La vida sin luz en las chabolas de Isidro y María: "Me duelen mucho los brazos de lavar la ropa en la piedra"
La ausencia de suministro eléctrico en Cañada Real impide a sus habitantes hacer las tareas básicas: "Solo puedo comer una vez al día porque no tengo dinero para pagar el butano"
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Isidro no está teniendo una vejez sencilla. Hace ocho años se quedó viudo y actualmente comparte una parcela con varias chabolas en la que vive con sus hijos y nietos en el sector 6 de la Cañada Real. Desde el 2 de octubre de 2020, conviven como pueden sin suministro eléctrico ni apenas agua.
COPE.es ha tenido oportunidad de visitar el interior de su vivienda pintada de color azul. El ecosistema es desolador: sillas de plásticos amontonadas en el suelo, una televisión antigua a la que no puede dar uso, la cama en la que duerme solo y una pequeña cocina.
En su día a día, Isidro hace uso por tiempo limitado de un motor de gasolina para obtener algo de luz y poder calentarse la única comida que realiza al día: “Como una vez, no hay para más, qué le vamos a hacer”.
La chatarra, con la que gana algo de dinero, no es suficiente para generar luz tantas horas al día: “Estoy un ratito y apago el motor. La bombona me dura dos meses porque no tengo para comprar otra”, explica.
Vive con resignación el déficit de suministro eléctrico. Preguntado si prefiere que le devuelvan la luz o que le realojen, es ambiguo en su respuesta. Lo que tiene claro es que no quiere ser una carga para nadie: “Yo no quiero molestar a nadie, nosotros somos gitanitos buenos, no somos malos”, cuenta.
Tampoco están mejor las cosas en la parcela donde María, de sesenta años, convive con sus hijos y nietos. Llegó a Cañada Real con 36 años, por lo que, pese a las dificultades, le ha cogido cariño a su casa: “Que me pongan la luz que para pagar un piso no tengo”, reclama a las administraciones.
El generador que utilizan no les da ni para encender la nevera o lavar la ropa. Una piedra y un cubo son los utensilios de María para lavar. Una tarea que empieza a pasarle factura en los antebrazos: “Tengo los brazos baldados, no se puede aguantar. Estoy esperando a que pase la carroza (ambulancia) para que me lo miren”, confiesa.
Pero lo que más preocupa a María es el estado de salud de su nieto pequeño, quien padece una anomalía cardíaca que apenas está controlada por la falta de servicios médicos en Cañada Real: “Yo no entiendo esto de verdad”.
A la hora de cocinar, dependen de si pueden pagar el gas: “Comemos patatas, arroz y lentejas porque está la vida muy mala”, comenta entre risas, aunque consciente del drama que vive junto a su familia.
“Los políticos se salvan unos a otros, se echan las culpas a otros. Dicen que es de Ayuso, que ahora no quiere poner la luz, sino dar pisos, y luego dice que tampoco porque no hay fondos. ¿Qué hacemos?”, se pregunta.
Pese a los malos tiempos, María asegura que el ambiente entre los vecinos es de unidad: “Si podemos echarnos una mano lo hacemos. Y los vecinos pasan y nos saludamos bien. La conversación solo es sobre la luz”.