La experiencia de los jóvenes que han ayudado a rehabilitar un monasterio abandonado: "Servimos a la Iglesia"

Unos 300 jóvenes han colaborado este verano en las tareas de recuperación del monasterio Santa Clara de Orduña (Bilbao) donde veinte años después han regresado las contemplativas

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José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

6 min lectura

Veinte años no es nada, como cantaba Carlos Gardel. Es el tiempo que han tardado las hermanas clarisas en retornar al monasterio Santa Clara de la ciudad vizcaína de Orduña, a unos cincuenta kilómetros de Bilbao, procedentes del cenobio de Belorado (Burgos). Dos décadas antes las religiosas de la orden abandonaron el claustro que data del siglo XIII por el progresivo envejecimiento de sus hermanas y la falta de vocaciones.

“El monasterio lo encontramos en buenas condiciones. Un señor de Orduña se encargaba de visitarlo, hacer alguna barrida, mirar tejas... Había zonas del monasterio que estaban bien para habitar ya y otras los chicos ven que hay cosas que reconstruir”, revela a Aleluya y TRECE la Hermana María Paz, que resaltaba que fue el 28 de octubre de 2020 cuando se celebró la primera Misa.

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Tras años de ausencia ahora toca rehabilitar el monasterio, y en las que han colaborado a lo largo de este verano unos 300 jóvenes de toda España pertenecientes a la Milicia Santa María y al Seminario de Madrid. Las cámaras de TRECE y Aleluya se desplazaron hasta el monasterio Santa Clara para comprobar los trabajos que realizaban bajo la tutela del delegado de Enseñanza de la diócesis de Getafe y coordinador del campo de trabajo, Javier Segura.

“Venir aquí ha sido a través de una convocatoria para chicos de otros sitios de España, porque llevan un proceso de crecimiento en la fe y cada año les proponemos una actividad distinta. Este año el grupo de educadores vimos oportuno esta, porque reúne las condiciones. Una actividad hecha al aire libre, controlado que nos parecía que estaba en sintonía con lo que estamos viviendo, la idea de reconstruir la Iglesia después de una pandemia”, subraya.

Un proyecto para servir a la Iglesia: "Todos tienen en común la búsqueda de Dios"

La labor que desempeñan tiene como fin de servir a la Iglesia. Tareas básicas que no requiere de mano de obra especializada como limpieza, retirar muebles, picar piedras o derribar muros son los principales trabajos son algunas de las que realizan, entre otros Jonathan Torres, seminarista en Madrid: “El trabajo está siendo duro, me he cortado los brazos, las piernas, las manos... pero sienta bien ayudar a personas que son mayores y no pueden partir muros o cortar árboles”.

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Por su parte otro seminarista, Adrián, recalca que la finalidad de todo es “ayudar a las hermanas a hacer de esto un lugar aún más de Dios. Hoy estamos limpiando una pared de cemento, porque quieren conservar la piedra original. Otros compañeros limpian la maleza tras veinte años abandonado”, explica.

Pese a la diferente procedencia de los 300 chicos que desde el 1 de julio colaboran en la rehabilitación del monasterio Santa Clara de Orduña, a todos les une la búsqueda de Dios, como precisa Javier Segura: Todos tienen común la búsqueda de algo más y la ganas de ayudar. Un joven que pasa el verano levantándose antes de las ocho, dormir en el suelo, estar currando y acostarse pronto es un perfil de un joven que busca”.

Un trabajo duro, pero repleta de satisfacciones como manifiesta Adrián mientras sigue a pico y pala: “Es bonito el compartir, ver como el otro también está casando pero nos ayudamos unos a otros, cuando uno no puede entra otro. La experiencia es hermosa y de Dios”.

Un día a día austero como San Francisco de Asís

A los trabajos de reconstrucción del monasterio se une una vida austera y pobre que complementan la experiencia, “en consonancia con el mensaje de San Francisco de Asís. Vivimos algunas de sus experiencias, como la austeridad, la pobreza en un mundo como los jóvenes que tienen de todo”, comenta el coordinador de los trabajos en el monasterio.

Como nos precisaba Jonathan entre risas, “vivimos como si fuera un piso patera porque en nuestro caso somos seis, vivimos juntos, dormimos juntos, aguantamos los ronquidos...”

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Como comentaba Javier Segura, se trata de una vida austera y disciplinada que cumple a rajatabla, como todos, Miguel Moreno, que cursa sexto curso en el Seminario: “Por la mañana nos levantamos a la ocho, vamos a la capilla a rezar un ratito para entregárselo a Dios, rezamos hasta la hora del desayuno, venimos, nos cambiamos y a las diez una de la hermanas nos da una charla motivadora para darnos a conocer la vida de San Francisco y Santa Clara. Trabajamos hasta las dos, nos damos un manguerazo y a comer. Ya por la tarde es más de tiempo libre, las duchas, arreglarse para la misa, cenar, y ver alguna película”.

Pero no solo en las tareas de acondicionamiento del monasterio toca arrimar el hombro, sino también en las domésticas. Por ejemplo en la cocina que pilota el chef en la Escuela de Hostelería de Zamora, Juan Luis Benito: “Ellos sirven un poco la comida, ayudan a recoger el comedor si les da tiempo, dos de ellos recogen y lavan los platos y si alguno voluntariamente quiere ayudar en la cocina también pueden”.

Una experiencia que enriquece a los jóvenes y las consagradas

Tras una mañana dura de trabajo, por la tarde llegan las actividades de ocio como el senderismo o las pachangas de fútbol. Otro de los momentos especiales es que los chavales comparten experiencias con las consagradas, como precisa Javier Segura: “Hay margen para charlar, contarles sus experiencias de como han encontrado a Dios. Eso marca y abre una puerta a la experiencia de Dios”.

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Un enriquecimiento que es para los chicos y para las hermanas, que conocen de primera mano las inquietudes de los más jóvenes y su manera de experimentar la fe en Cristo: “Lo que más les inquieta son las preguntas que se hacen de cómo ver a Dios en la cosas de cada día, cómo llevar la experiencia de Dios a las relaciones con los compañeros, en la búsqueda de trabajo o lo que te pida Dios como matrimonio o vocación”, detalla en Aleluya y TRECE la hermana María Paz.

Así es Orduña, una ciudad vizcaína entre montañas que se caracteriza por ser un remanso de paz y de reflexión, incluso para los directores de cine, como Francisco Campos: “Estamos rodeados de chavales que dan su amor a las hermanas Clarisas, y esto es algo muy grande. Un acto de misericordia. Ahora estoy rodando algo precioso que se estrenará en los cines y este lugar tiene una pincelada importante”.

Como dicen las consagradas del monasterio, lo más bello es ver el entusiasmo y la voluntad de ayudar a la Iglesia: “Ver el entusiasmo y la voluntad de ayudar a la Iglesia, eso vale más que lo que puedas ahorrar en mano de obra”, reflexiona la religiosa María Paz.

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