Ricardo Blázquez: "No se deben encubrir los abusos ni darles una respuesta equivocada"
El presidente de la Conferencia Episcopal hace referencia al Sínodo de los jóvenes, la vocación o la figura de Pablo VI en la Iglesia en su discurso
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El cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española ha pronunciado el discurso de apertura de la 112 Asamblea Plenaria. Las claves del discurso de Ricardo Blázquez tienen dos ejes: el reciente Sínodo de la Iglesia sobre los Jóvenes, la Fe y el discernimiento vocacional, y, por otro lado, la figura de Pablo VI, canonizado en octubre, con la incidencia de la Iglesia española en la Transición, en el 40 Aniversario de la Constitución española. Puedes seguir en directo su intervención aquí.
En su discurso se ha referido a cuatro cuestiones de importancia: La sinodalidad como una dimensión constitutiva de ser en la Iglesia, de caminar juntos y el lugar de los jóvenes en ese camino, los abusos en el seno de la Iglesia, en el marco del documento final del Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, el papel de la vocación y de las vocaciones y el el de la Iglesia en la Transición española, la Constitución y la necesidad del diálogo en la sociedad a partir de la canonización de Pablo VI y del congreso sobre su figura.
El sínodo: sinodalidad y participación de los jóvenes
En relación a la sinodalidad, el Card. Blázquez señala el paso del Sínodo Episcopal como “evento” al Sínodo como “proceso”. El Sínodo, que significa hacer camino juntos, no se reduce a la Asamblea que es la fase culminante, sino que tiene tres etapas: la escucha, el discernimiento en Asamblea y la última de actuación. El proceso sinodal está aún abierto hasta que sea recibido por las Iglesia particulares e impulse su puesta en práctica.
En este ámbito, los jóvenes han hablado y han sido escuchados en la preparación de la Asamblea y en el curso de la misma tanto en las Congregaciones Generales como en los Círculos Menores. La relación entre jóvenes y obispos ha sido de mutua escucha y de satisfacción compartida. La cercanía atenta, la búsqueda en común, el gozo de la fraternidad son aspectos destacados que deben prolongarse. Hablar entre los jóvenes y en su presencia sobre lo que los concierne especialmente, tiene un alcance peculiar: "Realmente se hizo camino juntos". Es un procedimiento que debe tomar forma y proseguir en las diócesis, parroquias, asociaciones, comunidades, grupos apostólicos. Probablemente el compartir la oración, la escucha y la búsqueda de nuevos caminos para Dios aquí y en diversas situaciones eclesiales sea una de las grandes lecciones de la Asamblea recientemente clausurada.
Los abusos en la Iglesia, en el documento final del Sínodo
“Los diversos tipos de abuso realizados por algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos provocan en quienes son víctimas, entre los cuales muchos jóvenes, sufrimientos que pueden durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio. Tal fenómeno está difundido en la sociedad, toca también a la Iglesia y representa un serio obstáculo a su misión. El Sínodo reitera el firme compromiso de adoptar rigurosas medidas de prevención que impidan repetirse, a partir de la selección y de la formación de aquellos a los que serán confiados tareas de responsabilidad y educativas” (Doc. Final del Sínodo, n. 29).
“Existen diversos tipos de abuso: de poder, económicos, de conciencia, sexuales. Es evidente el deber de erradicar las formas de ejercicio de la autoridad en las cuales se insertan y de combatir la falta de responsabilidad y transparencia con las cuales muchos casos se han tratado. El deseo de dominio, la falta de diálogo y de transparencia, las formas de doble vida, el vacío espiritual, como también las fragilidades psicológicas son el terreno en el cual prospera la corrupción” (Doc. Final del Sínodo, n.30).
El Card. Blázquez hace suyo “el agradecimiento a los que han tenido la valentía de denunciar el mal padecido; ayudan a la Iglesia a tomar conciencia de cuanto ha ocurrido y de la necesidad de reaccionar con decisión. Aprecia y anima también el compromiso sincero de innumerables laicos y laicas, sacerdotes, consagrados, consagradas y obispos, que diariamente se entregan con honestidad y dedicación al servicio de los jóvenes” (Doc. Final del Sínodo, n.31).
Vocación y vocaciones
La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes) reitera cómo el hombre, varón y mujer, creado a imagen y semejanza de Dios, debe buscar el sentido de su vida y la plenitud de su esperanza. Esta vocación es fundamental en la realización del ser humano, en todas sus dimensiones: es constitutivamente vocación. El ser humano no se entiende adecuadamente sin la relación con Dios. El hombre no se ha creado a sí mismo; ha sido llamado a la existencia; ha sido creado por amor y para el amor por Dios.
La vocación a ser persona se concreta en la vocación cristiana. Jesucristo ha llamado a personas concretas a seguirlo, a compartir su vida y a participar en su misión. Los cristianos no somos espontáneos sino llamados y enviados, rescatados y misioneros.
A la carencia de vocaciones de especial consagración se debe responder, ante todo, cultivando la iniciación cristiana. Estas diversas vocaciones específicas, con su forma de vida correspondiente, –laicos comprometidos con la Iglesia y la sociedad, matrimonios cristianos, el servicio pastoral (diácono, presbítero, obispo), la vida consagrada, etc.- proceden de Dios, y deben ser escuchadas, agradecidas, reconocidas y acogidas en la vida de la Iglesia. Índole personal de la vocación En toda vocación cristiana hay una dimensión personal insustituible. Hay un diálogo entre el Señor que llama y el invitado que responde, el único autorizado para llamar eficazmente es Jesús.
Pablo VI y la Iglesia en España
Se cumplen 40 años de nuestra Constitución, que selló un consenso entre todos los españoles, al terminar el régimen anterior. A la inquietud sucedió la esperanza: con la generosidad de todos hemos vivido un largo periodo de paz. La Iglesia, en vías de renovación por el Concilio Vaticano II, colaboró eficazmente en aquel singular período de la historia. Los católicos estamos satisfechos de haber prestado la ayuda que estaba en nuestras manos, nos sentimos bien integrados en el sistema democrático y es nuestra intención continuar participando, desde nuestra identidad, en la justicia, la solidaridad, la paz, la convivencia y la esperanza de nuestra sociedad.
El diálogo es una palabra, que entonces escaseaba y ahora goza de favor. En el diálogo los interlocutores se acercan y mutuamente se ofrecen respeto y estima; el diálogo muestra el aprecio del otro, que no es considerado ni adversario ni inexistente. El diálogo debe ser el modo que hace visible la dignidad personal en la relación de unos con otros y exige el trato democrático de sus representantes. El diálogo requiere unas actitudes de apertura en los interlocutores para discutir las cuestiones sobre las que tienen competencia y dentro de un marco general compartido.
Debemos renovar el espíritu de la Transición y animados por él afrontar las cuestiones que el tiempo nos va encomendando. La Constitución, gestada y elaborada en un clima de consenso, aprobada por las Cortes y por los ciudadanos, es un monumento señero en nuestra historia, expresión de la magnanimidad de todos, convergencia de las legítimas diferencias, apuesta por un futuro con todos y para todos. La Constitución selló la reconciliación de todos los españoles y es la ley fundamental de nuestra convivencia. La misma Constitución ha previsto el procedimiento para que el texto fijado no se petrifique sino esté abierto a las oportunas reformas y actualizaciones. La Constitución ha tenido vigencia durante varios decenios; unas generaciones ejercieron entonces la responsabilidad primera; pero su alcance se extiende a las generaciones presentes y futuras.