Dice el Papa en Evangelii gaudium: “¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que en su diseño arquitectónico están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!”
Hace justo una semana Francisco recibía en audiencia a los alcaldes de las 15 ciudades españolas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a los que el Pontífice recordaba que más allá de la contemplación de los monumentos, conviene ampliar la mirada más allá de los artístico- cultural. Les animaba el Papa a recordar que detrás de todo ello están los sufrimientos y anhelos de aquellas personas que las han construido a lo largo del tiempo.
Y es que, sin lugar a dudas, la belleza se potencia cuando nuestras ciudades cobran humanidad. Este deseo del Papa es una de las aspiraciones también para muchos alcaldes españoles. El propio edil madrileño, José Luis Martínez Almeida le pedía en noviembre pasado a la patrona de Madrid, la Virgen de la Almudena, su intercesión para hacer, decía, que la capital “nunca pierda la sonrisa sincera y el abrazo acogedor con el que se recibe a todos, el no olvidar sus raíces, tradiciones, fe y esencia propia. Y de forma muy especial pedía por los más débiles y desfavorecidos, para que ninguno quede desamparado.
Todo ello lo ha puesto también de manifiesto esta semana el arzobispo de Santiago de Compostela, en la inauguración de una jornada convocada con el objetivo de crear conciencia y servir de inspiración para desarrollar ‘Ciudades que Cuidan’. Manifestaba monseñor Francisco Prieto su deseo de que nuestras calles no lleven nunca el nombre de la indiferencia o del mirar para otro lado.
La actitud pasa por arrimar el hombro y abrir el corazón. Escuchar más, compartir la vida, atender las necesidades. Se trata de mirar a nuestros conciudadanos, a esas familias que atraviesan dificultades, a los jóvenes que no encuentran trabajo, a los ancianos que requieren ternura y a los más pobres a los que, a menudo, se deja a un lado del camino. Se trata de no caer en la tentación de aislarse. Para diseñar ciudades con alma no podemos desentendernos, sea cual sea su situación, de ninguno de los que viven a nuestro lado.