Por Eva Fernández
El día que Janeth se encontró con Francisco
El Papa Francisco visita por primera vez un centro Penitenciario de Mujeres en Santiago de Chile
Roma - Publicado el - Actualizado
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Apenas fueron 45 minutos. Los suficientes para que el Papa Francisco haya cambiado la forma de ver pasar la vida de más de 600 reclusas que no tienen más remedio que verla pasar a través de unas rejas. Por primera vez un Papa pisaba una cárcel sólo de mujeres. En la bienvenida se lanzaron 81 globos blancos al cielo. Cada uno con el nombre de los internos que murieron en el incendio de la Cárcel de San Miguel, en 2010, una tragedia que marcó un antes y un después en la historia carcelaria del país. Casi todas las presas de esta cárcel son madres, y toda mujer privada de libertad implica llevar tras de sí la angustia de ver también crecer a su hijo entre rejas. Por eso alguna de las presas quisieron recibir al Papa junto a sus hijos.
El encuentro tuvo lugar en el gimnasio. Allí cantaban con todas sus fuerzas la canción que se habían inventado para el Papa y que tiene este estribillo: “Soy un ave enjaulada, con un dolor escondido y con mis alas quebradas, te recibo Papa mío”. Y allí estaba Janeth Zurita, la interna escogida entre las propias presas para hablar en nombre de todas al Papa, condenada a 15 años de prisión por tráfico de drogas.
La cárcel entera estaba decorada con flores de papel y tiras de colores con frases que el Papa Francisco ha empleado en ocasiones a la hora de hablar de los presos como “reclusión no es lo mismo que exclusión” y cientos de grullas realizadas con papel. Cuentan que, tras el bombardeo de Hiroshima, una niña fue alcanzada por la radiación de la bomba y estuvo enferma mucho tiempo, sufriendo terribles dolores y pensó que si hacía mil grullas de papel se podría mejorar. Desde entonces la grulla simboliza la esperanza. Por eso, entre los adornos de la cárcel se veían más de 800 grullas de papel.
“Mi vida entera ha sido pura cárcel” es lo que dice Janeth cuando le preguntan por su historia en una esquina del gimnasio de la cárcel donde las internas reciben las visitas de sus familias, dos veces a la semana. De pequeña ella acudía también cada semana para visitar a su padre preso, a quien cuando finalmente consiguió la libertad, fue asesinado en un ajuste de cuentas con un disparo en la cabeza. Ella intentó sacar adelante a su familia poniéndose al frente de una tienda de muebles, pero al final optó por el dinero fácil y se hizo traficante. Así sustentó a su familia y compró su casa. Cuando en 2008, a los 25 años, nació su hijo, no le faltaba nada, pero la pillaron distribuyendo droga. Entonces vino la cárcel.
Hoy Janeth ha contado al Papa su historia, en su nombre y en el de todas las reclusas de Chile: “Papa amigo, nuestros hijos son los que más sufren por nuestros errores. Con nuestra privación de libertad sus sueños se les truncan y éste es un profundo dolor para nosotras” “Le pido que le diga a Dios que tenga misericordia de nuestros niños y niñas, ya que ellos también cumplen condena, siendo inocentes. Que Diosito tenga misericordia también de nosotras y que nos de su amor y gracia para soportar tanto dolor y para que nunca se nos apague la fe”
Se notaba perfectamente la emoción con la que le escuchaba el Papa Francisco, también palpable en el rostro del resto de las reclusas, que llegó a hacerse evidente cuando Janeth mirando a los ojos del Papa dijo lo siguiente: “Nos hemos equivocado, hemos hecho daño y hoy, públicamente y ante usted, Papa Francisco, pedimos perdón a todos los que hemos hecho daño con nuestro delito”.
Antes de fundirse en un abrazo, el Papa recordó a Janeth y al resto del mundo que ser privado de libertad no es lo mismo que estar privado de dignidad. Janeth asegura que tras este encuentro con el Papa su vida no es la misma. Tiene esperanza. Quiere luchar por su hijo y redimir su condena.
Al finalizar la ceremonia se le entregó al Papa una caja de madera hecha por las reclusas que contenía un libro con historias de internas de todo el país. La de Janet tiene final feliz.