"Las maras, la inestabilidad y la pobreza": la Iglesia mexicana muestra su apoyo a los inmigrantes
Los obispos mexicanos señalan su "asombro" ante la aparición de quienes ven a los inmigrantes como una amenaza para la sociedad.
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Mientras la caravana de migrantes centroamericanos cruza México con el objetivo de llegar a tierra americana, el presidente Trump amenaza en su cuenta de Twitter con cerrar la frontera y enviar militares. "Debo pedir a México que detenga esta arremetida, y si no puede hacerlo, llamaré al ejército estadounidense y cerraré nuestra frontera sur", ha asegurado. Aunque no hay número oficial de los migrantes que ya se encuentran en territorio mexicano, diversos medios de comunicación nacionales cifran en cerca de 8.000 a los recién llegados. Otros 3.000 permanecen en el puente que une México con Guatemala, en espera de que el Instituto Nacional de Migración les dé los papeles necesarios para su ingreso.
Ante esta situación, los obispos mexicanos han lanzado un mensaje, con el título "El grito del pobre", en el que expresan su inquietud por "el grito estremecedor de nuestros hermanos centroamericanos, que han emprendido una caravana en búsqueda de la supervivencia, un éxodo de liberación", y dan a conocer su "asombro" ante la aparición de diversos "miembros de la sociedad tratando de sofocar" estos gritos "al percibirlos como amenaza para su confort e intereses propios".
En el mensaje, además, dan a conocer el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, en el que la Iglesia en México se compromete a "acoger y proteger a nuestros hermanos migrantes en busca de refugio" y a "recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros".
Asimismo, los obispos mexicanos ponen de relieve "la atención y el acompañamiento pastoral en los 133 albergues y centros de atención y orientación" que la Iglesia tiene en todo el territorio mexicano, y piden a los responsables diocesanos que mantengan el diálogo con las autoridades civiles, a las que instan "a atender lo que el mismo marco legal de nuestro país prescribe, acordes a los pactos internacionales suscritos por nuestra nación". Pero la responsabilidad no es solo civil: "Todos en la Iglesia y en la sociedad estamos llamados a salir al encuentro de los desplazados y ofrecer nuestro apoyo, tanto organizado como espontáneo, como principio de humanismo y caridad".
Una necesidad, la de salir al encuentro de los necesitados, que el Papa Francisco ha pedido desde el comienzo de su pontificado. Y así se lo hizo saber este lunes al presidente colombiano, Iván Duque, a quien agradeció la política de su país de acogida "de brazos abiertos" de inmigrantes venezolanos.
"Recibí con agrado el mensaje del Santo Padre para que sigamos haciendo esta política fraterna para recibir a los hermanos venezolanos en nuestro país. Hemos acogido a los hermanos que huyen de la desolación de la dictadura y lo seguiremos dando todas las oportunidades para que salgan de esa tragedia", aseguró Duque en una rueda de prensa tras su reunión con el pontífice.
Los gritos que tienen rostro
Los gritos de estos migrantes no son abstractos. Tienen rostros, nombres y apellidos. Llevan días viajando a pie, en autobuses o en camionetas. Llevan solo lo esencial en pequeñas bolsas y mochilas. Estos integrantes de la caravana que intenta llegar a México o EE. UU. decidieron emprender la travesía por varias razones: algunos huyen de las maras que amenazan a sus hijos y sus barrios; otros buscan trabajo y estabilidad para sus familias.
Fanny Rodríguez es hondureña y tiene 21 años. Viaja con su marido, Edil, y sus dos hijas. "Estamos viajando para darles un mejor futuro a las niñas", asegura la joven. "Quisiera que no les faltase comida, o ropa. No queremos lujos, solo sobrevivir".
El caso de Éver Escalante, de 27 años, también es sintomático. Huyó con su mujer y sus tres hijos hace un año de San Pedro Sula tras recibir amenazas de las maras, pero en La Ceiba, otra localidad hondureña, no lograron salir adelante: "Fuimos hacia atrás. En Honduras no hay trabajo ni dinero. Eso es lo que nos manda fuera del país".
Nery Maldonado, de 29 años, y también de la hondureña San Pedro Sula, no es la primera vez que lo intenta. No tiene piernas y viaja en silla de ruedas, porque un tren de carga mexicano le arrolló durante su primera incursión hacia el norte.