"Con Dios nunca estás solo", los grandes discursos de Benedicto XVI

El padre Federico Lombardi, presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger, firma el prefacio del volumen que recoge los diez discursos centrales del pontificado

"Con Dios nunca estás solo", los grandes discursos de Benedicto XVI

Redacción Religión

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Como todos sabemos, no sólo los escritos, sino también los discursos y homilías pronunciados por el Papa Ratzinger durante su gobierno de la Iglesia han sido inmensamente más de diez, y casi siempre de riquísimo contenido y eminente calidad expresiva. Si a continuación ampliamos la mirada a toda la obra de Joseph Ratzinger, incluso antes del papado (y en muy pequeña medida también la siguiente), nos encontramos ante un vasto mar que, gracias a la publicación de la Opera Omnia, aún en curso, podrá recorrerse y sondearse durante mucho tiempo. Por tanto, cualquier elección es necesariamente reductiva y, hasta cierto punto, cuestionable.

Al mismo tiempo, el pensamiento de Benedicto XVI es tan coherente, y digamos incluso "orgánico" en su conjunto y en su desarrollo, que se pueden captar sus líneas maestras incluso a partir de una selección limitada de sus textos.

En esta colección nos limitamos estrictamente al periodo del pontificado. Es el Papa Benedicto XVI quien habla. Para facilitar su lectura, se ha incluido en un tamaño reducido. De ahí la elección de diez textos, necesariamente arbitrarios, pero en número simbólicamente completo.

Al hojear el índice se observa que siempre se trata de "discursos", es decir, textos efectivamente pronunciados oralmente en su totalidad ante un público determinado. No son "escritos" o "documentos" magisteriales, ni están enriquecidos con una amplia documentación. Tienen una duración limitada y se caracterizan por un contexto concreto. Esto no impide al Papa Benedicto ampliar su mirada a los horizontes del mundo y de la historia, sino que determina cada vez la elección del tema y el género expresivo, que él mismo indica con gran claridad al introducir sus discursos.

Los tiempos de los discursos son diferentes y se extienden a lo largo de todo el pontificado. Otra cosa es hablar a toda la Iglesia en el gran día de la inauguración del pontificado, otra hablar a los sacerdotes en el dramático momento de la crisis de los abusos sexuales, otra hablar en la última audiencia general, despidiéndose de los fieles. Así que vamos desde el principio hasta el final de un papado.

También los lugares son diferentes. Otra cosa es hablar a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro o conectados por audio-vídeo desde todo el mundo, otra hablar a la Curia Romana, otra a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia. Otra más, hablar en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, otra en la Universidad de Ratisbona, otra en el Reichstag de Berlín ante el Parlamento alemán, y así sucesivamente. Sin embargo, al observador atento no se le escapa que todos los lugares están en Europa. En cierto sentido, no es una coincidencia. El último "Papa europeo" conoce a fondo la cultura y la historia de su continente, y está convencido de que no es casualidad que la forma que adoptó la fe cristiana en diálogo con la razón se formara en Europa, que fue aquí donde se produjeron las dramáticas fracturas del diálogo entre la fe y la razón, y que es aquí donde está llamado a continuarlo y sanarlo, al servicio de toda la humanidad.

El orador es siempre Benedicto XVI, inconfundiblemente él. Con la amplitud de su cultura, la claridad de su exposición incluso de argumentos complejos, su pasión por la búsqueda de la verdad, la profesión explícita de su fe católica. No es superfluo observar que de los innumerables discursos y alocuciones que cada Papa lee o pronuncia en audiencias de todo tipo, una gran parte de ellos, por supuesto, no han sido escritos por él personalmente, sino por sus colaboradores, y el Papa "los hace suyos" después de verificar su fidelidad a su mente. Lo mismo ocurrió con el Papa Ratzinger, aunque menos que con otros. Pero en cuanto a los discursos de esta recopilación, podemos estar seguros de que son absolutamente "suyos", de la primera a la última palabra. Eran ocasiones demasiado importantes como para no responsabilizarse plenamente de la elección de cada palabra y argumento.

Si se nos permite añadir algunas palabras sobre los diez discursos elegidos, podemos distinguirlos en dos grupos de cinco cada uno. Aquellos dirigidos más bien a la vida de la Iglesia y aquellos dirigidos al mundo de la cultura, de la sociedad, de la política.

"La Iglesia está viva. Esta es la maravillosa experiencia de estos días" (24 de abril de 2005) - "¡Estoy verdaderamente conmovido! Y veo a la Iglesia viva' (27 de febrero de 2013). El pontificado se abre y se cierra con el mismo testimonio: la vitalidad de la Iglesia que le ha sido confiada para guiar. No obstante las dificultades, la Iglesia está viva porque Cristo está vivo, resucitado, y la Iglesia pertenece a Él, que es el Buen Pastor y la acompaña permaneciendo en su barca incluso en tiempos de tempestad.

No hay otro programa que cumplir que dejarse guiar por Él con confianza. Pastorear significa amar, significa mostrar a Dios a los hombres, el Dios que podemos encontrar en Cristo y que nos salva de los desiertos y de las tinieblas para conducirnos a la vida y a la luz. El primer discurso de Benedicto concluye con un llamamiento a los jóvenes para que no tengan miedo de Cristo, que no quita nada y lo da todo. Se hace eco del primer gran discurso del Papa Woytjla: "¡No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo!". La historia de la Iglesia, internamente y en su proyección misionera, sólo puede entenderse desde la fe.

Benedicto se encontraría con los jóvenes unos meses más tarde, en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, y les invitaría a emprender, como los Magos, el camino de la Iglesia en el tiempo. Una Iglesia con sus errores y defectos, compuesta por pecadores pero también por santos. Estos son los verdaderos revolucionarios de la historia y nos enseñan el estilo de Dios, no el poder, sino la verdad, el derecho, la bondad, el perdón, la misericordia, construyendo un espacio de comunión y unidad a través de los continentes, las culturas, las naciones, siguiendo la estrella de Cristo, que ilumina la historia.

Para el camino y la renovación de la Iglesia en nuestro tiempo, el Papa Benedicto señala como referencia los textos del Concilio Vaticano II, cuarenta años después de su conclusión. Como testigo del Concilio, en el que participó activamente como experto teólogo, tiene autoridad para desarrollar el discurso sobre la correcta recepción del Concilio. Un discurso que ha quedado famoso, sobre la diferencia entre una hermenéutica de "ruptura y discontinuidad" y una hermenéutica de "reforma y continuidad", en la que fidelidad y dinámica se convierten en una sola cosa. El Papa Benedicto afirma que los frutos positivos del Concilio se están desarrollando. Destaca en particular la nueva actitud positiva de la Iglesia, que orienta el diálogo entre la razón y la fe en nuestro tiempo en ámbitos cruciales, como la relación entre las ciencias y la fe, la relación entre el Estado laico moderno y la Iglesia con su visión del hombre y de la sociedad, la relación entre la Iglesia y las grandes religiones.

Aunque el pontificado de Benedicto XVI se caracteriza por la personalidad del Papa-teólogo - y, por tanto, por su compromiso con la propuesta de la fe cristiana en relación con la cultura contemporánea -, no se puede olvidar que también está marcado por grandes problemas de gobernanza, en particular la crisis debida a la salida a la luz de los abusos sexuales no sólo en la sociedad, sino también específicamente en el clero católico. Una situación dolorosa y dramática a la que el Papa debe dedicar gran parte de su energía. Entre sus numerosos discursos sobre el tema, el discurso de clausura del Año Sacerdotal se refiere a él en esta recopilación -desde la perspectiva de una lectura teológico-espiritual. La presencia del mal, del "maligno" y del pecado en la vida de la Iglesia, incluso en su terrible fuerza, no debe apagar la confianza en el poder de la gracia de Cristo y en sus frutos de santidad. Como testimonio del compromiso del Papa Benedicto de responder a este desafío, parecía necesario añadir, como Apéndice, la Carta a los católicos de Irlanda, el documento más completo que ha dedicado al tema, una guía clarividente y de amplio alcance para el camino de conversión y renovación.

Los otros cinco discursos, dirigidos "fuera" de la Iglesia, son generalmente reconocidos entre los más conocidos y significativos del pontificado. Releyéndolos juntos, revelan -con una claridad quizá inesperada y sorprendente- el hilo conductor: el de la relación y el diálogo entre la razón y la fe. En la historia y sobre todo hoy, en nuestro tiempo. A partir de la dramática e ineludible pregunta de Auschwitz: "¿Dónde estaba Dios en aquellos días?", el Papa Benedicto recorre con humildad un largo y exigente camino. Es reconocer a un Dios de la razón, de una razón que no es una matemática neutra del universo, sino que es una con el amor, con el bien, y que nos lleva a reconocer el mal como mal y a rechazarlo. En Ratisbona aborda explícitamente la relación entre fe y razón desde el encuentro entre la fe bíblica y el cuestionamiento griego hasta nuestros días.

En París, en el Collège des Bernardins, profundiza sobre la relación entre los orígenes de la teología occidental en el medioevo y las raíces de la cultura europea, indicando que la formación de dicha cultura es fruto del quaerere Deum, y concluye que la ausencia actual de Dios está agobiada por la pregunta de él y que la búsqueda de Dios sigue siendo el fundamento de toda verdadera cultura. En Londres, en la Westminster Hall, ante los representantes de todo el pueblo británico, en el lugar del proceso a San Tomás Moro, habla del justo lugar que el credo religioso debe mantener aún hoy en el proceso político, y sostiene que el mundo de la razón y el de la fe necesitan uno del otro para el bien de nuestra civilización. Afirma que, si los principios morales que sostienen el proceso democrático no se fundan sobre algo más sólido que el consenso social, su fragilidad se vuelve evidente. Por último, precisamente en la sede del Parlamento alemán en Berlín, evocando el abismo de horror del nazismo, afronta la cuestión de los fundamentos del Estado liberal de derecho, de la dificultad de distinguir el bien del mal en las cuestiones antropológicas fundamentales en juego en la sociedad contemporánea. Cuestiona el dominio exclusivo de la razón positivista, recuerda que el hombre tiene una naturaleza que se debe respetar y no manipular a placer, porque el hombre no se crea a sí mismo.

De este modo el Papa Benedicto vuelve a proponer a los hombres de nuestro tiempo la pregunta si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza, indagada y conocida por la razón objetiva del hombre, no presuponga una Razón creadora que funda ambas, y llama a la responsabilidad del hombre ante Dios y el reconocimiento de la dignidad inviolable de toda persona, hecha a imagen de Dios.

Si recordamos que Papa Benedicto ha siempre considerado que la misión de la Iglesia y suya es sobre todo hablar a la humanidad de Dios, del Dios de Jesucristo, en un tiempo en el que Dios parecía oscurecer en el horizonte de la humanidad secularizada; si recordamos que ha visto el furto del Conciio en el reencontrar la positiva relación de diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno…comprendemos con cuánta pasión ha tratado de practicar en primera persona y proponer a todos el diálogo vivido entre la razón y la fe como camino necesario para el bien y la salvación de cada uno y de toda la familia humana ante los dramáticos desafíos de nuestro tiempo. Este es el mensaje que emerge con gran fuerza de la lectura de estas páginas, de la escucha de los grandes discursos de Benedicto XVI.

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