hija sin tanto derroche, pero a la vez con una celebración bonita que ella recordara como el día especial que es. Esta es mi experiencia.

A principios de curso, muchas madres andaban inquietas. Y preguntaban unas a otras, y preguntaban al sacerdote cómo era posible que en octubre aún no se supieran las fechas de las comuniones. Una inquietud que no alcanzaba a comprender. ¿Qué más daría el día exacto, si tenemos claro que será en torno a mayo?, pensaba yo. Ignorante de mí… Todo obedecía a un solo objetivo común: poner el pistoletazo de salida de un sinfín de reservas, citas, previsiones. Aquí empezó la carrera de fondo.

Bien, ya teníamos la fecha. Era el momento de reservar el local donde celebrar la comida. En Ávila hay pocos locales y muchas comuniones, así que empecé a correr sin darme cuenta, agobiada por si me quedaba sin sitio. En octubre. Bien, la sorpresa me llega en uno de los primeros restaurantes que visito. Allí, la encargada pone sobre la mesa varias cartas de menús.

Esto ya lo he vivido antes … Exactamente, en mi boda. Todo funciona igual: la reserva, el tipo de comida, la disposición de la sala. Son pequeñas bodas, y como tal se refleja en el precio de cada menú. Me comentan en algunos establecimientos que no te puedes salir de lo que está marcado en la propuesta, porque los platos van maridados con los caldos, y claro, se rompe la magia … Y mientras, el menú de los niños tiene como plato estrella macarrones con tomate (supuestamente la celebración era para ellos). Eso sí, que no falte la animación infantil. ¡Fundamental la animación infantil! Con pintacaras, hinchables y juegos varios, que ya se sabe que un niño no puede estar demasiado rato sentado, no sea que se aburra en exceso …

Volví a casa algo descolocada, con varias carpetas de menús bajo el brazo, y una sensación extraña, de quemazón. Creo que ahí es cuando me di cuenta de que no todo iba a ser tan sencillo como había imaginado.

Una vez decidido el restaurante, era el turno de otra cuestión compleja: el vestido. Tengo la suerte de tener dos niñas preciosas, pero creo que en esta ocasión ese dato juega en mi contra. Sin apenas entender de moda, en pocas semanas estaba hablando de cancanes, tules y organza como la aguja más diestra de todo atelier.

Llegamos un martes lluvioso a la tienda. Todos en la familia teníamos claro que queríamos el traje más sencillo posible. Y lo encontramos rápido. En esto tengo que alabar la determinación de mi princesa, que se decantó por el vestido en apenas cinco minutos. Pese a la insistencia de la dependienta, no quiso probarse muchos más modelos.

Parecía que lo habíamos conseguido. Recto, sin grandes pretensiones, sin firma de renombre, no excesivamente elevado en precio … ¡Error! Una niña lleva mil cosas más junto con el vestido. Prendedor de pelo, fajín, complementos, la chaquetita por si hace frío en la iglesia, guantes, capa, faldriquera…

Redujimos todo a la mínima expresión, hasta que llegó de nuevo la dependienta a recordarnos que debíamos elegir tanto los calcetines de hilo como la ropa interior especial para ese día. Lógico: no vaya a ser que con una ráfaga de aire se le levante el vestido a la niña y se vean unas braguitas blancas de Primark, bajando de categoría su look. Por supuesto, quedó descartada la recomendación.

Aún así, poniendo todo el interés del mundo en lograr la mayor sencillez posible y que la niña estuviera resplandeciente (algo que consigue ella misma sin apenas esfuerzo), el desembolso por el vestuario es importante. Creo que aquí la contención y la sobriedad deben ser las claves.

Nueva parada, el fotógrafo. Descartadas las fotos del interior de la iglesia, realizadas por un único fotógrafo para todos los niños a fin de evitar una nube de flashes que les distraiga de la celebración, decidimos solicitar un reportaje de estudio. Sé que este punto no es necesario, y puede ser hasta superfluo para algunos, pero en casa nos gusta mucho la fotografía. De hecho, el álbum fue el regalo familiar que le hicimos a nuestra hija. Un amigo y colega de profesión se encargó de ello. Tuve que recordarle la recomendación que me hizo la dependienta de la tienda del vestido: no la lleves a hacer fotos a la vía del tren, que se mancha el traje. Porque, evidentemente todos sabemos que una Primera Comunión queda simbólicamente muy representada entre raíles, plasmando así su verdadera esencia …

Peluquería no hizo falta contratar. Ese día me metamorfoseé en Llongueras para hacer que los rizos de mi hija lucieran brillantes. Y fui capaz de ponerle el prendedor en la mitad de la cabeza. Vamos, como hago cada mañana cuando va al colegio. Nos evitamos así las pruebas de peinados, y las tentaciones de que quieran hacerle las uñas de porcelana o darle un toque de brillo de labios. Sí, no me invento nada: son tendencias cada vez más extendidas en las comuniones. Para niñas de diez años, no nos olvidemos.

Y los regalos … Éste es un tema aparte. Aquí poco puedes hacer porque no dependen de ti. A no ser que te pregunten tu opinión. Así hizo mi hermano, por ejemplo. Él es el padrino de la

niña y quería regalarle algo especial. Cuando me insinuó que estaba pensando en comprarle un hoverboard, casi me da un infarto. ¿Dónde quedaron los regalos clásicos, sencillos, poco llamativos? Un reloj, una cadenita, un anillo. Algo que le recuerde para siempre la importancia de ese día. Un móvil, un patín eléctrico, o un viaje a Eurodisney son una pasada, pero además de excesivos, son efímeros. Recuerda: nuestros hijos no necesitan grandes cosas, sino detalles con significado, con alma.

También ha cambiado el recuerdo de la Comunión que el niño da a sus invitados. Los recordatorios en papel han pasado a la historia, sustituidos por galletas con glaseado de dibujitos, detalles personalizados o manualidades realizadas en casa. Aquí nosotros optamos por algo más solidario: una donación. Le enseñamos a nuestra hija varias ONG que trabajan con niños, y eligió el proyecto que más le sorprendió. En este caso, el de Ayuda a la Iglesia Necesitada para reconstruir viviendas familiares para cristianos perseguidos en Irak.

Restaurante, vestido, fotos, recordatorios, … Ya estaba todo. Ahora que ya pasó, hago balance y veo que, aunque en algunas cuestiones tuve que ceder a la presión del entorno, en esencia venció la sencillez. Lo fundamental sabía que lo tenía: cita en la iglesia, un sacerdote, y una niña preparada durante años en catequesis. Lo demás, vino rodado. Y fue sencillamente perfecto.

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