¿Quién es el cardenal de Lubac, cuya causa de beatificación van a abrir los obispos franceses?
Henri de Lubac fue uno de los promotores de la renovación de la teología a partir de las fuentes patrísticas. Participó como perito en el Concilio Vaticano II
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En la asamblea plenaria del viernes 31 de marzo, los obispos de Francia aprobaron la apertura de la de beatificación del cardenal Henri de Lubac. Así se anunció en la rueda de prensa de clausura de la reunión, celebrada en Lourdes el viernes 31 de marzo. Y es que no es fácil encontrar a alguien que haya sido maestro y referente para tres papas. El teólogo jesuita francés Henri De Lubac, fue uno de los padres del Concilio Vaticano II.
Nacido en 1896 en Cambrai, Henri de Lubac ingresó en los jesuitas en 1913, a la edad de 17 años. Pasó su noviciado en la isla de Jersey, ya que la Compañía de Jesús, al igual que otras congregaciones religiosas, estaba prohibida en Francia desde 1904. El novicio fue al frente durante la Primera Guerra Mundial, donde resultó gravemente herido en la cabeza en 1917.
Una Iglesia amable
De su experiencia en las trincheras guardará para el resto de su vida el vivo recuerdo del diálogo con camaradas no creyentes. Tal y como escribía José Luis Restán en el 30 aniversario de su muerte, “para él la Iglesia era siempre amable, más allá de los límites y pecados de sus miembros, que sufrió en carne propia”. En tiempos en que fue visto “con sospecha” por varios círculos eclesiásticos y sufrió el ostracismo por parte de sus superiores, escribió su maravillosa “Meditación sobre la Iglesia”, una obra que no envejece “y cuya lectura es hoy más recomendable, incluso, que en los agitados años sesenta del pasado siglo. Queda para siempre su impresionante descripción del “verdadero hombre de Iglesia”.
Juan Pablo II, que había conocido a De Lubac durante las sesiones del Concilio, le hizo cardenal para subrayar el valor de su teología para la Iglesia universal. Benedicto XVI fue su discípulo y amigo. Ratzinger reconoció que la clave teológica de su obra la asumió del teólogo francés, que la sistematiza en breves palabras: «Nunca he pretendido ofrecer un sistema filosófico ni una visión teológica global…mi única intención ha sido recordar la gran tradición de la Iglesia, que entiendo como experiencia común de todas las épocas cristianas. Pues esta experiencia protege a la Iglesia de confusiones, la sumerge en profundidad en el Espíritu de Cristo y le abre caminos hacia el futuro». También Ratzinger ve su tarea teológica en pensar junto con los grandes maestros de la fe. Y ello, «sin detenerse en la Iglesia antigua», sino «sacando a la luz el auténtico núcleo de la fe oculto bajo las incrustaciones, a fin de devolverle su fuerza y dinamismo». «Tal impulso es la constante de mi vida».
Francisco toma de él la categoría de “mundanidad espiritual”, el peligro de una falsa adaptación de la verdad cristiana a la cultura dominante. “Una verdadera luz para nuestro camino, que no se deja atrapar por la malhadada dialéctica entre progresistas y conservadores”.