Miguel Borrero: el sacerdote de Utrera que barruntó su muerte semanas antes de la Guerra Civil
El futuro beato fue preso el 19 de julio de 1936 hasta su fusilamiento una semana después. Desde el primer momento tuvo claro su final: "No le oí quejarse"
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Los reclusos en el calabozo municipal de Utrera esperaban su muerte. Eran conscientes de que la llegada del bando nacional al municipio sevillano implicaría su fusilamiento por parte de las milicias antes de huir. Entre los presos se encontraba el sacerdote Miguel Borrero Picón, coadjutor de Santa María de la Mesa junto al párroco titular de templo y un grupo de diez personas que fueron detenidos en los primeros días de la sublevación del 18 de julio de 1936.
Borrero fue el primero ser asesinado tras un disparo a bocajarro durante la mañana del 26 de julio. Corrieron la misma suerte varios de los presos, mientras otros lograron salvar la vida 'in extremis', entre ellos el párroco titular de la iglesia utrerana.
Miguel Borrero será beatificado el 18 de noviembre en la Catedral de Sevilla. Nació en la localidad onubense de Beas el 6 de diciembre de 1873. Tal y como se recoge en el libro 'Mártires de la persecución religiosa en la archidiócesis de Sevilla', solicitó su admisión como alumno en el Seminario de Sevilla el 27 de septiembre de 1890, con 17 años.
Procedía de una familia pobre, lo que le dificultó concluir sus estudios teológicos. Así se desprende de su expediente: “Ha necesitado para cursar el último año de la caridad de algunos de sus convecinos, y estando animado de los mejores deseos de ser un día ministro del santuario, suplica se digne concederle una de las plazas que su misericordia y bondad (refiriéndose al arzobispo de Sevilla, el cardenal Spínola) han fundado para que puedan continuar sus estudios los alumnos pobres que se sientan llamados por Dios al estado sacerdotal”.
Finalmente el arzobispo Spínola respaldó la demanda y Miguel Borrero pudo concluir sus estudios el 1 de junio de 1903, con 29 años. El 13 de septiembre de 1903 fue ordenado sacerdote, con casi treinta años.
Durante su ministerio, ejerció el presbiterado en casi una decena de parroquias, la mayoría como ecónomo. En 1923 y hasta su muerte tuvo su destino más prolongado como coadjutor de Santa María de la Mesa en Utrera.
Quienes le conocieron en sus diferentes destinos coinciden en asegurar que tenía un don especial para cantar, sobre todo el gregoriano: “Tenía una voz espléndida y cantaba el canto gregoriano con el mismo sentimiento que un buen 'cantaor' de cante 'jondo”, cuentan algunos de sus feligreses.
Hombre muy trabajador y fiel cumplidor de su deber, siempre se mostró preocupado por la feligresía y en defensa de los intereses de la Iglesia. Brillaba por sus sermones claros y dichos con mesura y palabras elocuentes.
Su etapa en Castaño del Robledo, la más convulsa hasta la guerra
Miguel Borrero fue párroco de Santiago el Mayor de Castaño del Robledo, pequeño municipio de la Sierra de Aracena que se caracterizaba por ser muy pobre. Desde el primer momento, el presbítero se supo ganar a la feligresía y a las autoridades civiles.
Su quebradero de cabeza fue reactivar, tras varios años sin actividad, de la Congregación de las Hijas de María, lo que ponía de manifiesto su fervor mariano. Para ponerla en marcha de nuevo, Borrero exigía a sus miembros estar al corriente de pago y no ausentarse en la visita mensual a la corte de María: “Vale más tener solo diez hijas de verdad que ciento de solo hombre”, argumentaba.
El problema vino durante la organización de la festividad de la Inmaculada de 1906, cuando el párroco ponía a disposición de la congregación su concurso y la cera que fuera precisa, para pagarla cuando pudieran. Pero algunas integrantes de la congregación no compartían los esfuerzo del párroco, lo que llevó a Borrero a expulsar a varias de ellas tras la celebración de la Inmaculada por su insubordinación.
Aquel no fue el último episodio polémico entre el párroco y algunos de los miembros de la Congregación de las Hijas de María. Se sospecha que fue el motivo por el que el arzobispado de Sevilla le trasladara a la parroquia de Aracena de El Villar, cerca de Castaño del Robledo, pese a que los feligreses estaban más que satisfechos con la tarea desempeñada por Borrero.
Estas sospechas se sustentan, aunque nunca fueron demostradas, en que el traslado se produjo unos días después de un problema de pago por parte de la esposa del secretario del Juzgado Municipal a la Cofradía Nuestra Señora de los Dolores, a la que pertenecía, que derivó en un enfrentamiento público entre el párroco y el secretario judicial. El caso es que la esposa llevaba dos años sin pagar la cuota, por lo que cuando el mayordomo de la cofradía fue a su casa para reclamarle el pago, el secretario entró en cólera, denunciando al arzobispado los hechos con mentiras, por lo que el arzobispado 'castigaría' al párroco con el traslado a El Villar, pese a la súplicas.
Nombrado coadjutor de Utrera
El 26 de febrero de 1923, Miguel Borrero Picón fue nombrado coadjutor de Santa María de la Mesa, en Utrera, donde permanecería hasta su martirio en 1936. De aquella etapa hay poca constancia al ser coadjutor, y no estar en sus manos la resolución de los asuntos parroquiales. Sí conocemos que residía con su familia. Y es que siempre fue una persona de trato sencillo, caritativo con los demás o que enseñaba gratuitamente latín.
La feligresía en Utrera tenía fe, pero deficiente en lo que respecta a la asistencia a misa, sobre todo entre los obreros. Prueba de esta fe es que pese a las medidas laicistas del momento, apenas se celebraban matrimonios civiles o funerales profanos y los hijos eran educados en los valores cristianos.
Con la instauración de la Segunda República, Utrera entró en convulsión en lo político y social, muy por encima de lo anticlerical. Entre 1931 y 1934 la localidad hispalense estuvo gobernada por la izquierda, lo que se tradujo en un auge sindicalista y anarcosindicalismo que promovió huelgas contra los patronos. El Ayuntamiento tomó medidas como suprimir las subvenciones municipales a congregaciones religiosas, crear una comisión para supervisar la retirada de elementos religiosos de las calles o pedir al gobierno la expulsión de la Compañía de Jesús.
Al tiempo, se podía celebrar aún la velada en honor a su patrona, la Virgen de la Consolación, o contribuir en los colegios con la labor religiosa.
Por su parte Miguel Borrero seguía cumpliendo sus obligaciones como coadjutor, pero era consciente de los problemas que traería consigo el cambio de régimen: “Predecía males para la Iglesia e incluso hablaba con frecuencia de su propia muerte. Este convencimiento se arraigó en su ánimo desde el asalto al poder del Frente Popular”, explicaba el párroco titular de la parroquia, Antonio Ulquiano Murga, sin ser consciente lo que estaba por venir meses después.
La detención de Miguel Borrero
La sublevación militar hizo temblar los cimientos de Utrera. La sede del partido Acción Popular, de derechas, fue incendiado junto a otros edificios públicos y privados vinculados a la oligarquía local. En la tarde del sábado del 18 de julio de 1936 se incendiaron los casinos y centros políticos utreranos.
La tensión creció en los siguientes días. En Sevilla ciudad el ambiente era bélico. En Utrera el Ayuntamiento creó un comité revolucionario con representación de todas las izquierdas y del anarcosindicalismo, siendo este órgano el que tomó decisiones como requisar las armas a vecinos de las derechas, confiscar vehículos particulares, registrar los domicilios, detener a personas de ideología conservadora o construir barricadas.
El domingo 19 de julio, Miguel Borrero fue detenido en los calabozo municipales. El párroco titular del pueblo, Ulquiano Murga, lo narraba así.
“En la mañana del domingo Miguel celebró la Santa Misa con su fervor acostumbrado, pero no pudo celebrar la segunda misa, como acostumbraba todos los domingos y días festivos, a las once de la mañana, en la capilla pública de San Francisco, sita en la plaza principal del pueblo, porque las masas estaban alborotadas y dueñas de la calle”, comenzaba exponiendo Ulquiano.
“Esa misma noche salió a la calle, sin darse quizás cuenta del peligro que corría. Se dirigió al Ayuntamiento, donde radicaba el comité revolucionario, para pedir la libertad de unos presuntos detenidos. El comité lo mandó detener y fue encerrado en uno de los calabozos del Ayuntamiento. Allí estuvo detenido hasta el día de su muerte, el 26 de julio. En el mismo calabozo y en días sucesivos fueron encerrados algunos señores de la localidad en atención a sus ideas derechistas o religiosas”, relataba el sacerdote.
El sábado 25 de julio detuvieron al párroco titular, conducido al calabozo municipal donde también estaba preso Borrero. Todos los presos tenían asumidos que morirían: “Nos confesamos mutuamente y confesamos a los demás compañeros de prisión. Aquella noche, después de cenar y departir un rato, nos hacinamos en el suelo y sobre el poyete del calabozo para dormir. Él tenía desde el primer día la obsesión de acostarse sobre el poyete, frente a la puerta del calabozo”, exponía Ulquiano.
La mañana en la que asesinan a boca jarro Borrero
A las 6 de la mañana del domingo 26 de julio, se esperaba la llegada de las tropas nacionales, por lo que los presos sospechaban que los carceleros tomarían como represalia fusilarles antes de huir.
“Los sacerdotes nos confesamos mutuamente y volvimos a confesar a nuestro compañeros de prisión. Terminadas las confesiones, corté diez trocitos de corteza de pan común, las consagré y di a todos la Sagrada Comunión, que recibieron con gran emoción. Esta acción de gracias era interrumpida con frecuencia por el señor Borrero y por mí, para decir jaculatorias y exhortar a todos a llevar con fortaleza de cristianos la prueba que nos esperaba y a ofrecer nuestras vidas por la salvación de España y el triunfo de la Religión Católica”, escribió el Padre Ulquiano.
Los reclusos escucharon los disparos exteriores y el estallido de bombas que denotaban la llegada de las tropas sublevadas. Según el Informe Oficial redactado por Ulquiano, reflejaba que Miguel Borrero seguía apoyado en el poyete frente a la puerta del calabozo.
“A las 9.30h abrieron las puertas del calabozo y dieron la orden de que saliéramos los presos. Como el señor Borrero estaba frente y cerca de la puerta, fue el primero en salir. Apenas pisado el umbral le dispararon a boca jarro un tiro de escopeta y cayó mortalmente herido. Su muerte debió ser instantánea, pues no le oí quejarse ni una sola vez. Los demás reclusos nos negamos a salir del calabozo y entonces comenzaron a disparar dentro de él, muriendo tres señores más y resultado heridos dos jovencitos que estaban con nosotros. Después de estos crímenes, se retiraron un ratito los asesinos, pero volvieron otra vez para rematarnos a tiros, que siempre daban a los mismos, pues los demás nos habíamos arrojado al suelo y sobre nosotros habían caído los que habían resultado muertos o heridos. Así estuvimos hasta las 13.30h, cuando llegaron al Ayuntamiento las tropas nacionales”, contaba el párroco.
El cadáver de Miguel Borrero, mutilado, fue trasladado con el resto de fallecidos y heridos al hospital de la Santa Resurrección, donde estuvieron depositados hasta la tarde del 27 de julio, en que fueron conducidos al cementerio municipal y depositados en sendos nichos de la localidad.