¿Ser soldado de Cristo o jurar fidelidad a Hitler?: el dilema de Francisco que le costó el martirio
El beato Francisco Jägerstätter hizo frente al régimen nazi desde su amor a Cristo. Cuando fue llamado para luchar en la guerra, rechazó jurar a Hitler: fue su sentencia de muerte
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Francisco Jägerstätter fue un joven austríaco que pasó de una vida frívola al amor incondicional por Cristo, el mismo amor que le llevó a no jurar fidelidad a Hitler, lo que le costó la vida con martirio previo en 1943.
Jägerstätter no fue el único que optó por la fidelidad a Cristo antes que a la del Führer. Hubo otros héroes mártires que siguieron el mismo camino que este campesino de Austria nacido a comienzos del siglo XX. Otros, por contra, el miedo les llevó a corromporse y aliarse con el nazismo. Todo ello queda reflejado en el libro 'Los que no juraron a Hitler' del escritor Isidro Catela y publicada por la editorial 'Ediciones Encuentro'.
Más de ocho décadas después de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que no se ha estudiado con profundidad el martirio que los cristianos sufrieron durante la etapa del Tercer Reich. De hecho, los principales intelectuales del nacionalsocialismo implantado por Hitler, defendían la extinción del cristianismo por una nueva religión, la de un Cristo ario: “El pueblo alemán debe crear una nueva Iglesia basada en el honor nacional, arrojando a lo lejos el Antiguo Testamento con sus cuentos de rufianes y pastores, proclamando un Cristo germánico que sea un maestro lleno de confianza en sí mismo y no un judío gemebundo”, afirmaba Alfred Rosenberg, principal ideólogo del régimen nazi.
Tampoco se quedó atrás en su anticristianismo Heinrich Himmler. El propagandista alemán aseguraba que “en nuestro tiempo ya no será posible ser mártir. Nosotros nos encargaremos de eso. Nos esforzaremos para que las personas de este tipo terminen en el olvido”.
Con esta carta de presentación de la Alemania nazi, los cristianos estaban en el punto de mira junto a otros colectivos, especialmente el judío, que fueron exterminados.
En este contexto social y político Francisco Jägerstätter alzó su voz en favor de la Iglesia y de Dios para oponerse al régimen nazi. La cruz de Cristo estaba presente en su vida cotidiana desde su condición de campesino, esposo y padre de familia. Un hombre de origen humilde, con defectos e incluso con un estilo de vida ligero y mundano en su juventud, y al que conocer a quien sería su esposa, Francisca, fue un punto de inflexión en su vida como testigo del amor de Cristo. Ese amor que le llevó al martirio, a la muerte en la guillotina y, décadas más tarde, a su beatificación.
Francisco Jägerstätter: de una vida dispersa su amor por Francisca
Francisco Jägerstätter nació en las montañas austríacas el 20 de mayo de 1907, concretamente en St. Radegund, entre cumbres nevadas y anchos valles, las que separan el país austríaco de la Baviera alemana. En la actualidad, Radengund apenas cuenta con 600 habitantes. Fue bautizado en el mismo lugar donde está enterrado junto a su esposa (fallecida en 2013), en la iglesia gótica del municipio.
Se trataba de un territorio que se oponía frontalmente a la anexión de Austria con Alemania. Tanto es así que en las elecciones regionales de 1931, las últimas libres en esa región austríaca antes de la anexión, los nacionalsocialistas no obtuvieron ningún voto, pero en el pueblo vecino de Ostermiethig obtuvieron cincuenta.
Los orígenes de Francisco eran muy humildes. Su madre era criada de unos labradores. En 1915, con la muerte de su padre, es criado por su abuela materna, Elisabeth Huber, viuda y con trece niños a su cargo. Son los años de la Primera Guerra Mundial. Años de hambre, en el que los soldados requisaban los bienes básicos de la población rural.
Los tiempos de penuria para la familia acabaron en 1917, cuando la madre de Francisco logró rehacer su vida y casarse con Heinrich Jägerstätter (su apellido sería adoptado por el futuro beato), un campesino con poder adquisitivo de quien Francisco heredaría su granja.
Pero el principal legado que le dejó su padastro fue el interés que nació en Francisco por los temas teológicos e históricos gracias a la pequeña biblioteca que tenía en su casa. Fueron años de formación y de desparramar con los amigos. Y es que Francisco era una persona mujeriega y, a veces, incluso problemática.
A finales de los años veinte e inicios de los treinta, se comenzaba a percibir entre los jóvenes austríacos hostilidad hacia la Iglesia, lo que se traducía en ataques a parroquias y conventos. En aquellos años Francisco trabajaba en las minas de hierro de Estiria, una región austríaca que comparte frontera con la actual Eslovenia.
En 1930 regresa a su Radegund natal obligado por la enfermedad y posterior muerte de su padrastro, por lo que Francisco tuvo que hacerse cargo de la granja familiar. No obstante, Jägerstätter no había abandonado las ganas de pasárselo bien con sus amigos. Aquella vida desordenada le llevó a tener una historia de amor con Theresia Auer, criada con quien tuvo una hija ilegítima en 1933, llamada Hildegard. No obstante, Francisco se ocupó de ella hasta que murió.
Hildegard siempre tuvo una gran relación con su padre, quedando de manifiesto en una de las cartas desde la prisión, donde Francisco se despedía de ella y de la madre antes de ser ejecutado por no jurar fidelidad a Hitler. En 1972, su hija ilegítima confesó que las horas pasadas con su padre formaban parte de los más bellos recuerdos de su infancia.
Pero Francisco encontró el amor verdadero con Francisca. Se conocieron en 1934 y contrajeron matrimonio dos años más tarde, el Jueves Santo de 1936. Gracias a Francisca, su esposo superó su crisis de fe y volvió a la Eucaristía. Tanto es así que tras el casamiento, peregrinaron a Roma, donde tuvieron la oportunidad de tener una audiencia con el Papa Pío XI, tal y como se recoge en 'Los que no juraron a Hitler' de Isidro Catela.
La historia de amor coincide con la llegada de Hitler al poder
Mientras Francisco consolidaba su amor con Francisca y experimentaba una transformación de una vida dispersa a otra ordenada y cercana a Dios, la Alemania nazi asciende al poder tras las elecciones generales de 1933.
La Iglesia austríaca mostraba su preocupación por la situación que se estaba viviendo en el país vecino, y que tenía sus defensores en Austria. De ahí que obispos como el de Linz, Johannes Maria Gföllner, diócesis a la que pertenecía el pueblo de Francisco, ordenó que se leyera una carta pastoral por la que se instaba a los católicos a rechazar el delirio materialista de la raza que proponía el nacionalsocialismo.
Con la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1938, todo se complica. Buena parte de Austria apoya a Hitler. La Iglesia evangélica ve en Hitler un salvador, mientras que la Iglesia Católica viró de la ilusión al desencanto y luego a la persecución explícita.
En este clima prebélico se llegaría al 1 de septiembre de 1939, cuando la invasión alemana de Polonia hace que estalle la Segunda Guerra Mundial. El final de Francisco, que había emprendido una resistencia al nazismo de una manera honda y madura, se acercaba.
Jägerstätter recibe la orden para alistarse a las tropas de Hitler
Unos meses más tarde de que comenzara el conflicto mundial, se produjo lo inevitable: la primera llamada a Francisco Jägerstätter para alistarse en las filas del ejército alemán y combatir en el frente. Era mayo de 1940.
Pese a su oposición al nazismo, Francisco decide acudir. Serán meses de oración y reflexión sobre la naturaleza anticristiana del régimen. Francisco es patriota, cristiano y conocedor del Magisterio de la Iglesia sobre la obediencia a la autoridad civil. No obstante, en 1942 escribe lo siguiente sobre la obediencia, en relación con la humildad.
“¿Qué significa ser humilde? Significa someterse y servir a uno más grande que nosotros. Por encima de todo nos debemos al Señor Dios, que es quien nos da cada cosa, la máxima obediencia. Debemos también obediencia a la autoridad terrena, aunque sea difícil para nosotros y tengamos en ocasiones la sensación de estar siendo atraídos injustamente pero tenemos la obligación así mismo de pedirle a Dios que nos dé o nos mantenga la inteligencia para saber distinguir a quién y cuándo debemos obedecer”.
Pero el dilema llegó en el momento en el que había que prestar juramento al Führer. Francisco no quería pese a la presión de su entorno para que cambiar de opinión. ¿Qué hacer, ser soldado de Cristo o soldado de Hitler? Tenía claro que la ideología nazi era injusta y anticristiana, por lo que su rechazo a Hitler fue una decisión meditada y a conciencia.
Durante el reclutamiento, sus superiores no colaboraron a que viviera su fe. En este contexto entra en la Tercera Orden Franciscana, al ser devoto de Francisco de Asís. Lo hace porque es consciente de los tiempos que corren, en los que la fe no puede vivirse sin una comunidad de referencia que acompañe y sostenga, y con la que pueda compartir su vida.
Cuando termina el periodo de adiestramiento en abril de 1941, regresa a casa. Llega convertido en un hombre de misa diaria, que valora la Eucaristía, máxime después de que le hayan prohibido acceder a ella.
Francisco ha decidido: soldado de Cristo antes que jurar a Hitler
La guerra avanzaba, y paralelamente Francisco Jägerstätter izaba la bandera en defensa de la Iglesia y denunciando los ataques nazis. “No cabe vacilación, no podemos favorecer de forma alguna la victoria de una fuerza antirreligiosa, cuya pretensión es fundar un imperio mundial falsamente religioso, o mejor dicho: un mundo sin Dios. Es como si combatiésemos en favor del Padre, pero renegáramos del Hijo y del Espíritu Santo”, expresaba en uno de sus escritos.
La llamada para jurar a Hitler para combatir en el frente era cuestión de días. Era consciente de que acogerse a la objeción de conciencia suponía la muerte. Su entorno le pedía que jurase fidelidad al Tercer Reich. Incluso visitó al obispo Joseph Calasanz Flieber, quien le instaba a jurar fidelidad por el dictador, apelando a su condición de padre de familia.
Todo fue inútil. A finales de febrero de 1943, llega la carta de requerimiento. Se niega. Ha firmado su sentencia de muerte.
El martirio que sufrió Francisco antes de morir en la guillotina
El martirio de Francisco tuvo lugar en agosto de 1943, seis meses después de renunciar el juramento a Hitler. Estuvo detenido desde marzo hasta mayo en la prisión militar de Linz, donde le torturan para que se retracte. Luego fue trasladado a una cárcel de Berlín, donde un tribunal militar le condena a muerte por insumisión.
Una semana más tarde de su condena, le autorizan un vis a vis con su mujer, Francisca. Fue la última vez que se vieron. Francisca trata de convencer a su marido para que cambie de postura, pero fue inútil.
Francisco estuvo sostenido por la Eucaristía, una Biblia y una foto de su esposa y de sus hijas, hasta que el 8 de agosto es trasladado a la prisión de Brandemburgo, en espera a la ejecución de la sentencia. Antes, un guardia de la prisión le concede escribir una última carta, que decía lo siguiente: “Y ahora, queridos míos, vivid bien. Y no os olvidéis de la oración. Sed fieles a los mandamientos y nos veremos pronto, por la gracia de Dios, en el Cielo”, se puede leer en el libro 'Los que no juraron a Hitler' del escritor Isidro Catela.
Quienes compartieron con Francisco aquellos meses de cautiverio aseguraron que soportó las pruebas con paciencia, dolido sobre todo por la despedida de su mujer y de sus hijas. A su esposa le envió una serie de cartas, en las que destaca su amor por la familia, la Iglesia y Dios, así como petición de perdón por los todos los sufrimientos que podía haber ocasionado con su decisión de oponerse a la guerra.
El 9 de agosto de 1943, antes de ser ejecutado, el Padre Jochmann le administra los últimos sacramentos. Ese día es decapitado en la guillotina, con tan solo 36 años. Se ordenó incinerar el cuerpo, pero la orden fue incumplida y tres años después se consiguió que sus restos descansaran en el cementerio local de St. Radegund.
Beatificación por su martirio en presencia de su esposa e hijas
El 1 de junio de 2007, el Papa Benedicto XVI reconoce su martirio en el centenario de su nacimiento. El 26 de octubre de ese año es beatificado en la Catedral de la Inmaculada, en Linz (Austria) coincidiendo con su fiesta nacional. Acudieron sus hijas y su esposa, que tenía 94 años.