Ayudar a que la vida cristiana crezca y se comunique

Esa va a ser la labor fundamental del nuevo Secretario General de la CEE, que asume una tarea, para muchos, "abrasiva".

Mons. Luis Argüello, nuevo Secretario General de la CEE

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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La Conferencia Episcopal ya tiene a su nuevo Secretario General para los próximos cinco años. Se trata de Luis Argüello, 65 años, licenciado en Derecho Civil y ordenado sacerdote en Valladolid, diócesis en la que ha sido rector del seminario y vicario episcopal hasta ser nombrado obispo auxiliar hace dos años. El puesto de Secretario no es seguramente el más grato dentro del esquema de la Conferencia: le espera mucho trabajo de coordinación, siempre fatigosa, de engrasar equipos, resolver entuertos, hacer papeles y bregar con las autoridades. No me olvido, no: también le espera la tarea de relacionarse con los medios y poner rostro a un organismo singular como es la Conferencia.

En tiempos de comunicación vertiginosa, de redes sociales y de fake news, en un contexto cultural ampliamente descristianizado y con una hostilidad latente hacia la institución eclesial, esta tarea puede resultar abrasiva para cualquiera. La primera impresión que he tenido tras diez minutos de entrevista en El Espejo, cuando apenas habían pasado tres horas de su nombramiento, es que Luis Argüello es consciente de las aristas de este momento histórico pero no le asustan; no tira de tópicos (tampoco de los eclesiales), no es complaciente con la cultura actual, pero tampoco gusta de la trinchera. Apuesta, naturalmente, por el diálogo, pero advierte sobre las reducciones y tergiversaciones de esta palabra.

Un inciso. Sería una medida de saneamiento urgente que erradicáramos el lenguaje incendiario que ha marcado, por ejemplo, algunas narraciones (¿o eran más bien películas de terror?) en torno a esta elección de Secretario. El Papa Francisco insiste con frecuencia en que se puede asesinar con la lengua, y en que la murmuración y la maledicencia dentro de la comunidad cristiana son asimilables al terrorismo. De esto deberían tomar nota tanto quienes pretenden apropiarse del pontificado, repartiendo patéticas credenciales de “francisquismo”, como quienes se dedican a romper la unidad de la Iglesia en nombre de una supuesta defensa de la Tradición que sólo esconde su afición nada evangélica por las trincheras ideológicas.

Todos los obispos españoles viven y manifiestan una clara unidad con el Sucesor de Pedro, lo cual no implica uniformidad de estilos pastorales, de temperamento personal ni de interpretación de este complejo momento. Es tan absurdo medir el grado de comunión de un obispo con el Papa por el número de veces que pronuncia determinadas palabras-contraseña como establecer la valentía de un pastor en función del griterío que provoca. Estamos en un momento difícil, no sólo ni principalmente por las burdas estrategias de un gobierno y de sus alianzas mediáticas, sino por el proceso de disolución cultural en el que está inmerso occidente. Y es natural que haya un sano contraste en la asamblea episcopal sobre el diagnóstico y sobre la forma de presencia cristiana más adecuada. Como también subraya el Papa, no hay mapas ni protocolos para abrirse paso en este territorio ignoto.

Volvamos a la conversación con el nuevo Secretario en El Espejo. Ha querido destacar la importancia de que la Iglesia esté presente hoy como pueblo que vive la alegría, una alegría que no puede venir de cualquier sitio, sino de experimentar la misericordia de Dios y de los hermanos. Esa alegría es la que permite un discernimiento de las complejas realidades de este momento histórico sin miedo. Nos impulsa a un encuentro y un diálogo que exige tener una propia identidad, un logos desde el que entrar en relación con los otros, para escuchar proponer, también para criticar, porque diálogo no significa componenda o silencio autoimpuesto.

Monseñor Argüello piensa que la presencia de la Iglesia ayuda a nuestra sociedad a vertebrarse y a fortalecer sus acuerdos fundantes, y en ese sentido pondera el valor de la Constitución, que en todo caso no debe ser sacralizada. Piensa que la realidad histórica de la Iglesia, que es católica y particular, que es universal pero custodia en su seno lo peculiar de cada uno, podría ser un modelo para la convivencia entre los pueblos, en clara referencia a nuestros problemas territoriales en la actualidad. También hace una significativa reivindicación de la razón en el debate público, en una época en que los sentimientos y las emociones han adquirido incluso categoría jurídica a la hora de definir la identidad del hombre y de la mujer, o para establecer la pertenencia a una comunidad política.

Sabe que le espera mucho trabajo invisible para poner en relación el trabajo de mucha gente en la Iglesia. Sabe también que la verdadera vida, la que es preciso despertar, sostener y lanzar al mundo, está en tantas realidades eclesiales donde cotidianamente se hace experiencia de la fe, de la esperanza y de la caridad. No sé si estas cosas darán para muchos titulares, pero me parecen un buen bagaje para el servicio que ya ha comenzado.

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