Anuncios de Navidad
Oscar Martí nos trae en 'Espacios comunes' una bonita reflexión sobre las fiestas de Navidad
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Adviento es un tiempo de esperanza donde nos preparamos para la llegada de Jesucristo. Más allá de este momento culmen para los católicos que supone el arranque del calendario litúrgico, cada año el tiempo de Adviento televisivo se convierte en un maratón de anuncios comerciales con ruido de cascabeles de fondo que las cadenas sólo interrumpen para emitir algún programa de entretenimiento o incluso, a veces, algún espacio informativo.
La publicidad es un arte muy sutil en el que la industria invierte tanto o más dinero que en promover investigación científica. Mientras haya emoción y amenidad, cualquier anuncio puede llegar a funcionar.
Los spots navideños que trufan la programación televisiva parecen reducir la Navidad a un momento óptimo de la industria para estimular el consumo. Las constantes incitaciones a consumir nos hacen creer que comprar un regalo es la máxima expresión de amor entre dos personas. Se llegaría a deducir que cuanto más dinero cueste ese obsequio mayor será el cariño que manifestemos hacia la persona que lo reciba.
El homo videns es esencialmente el hombre preparado para responder adecuadamente a los estímulos emocionales. Precisamente, la principal trampa de nuestro tiempo es la emoción sugestiva. La publicidad nos entrena a descartar cualquier tipo de reflexión moral. La diversión y el entretenimiento parecen ser los únicos requisitos exigidos por el telespectador.
La publicidad rige las modas, propone modelos y actitudes. El sector publicitario ayuda a vender determinados productos en un nuevo mundo en el que cada vez es más fácil confundir realidad y ficción: información y publicidad. Quizás sea este el motivo por el que el cristianismo genera tanta incomodidad. Quizás sea por su atrevimiento en afirmarse como la Verdad.
Estos días, el mejor regalo que se puede recibir es el de ese encuentro con Jesús que ayude a llenar el vacío de espiritualidad que existe en nuestra sociedad. Un regalo que sea capaz de saciar nuestra sed inextinguible de trascendencia.